miércoles, 21 de diciembre de 2016

TE QUIERO: CAPITULO 27






Paula apenas vio a Pedro durante las siguientes dos semanas. A su exjefe se le había acumulado el trabajo después de sus tres meses sabáticos y casi no paraba en Madrid. Sin embargo, la llamaba todos los días, aunque esos pocos minutos que pasaban charlando amigablemente no bastaban para acallar sus crecientes temores.


A pesar de lo ocupado que estaba, Pedro había insistido en que él se ocuparía de todos los preparativos de la boda y no había querido darle ningún detalle —aunque, para su alivio, le aclaró que sería una ceremonia íntima en una finca lejos de Madrid—, tan solo le había pedido que le dijera a quién deseaba invitar. Paulaa lo tenía muy claro. Cuando se casó con Álvaro los invitados abarrotaban el interior de la iglesia de los Jerónimos, pero en esta ocasión los únicos presentes
serían su hija, la Tata, Lucas, Candela y Marcos, el mejor amigo de Pedro, que volaría desde Idaho.


Había elegido para la ocasión un vestido sencillo de color marfil, fresco y apropiado para una boda en el campo, y su hija llevaría otro confeccionado con la misma tela vaporosa y un discreto adorno floral en el pelo. También había acompañado a la Tata de tiendas para que eligiera el elegante traje de chaqueta azul marino que se empeñó en comprar, a pesar de que Paula le aseguró que iba a asarse
de calor.


Una de las cosas que más había sorprendido a Paula era la forma en que la Tata se había tomado la noticia; desde luego, lo último que había esperado era que su entusiasmo casi sobrepasara el de Sol.


Sobre todo porque nunca había sentido mucha devoción por su anterior marido, algo que ella había achacado siempre a los celos. Sin embargo, ahora no paraba de hablar de los sabrosos platos que iba a preparar para el querido mister Alfonso. Era tal su entusiasmo, que en un momento dado Paula ya no pudo contenerse y le espetó:


—No te entiendo, Tata. A Álvaro no lo aguantabas y, sin embargo, solo te falta ponerte a hacer reverencias cuando hablas de «el querido mister Alfonso», aunque casi no lo conoces de nada.


Ella le dirigió una mirada condescendiente:
—Más sabe el diablo por viejo que por diablo, y no hay que ser muy listo para darse cuenta de que mister Alfonso es un hombre de verdad.


Su respuesta, sin saber por qué, la molestó.


—¿Quieres decir con eso que Álvaro no lo era?


La Tata resopló con desdén.


—Tu marido era como un cachorrito simpático, muy mo-no si quieres jugar un rato, pero inútil para guardar la casa.


Aquella descripción, que en el fondo sabía que era de lo más acertada, la irritó aún más.


—Así que consideras que Pedro tiene pinta de ser un buen perro guardián. Está claro que su tamaño te ha deslumbrado, Tata —replicó, sarcástica.


Los ojos pequeños y oscuros de aquella mujer que la había cuidado desde que nació y que conocía hasta el último pliegue de su alma se entrecerraron al mirarla.


—Como de costumbre, eres incapaz de ver lo que tienes justo delante de tus narices.


Y con esa respuesta tan críptica, se dio media vuelta y se alejó en dirección a la cocina, mientras Paula, mosqueada, permanecía de pie en el mismo lugar tratando en vano de descifrar qué habría querido decir con eso.





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