martes, 20 de diciembre de 2016

TE QUIERO: CAPITULO 24





Al otro lado del Atlántico, Pedro repasaba unos documentos en el enorme despacho de la planta setenta y dos de uno de los más exclusivos rascacielos de Manhattan cuando sonó su móvil.


Fastidiado por la interrupción, miró la pantalla sin muchas ganas de cogerlo, pero, al ver el número de Paula, contestó en el acto.


—¡Qué sorpresa, Paula, baby!


Sonriente, se recostó sobre el respaldo de cuero de su cómodo asiento ergonómico, al tiempo que inclinaba la cabeza a uno y otro lado para desentumecer los músculos de su cuello.


—Ho… Hola, Pedro. Espero… espero no molestarte. —La voz femenina sonaba vacilante, muy distinta del tono alegre y desenfadado que había empleado en otras ocasiones en las que él la había llamado.


—Tú nunca molestas, baby.


—Sí, bueno. Verás… —empezó a decir; pero, de repente, se quedó en silencio como si no supiera cómo continuar. A Pedro le sorprendió que ni siquiera se molestara en regañarlo con buen humor, como solía, por haberla llamado baby.


Preocupado, tamborileó con las yemas de los dedos sobre la inmensa mesa de acero y cristal, repleta de papeles, y preguntó con urgencia:
—¿Qué ocurre, Paula? Sé que algo te preocupa, ¿qué es?


El americano notó la forma en que ella cogía aire y esperó, impaciente. A Paula le llevó unos cuantos segundos, pero al final respondió:
—Verás, Pedro, sé que te va a sonar un poco extraño… —emitió una risa nerviosa que hizo que su interlocutor se pusiera aún más tenso de lo que ya estaba—. Quería saber… En realidad, me preguntaba si aún…


Pedro la imaginó retorciendo, inquieta, uno de los mechones castaños y brillantes de su larga melena, como la había visto hacer a menudo.


—Suéltalo de una vez, Paula.


—¿Sigues queriendo casarte conmigo? —preguntó con brusquedad.


El silencio que siguió a sus palabras se hizo tan profundo que Paula se clavó los dientes en el dorso de la mano que tenía libre para evitar que se le escapara un sollozo mientras se aferraba al teléfono con todas sus fuerzas, hasta que su palma se empapó de sudor. Cuando un rato después Pedro decidió romper su mutismo, evitó darle una respuesta directa.


—Creo que sale un vuelo a Madrid en unas horas. Mañana te llamaré para quedar a comer. —Sin esperar respuesta, colgó el teléfono y permaneció contemplando, abstraído, las impresionantes vistas del skyline de Manhattan enmarcadas por el gigantesco ventanal.




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