martes, 20 de diciembre de 2016

TE QUIERO: CAPITULO 26





—¡¿Que vas a qué?! —Paula separó el auricular de su oreja; el grito de Candela casi la deja sorda.


—Me caso en dos semanas, Cande —repitió con paciencia.


—Voy para allá —fue la única respuesta de su amiga antes de colgar.


Media hora después, el timbre de la puerta sonaba, insistente. Nada más abrir, Candela, con los pelos más de punta que nunca, se coló en el interior sin ni siquiera dar los buenos días.


—¿Puede saberse qué está pasando? ¿Has perdido la cabeza?


Paula se llevó un dedo a los labios.


—¡Shh, calla! Espera a que se vayan Sol y la Tata a la compra.


En ese momento, salieron las aludidas de la cocina. Su hija arrastraba el carrito vacío con entusiasmo golpeándolo, una y otra vez, contra las paredes del estrecho pasillo.


—Tata, Cande se queda a comer —anunció Paula sin ni siquiera preguntar a la interesada. Sabía que Candela, acostumbrada a alimentarse a base de sándwiches por el día y alguna ensalada por la noche, no dejaría escapar la oportunidad de comer uno de los deliciosos guisos caseros de la Tata.


Cuando al fin se quedaron a solas, se sentaron en el sofá del salón y empezaron las explicaciones.


—Dijiste que nunca volverías a casarte. —Candela la miró, acusadora.


—Caramba, Candela, ¿quieres que te recuerde las veces que has repetido que no volverías a cometer los mismos errores con el siguiente tipo que conocieras y luego te has comido tus palabras con patatas? —Irritada, le recordó a su amiga su comportamiento más que voluble.


—No tiene nada que ver. En mí eso es normal, pero tú eres diferente. —Gesticulaba mucho con las manos al hablar, algo que hacía siempre que estaba nerviosa.


—Está claro que no tan diferente.


La pelirroja la examinó con atención antes de preguntar a bocajarro:
—¿Estás enamorada de él?


Paula se removió, incómoda, en el sillón.


—Me conoces demasiado bien, Cande. A ti no te voy a mentir. Es un matrimonio de conveniencia. —Al ver la cara estupefacta de su amiga, Paula supo que tendría que contarle toda la historia—.Verás…


Durante la siguiente media hora la puso al día de todo lo ocurrido con Antonio de Zúñiga, le contó la irrupción de los dos matones en el piso y le reveló, por fin, la cuantía real de la deuda que mantenía con el marqués. Por una vez en su vida, Candela no la interrumpía a cada rato, sino que la escuchaba, boquiabierta, con una expresión horrorizada en sus grandes ojos grises.


—¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó cuando Paula terminó su explicación.


—No quería agobiarte con mis problemas. No había nada que pudieras hacer. —Paula se encogió de hombros ligeramente.


Al oírla su interlocutora alzó los ojos al cielo, exasperada; sin embargo, se limitó a hacerle una nueva pregunta:
—¿Qué va a ocurrir con Antonio de Zúñiga?


Pedro me dijo que no me preocupara, que él se encargaría de todo. —Volvió a encogerse de hombros, como si no supiera qué pensar al respecto—. No sé, hay algo en Pedro Alfonso que te hace confiar en que podrá enfrentarse a lo que se tercie y solucionarlo. A lo mejor es por su tamaño extragrande…


—¿Se lo contaste al Mataperros? —Candela interrumpió, impaciente, aquellas reflexiones inútiles y a Paula no se le escapó el destello de celos que brilló durante un segundo en sus pupilas.


—No, Lucas tampoco sabe nada. Ya sabes que se gana la vida bien, pero no tiene la clase de dinero que yo necesitaba para saldar mi deuda.


—Me gustaría coger al imbécil de Álvaro por banda y sacudirlo hasta que se le descolocaran todos los dientes —declaró la pelirroja con ferocidad.


Paula le pasó el brazo por encima de los hombros para tranquilizarla.


—Deja a Álvaro tranquilo, lo único que puedo sentir ya por él es lástima por la manera estúpida en que desperdició su vida.


Al oírla, Candela volvió la cabeza hacia ella y preguntó con los ojos clavados en su rostro:
—¿Y qué es lo que sientes por Pedro Alfonso?


Paula se quedó pensativa; aquello era algo sobre lo que, en los últimos días, había reflexionado mucho.


Pedro es un amigo, un buen amigo —empezó a decir despacio, como si quisiera dar voz a sus pensamientos más íntimos con la mayor precisión—. Es un hombre divertido y a su lado me siento segura. No sé si una mujer tan independiente como tú podrá entenderlo, pero en los últimos años me he visto tan superada por los acontecimientos que es algo que agradezco profundamente. Te mentiría si te dijera que no me asusta el futuro, pero procuro apartar esos pensamientos de mi cabeza. Ahora lo único que puedo hacer, si no quiero volverme loca, es vivir al día y enfrentarme a lo que vaya surgiendo en cada momento.


—Pero apenas lo conoces. —A la pelirroja no le gustaba hacer de Pepito Grillo, pero no le quedaba más remedio; al fin y al cabo, Paula era su mejor amiga.


—Tienes razón, Cande. Lo poco que sé de él es que es un hombre con un exagerado sentido del humor, pero también tiene un lado inflexible y despiadado (algo inevitable en un hombre hecho a sí mismo, supongo) que, aunque no asoma a menudo, soy consciente de que está ahí. No voy engañada a este nuevo matrimonio, pero por más que pienso no encuentro otra solución.


Permanecieron un rato sin decir nada, cada una dándole vueltas a lo que rondaba en su cabeza, hasta que Candela rompió el silencio.


—Bueno, al menos hay una cosa que me tranquiliza en todo este disparatado asunto.


Paula hizo un esfuerzo para escapar de sus negros pensamientos y la miró con curiosidad.


—Tengo la sensación de que tu atractivo gigante está colado por ti.


Al oírla, Paula no pudo evitar lanzar una carcajada y, sacudiendo la cabeza con indulgencia, afirmó:
—De verdad, Cande, eres una romántica incorregible.




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