miércoles, 21 de diciembre de 2016

TE QUIERO: CAPITULO 29





Algunas horas más tarde, alguien llamó a la puerta de su dormitorio.


—¿Puedo pasar?


La voz de la Tata sonó dubitativa al otro lado, así que Paula se apresuró a abrir. La mujer volvió a cerrar la puerta a sus espaldas y permaneció contemplándola, con sus pequeños ojos oscuros húmedos y brillantes de emoción.


—Estás preciosa. Eres el vivo retrato de tu madre —comentó con voz temblorosa.


Al oír aquellas palabras, Paula se vio obligada a parpadear un par de veces para contener las lágrimas.


—Gracias, Tata —respondió con voz empañada.


—Si tus padres nos están mirando en este momento, sé que se sentirán muy orgullosos de ti…


Incapaz de resistirlo más, Paula se abalanzó sobre la generosa mujer que la había cuidado igual que una madre desde el día en que nació, y las dos se fundieron en un estrecho abrazo.


—No llores, niña, no llores o se te estropeará el maquillaje.
 —Pero en realidad era la Tata la que más lloraba.


En ese momento, unos nudillos repiquetearon de nuevo contra la madera de la puerta; al oírlo, la Tata se apartó de Paula en el acto y se secó las mejillas con un enorme pañuelo blanco mientras trataba de recobrar la compostura.


—Pasa, Cande —Paula se dirigió hacia el antiguo tocador de caoba para retocar la máscara de pestañas que se le había corrido con las lágrimas, sin dejar de hipar.


Al ver aquello, su amiga ordenó:
—¡Quieta! ¡Arriba las manos! Sabía que esto iba a pasar y creo que he llegado justo a tiempo. — Rebosante de satisfacción ante su previsión, le tendió un tubo de rímel y aclaró—: Es waterproof, algo fundamental conociéndote como te conozco.


Con una lacrimosa carcajada, Paula tomó el envase y aplicó una generosa capa de la nueva máscara a sus pestañas. 


Cuando terminó se enderezó y se volvió hacia Candela, que contemplaba su reflejo en el espejo de pie a su lado y llena de emoción le dijo:
—Gracias, Cande, por estar siempre ahí cuando te he necesitado; en los buenos y en los malos tiempos; por brindarme tu alegría, por animarme, por regañarme cuando era necesario… Gracias por ser mi amiga.


—¡Menos mal… que yo… también… la he usado! —balbuceó Candela antes de abrazarse a su amiga con todas sus fuerzas y empezar a llorar a su vez.


Estuvieron unos minutos así, la una en brazos de la otra, sacudidas por sollozos desgarradores, hasta que Paula notó unos tirones impacientes en la tela de su vestido y escuchó una vocecilla aguda:
—Pero ¿por qué lloráis? ¿Estáis tristes porque mamá se ca… casa con Pedro? No quiero… que… que lloréis.


Al ver el desconcierto y la tristeza más absoluta reflejados en el empapado rostro de su hija, Paula fue incapaz de reprimir una nueva y trémula carcajada y, sin importarle lo más mínimo que se le pudiera arrugar el vestido, se agachó junto a ella para incluirla en el abrazo.


—Por supuesto que no, mi vida. Lo que pasa es que las amigas siempre se abrazan y lloran en las bodas, es una tradición milenaria.


Al oír aquella explicación, Sol recuperó la alegría en el acto y nadie hubiera dicho que, apenas unos segundos antes, había estado llorando con desconsuelo.


—Qué suerte tienen las niñas pequeñas de tener una piel perfecta sin necesidad de cosméticos — suspiró Candela mientras retocaba su maquillaje. Cuando estuvo satisfecha con el resultado, se volvió hacia las demás con expresión severa y las amenazó con el dedo índice—. Llorar queda terminantemente prohibido hasta nueva orden, ¿entendido?


Y todas las presentes asintieron con solemnidad.



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