miércoles, 21 de diciembre de 2016

TE QUIERO: CAPITULO 28





El mismo día de la boda, Pedro fue a recogerlas temprano en el todoterreno que había alquilado y, en un periquete, cargó el equipaje en el maletero y las hizo subir al coche. 


Paula, sentada a su lado en el asiento del copiloto, miraba ensimismada la carretera, sin dejar de retorcer entre sus dedos el largo collar de cuentas que se había puesto esa mañana.


—Te veo nerviosa, Paula, baby.


Ella regresó de donde quisiera que la hubieran llevado sus alborotados pensamientos dando un respingo.


—¿Nerviosa? Qué va, al fin y al cabo, no es la primera vez que me caso… —Se detuvo abruptamente, abochornada por la forma en que sus no-nervios la habían traicionado.


—También se casó con mi padre —aclaró Sol con amabilidad desde la parte trasera del vehículo


—. Yo también me casaré muchas veces cuando sea mayor. Los vestidos son muy chulos.


Muerta de vergüenza, su madre se cubrió con las palmas de sus manos las mejillas encendidas.


—¿Dónde está Herodes cuando se le necesita? —masculló entre dientes.


Pedro desvió un segundo la vista de la carretera y la miró, divertido, antes de dirigir sus ojos hacia el retrovisor para responder a Sol.


—Me temo que no dejaré que tu madre se case con nadie más. Soy un hombre muy celoso.


Los grandes ojos azules de la niña le devolvieron la mirada a través del espejo.


—¿Como el sultán del cuento que me contaste el otro día?


—Justo como él.


—¿Y también la encerrarás en una torre para que no escape? —Pedro siempre abría ante ella un fascinante mundo de posibilidades.


—Creo que más bien lo haré en mi dormitorio…


Solo Paula oyó aquellas palabras, pronunciadas en voz muy baja, y volvió la cabeza hacia él en el acto, alarmada. Al ver su expresión, el americano soltó una estruendosa carcajada.


—Solo era una broma, baby. —Y le guiñó un ojo con picardía.


Sin embargo, su disculpa no logró tranquilizarla en absoluto y, cada vez más inquieta, decidió que había llegado el momento de cambiar de tema.


—Me gustaría saber a dónde vamos, Pedro.


—Vamos a… —El americano nombró un pueblecito en la provincia de Badajoz.


A ella se le iluminaron los ojos al oírlo y, de pronto, se olvidó de sus preocupaciones.


—¡Qué casualidad! La finca de mi padre, en la que pasé las mejores vacaciones de mi vida, está justo al lado.


Durante el resto del camino, Paula les contó anécdotas de aquellos veranos que había pasado en la finca en compañía de Lucas y Candela y, entre estas y los comentarios socarrones que de vez en cuando hacía la Tata a mayor abundamiento, las risas resonaron sin cesar dentro del coche.


Sin embargo, a medida que se acercaban a su destino, las ganas de hablar de Paula fueron decayendo, así que se concentró en admirar aquel paisaje amado que la transportaba a una época llena de felicidad. Solo rompió su silencio cuando Pedro se desvió por un estrecho camino sin asfaltar bordeado de jaras.


—¡Pedro, por aquí se va a mi finca! Bueno, a la finca que fue nuestra.


—Lo sé, Paula, baby. Candela me comentó que siempre habías soñado con casarte en la capilla de esta casa y quería darte una sorpresa.


Paula abrió la boca para decir algo, pero fue incapaz. De pronto, se sentía desbordada por una intensa emoción y los ojos se le llenaron de lágrimas que luchó por reprimir. A él no se le escapó el brillo húmedo de sus iris castaños ni los esfuerzos que hacía para contenerse y, con una mirada cargada de ternura, añadió:
—No irás a llorar, ¿verdad, baby?


Ella sorbió ruidosamente y sus labios temblaron al contestar.


—No, no voy a llorar. —Se soltó el cinturón y, sin más, se abalanzó sobre él, se abrazó a su cuello, sin que le importara lo más mínimo que estuviera conduciendo, y depositó un beso ligero en aquella boca firme y decidida—. ¡Muchas gracias, Pedro! Es una sorpresa fantástica.


Al sentir aquel beso —que era el primero que ella le daba de forma espontánea—, Pedro se emocionó también y cambió de asunto, para disimular.


—Por cierto, Paula, baby, me temo que debo recordarte una de las reglas de tu manual de urbanidad. —Todavía aturdida por la impresión de aquel inesperado regalo, Paula lo miró sin comprender—. ¡No se sorbe!


Su dedo índice la apuntó, amenazador, y ella lanzó una carcajada.


—Tienes razón, Pedro. Es de muy mala educación. —Agradecida, acarició su muslo arriba y abajo sin notar la repentina tensión que se apoderó de él.


—¡Ya hemos llegado!


Con suavidad, el americano apartó aquella mano indiscreta y soltó un suspiro de alivio, sin que Paula, demasiado ocupada admirando la preciosa casa de piedra a la que no había vuelto desde hacía años, se percatara de nada. Sin esperar a que el coche se hubiera detenido del todo abrió la puerta, impaciente y excitada.


—¡Todo parece estar como siempre! No sabía que la alquilaban para bodas. —Aspiró con deleite el aroma de los jazmines que trepaban por la fachada de piedra.


Pedro bajó del coche y rodeó su estrecha cintura con su brazo.


—En realidad hace años que está deshabitada. El propietario me ha hecho un favor al prestármela durante unos días. He contratado un equipo de limpieza para hacerle un lavado de cara, pero ya te darás cuenta de que hay muchas cosas que necesitan reparación. Tu antigua habitación está lista, la Tata me dijo cuál de ellas era. Allí dormirá Sol y tú puedes vestirte en ella, ya sabes que da mala suerte que el novio te vea antes de la ceremonia.


Pedro se detuvo ahí y, sofocada, Paula se dijo que, seguramente, aquella noche ambos compartirían el inmenso dormitorio que siempre había ocupado su padre. Para disimular su turbación se dirigió a su hija con fingido entusiasmo:
—¡Vamos a explorar, Sol! Tú solo eras un bebé la última vez que estuviste en esta casa.


Por el rabillo del ojo, Paula vio que la Tata ya se había hecho su composición de lugar y empezaba a dar órdenes a diestro y siniestro a las dos mujeres, contratadas para la ocasión, que habían salido a recibirlos.


Paula, sin soltar la mano de su hija, recorrió todas las estancias de la hermosa vivienda mientras le contaba algunos de los episodios que tuvieron lugar entre aquellas paredes cuando era niña. Como había dicho Pedro, se notaba que hacía tiempo que nadie vivía en ella; había huellas de goteras en los techos y muchas habitaciones necesitaban una buena mano de pintura. Sin embargo, todo estaba escrupulosamente limpio y allí seguían la mayor parte de los muebles que Paula se había visto obligada a malvender junto con todo lo demás.


Lo único que le había pedido Pedro era que no se asomara al jardín situado frente a la fachada posterior, pues era allí donde se celebraría el banquete de bodas y quería mantener el misterio; así que decidieron comer en el patio empedrado, lleno de plantas y flores, cuya rumorosa fuente de mármol añadía un toque de frescor muy necesario a aquellas alturas del verano.


Casi habían terminado cuando se oyeron voces, y Candela, Lucas y Marcos aparecieron en el patio. Al verlos, Sol se levantó en el acto de la mesa y corrió a recibirlos con un abrazo. Paula la imitó, muy contenta de que hubieran llegado por fin; de pronto, se dio cuenta de que el apoyo de sus dos mejores amigos era justo lo que necesitaba en esos momentos. Pedro se apresuró también a dar la bienvenida a su amigo Marcos, un tipo casi tan grande como él, pero de pelo muy rubio, con una de esas estremecedoras palmadas en la espalda que solían intercambiar.


—¿Queréis comer algo?


—No te preocupes, ya hemos comido. Aunque sí que me tomaría un café con hielo —respondió Candela.


—Idem —dijo Lucas, al que no le gustaba gastar más saliva de la necesaria. La pelirroja puso los ojos en blanco.


—Qué viajecito me ha dado, menos mal que venía Marcos con nosotros…


—¿Ya te has peleado otra vez con tío Lucas? —Para Sol, las peleas de aquellos dos eran una fuente continua de diversión.


—No sabes lo que es hacer un viaje con él, cualquiera diría que cada palabra le cuesta dinero — se quejó Candela, al tiempo que se comía un bombón que había sobre la mesa—. Busca un sinónimo de la palabra «seta» en el diccionario y seguro que aparece su nombre.


—¿Me estás llamando aburrido?


La pelirroja alzó su pequeña nariz salpicada de pecas, retadora.


—Pues sí.


—Ya me parecía a mí. —Lucas tomó asiento en una de las sillas sin inmutarse, lo cual, como de costumbre, le fastidió aún más.


—¿Veis lo que os digo? —Candela se volvió hacia el resto con cara de mártir.


—Para qué voy a hablar si ya lo dices tú todo. Seguro que al pobre Marcos le duele la cabeza… —Le dirigió una mirada perezosa por entre sus párpados entrecerrados.


El gigante rubio se apresuró a negar aquella afirmación con unas palabras galantes, pero Candela lo ignoró por completo y se encaró con Lucas, una vez más, con sus grandes ojos grises despidiendo chispas de indignación.


—¿Me estás acusando de ser una charlatana insoportable?


Lucas se encogió de hombros.


—Si tú lo dices…


—Niños, hoy está prohibido pelearse. —Paula alzó las palmas de las manos como si se dispusiera a repartir bendiciones y cambió de tema—. Dime, Cande, ¿has sido tú la que te has encargado de todo esto?


—Frío, frío —su amiga le lanzó al americano una mirada cómplice—. Yo solo le he dado alguna que otra idea a Pedro de cómo te gustaría que fuera tu boda, pero ha sido él el que lo ha organizado todo. Estoy segura de que te va a encantar.


Paula se volvió hacia su exjefe, que seguía la conversación con una sonrisa de complacencia.


—Estoy tan sorprendida… —La expresión de sus rasgados ojos castaños era tierna y agradecida.


Él agarró su mano y le dio un apretón afectuoso.


—Y eso que aún no lo has visto todo, baby.


Después de la sobremesa cada uno se retiró a su habitación, a fin de evitar las horas de más bochorno y dormir una pequeña siesta.






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