lunes, 19 de diciembre de 2016
TE QUIERO: CAPITULO 21
El domingo Paula amaneció casi a las dos. Se estiró con deleite, contenta de que el estrés de organizar la fiesta hubiera pasado y que esta hubiera sido un éxito rotundo. Sin embargo, al momento le vino a la cabeza el recuerdo de la boca de Antonio de Zúñiga apretada contra la suya de manera dolorosa y el temor que la invadió hizo que se le contrajera el estómago.
Aquel sentimiento de indefensión la había llevado a contarle sus problemas a Pedro Alfonso, algo de lo que ahora se arrepentía. No tenía sentido preocuparlo con sus miserias, lo mismo que no habría tenido sentido contarles la verdad completa a Lucas y a Candela. Tras varios años de luchar sin tregua, se consideraba una mujer independiente y capaz; estaba segura que después de la noche anterior le lloverían los encargos. Pagaría a aquel hombre detestable, poco a poco, como había hecho hasta entonces, y él tendría que aguantarse, se dijo, tratando de relegar a un rincón oscuro de su cerebro una vocecilla irritante que le advertía que aquello no iba a resultar tan fácil.
Apartó las sábanas con decisión y se levantó de la cama, resuelta a no dedicarle al marqués de Aguilar un solo pensamiento más. Descalza, fue a la cocina donde la Tata preparaba uno de sus sabrosos guisos mientras su hija componía un creativo collage con lentejas y garbanzos sobre la pequeña mesa que servía de comedor.
—¡Buenos días!
Sol corrió a darle un beso y preguntó, excitada:
—¿Qué tal la fiesta? ¿Hubo payasos?
—Alguno hubo, sí señor —musitó Paula recordando el desagradable encuentro con Antonio de Zúñiga; luego, en un tono normal, respondió—: La verdad es que estuvo genial, todo salió a la perfección. Te hubieran encantado los fuegos artificiales, solete. De todas formas, en cuanto salgan las fotos en el ¡Hola! te las enseño.
—¿Va a salir tu fiesta en el ¡Hola!? Cuando se lo enseñe a la portera le va a dar un ataque — comentó la Tata con evidente satisfacción.
—Qué bien huele, Tata, estoy muerta de hambre. —Aspiró el delicioso aroma con fruición.
—Ha llamado tu mister Alfonso. —La Tata presumía de saber idiomas.
—No es mi mister Alfonso—repuso Paula, al tiempo que empezaba a poner los platos en la pequeña zona libre de lentejas que quedaba en la minúscula mesa tras los alardes artísticos de Sol—. ¿Qué quería? ¿No le has invitado a comer?
La Tata sacó la cuchara de madera de la paella, pasó un dedo por la parte redonda, se lo chupó y asintió, satisfecha, antes de continuar:
—Sí. Le conté que iba a preparar mi famoso arroz con pescado, pero dijo que lo sentía, que no podía pasarse. Me pidió que le llamaras en cuanto te despertaras.
Paula terminó de poner la mesa y fue a buscar su móvil, que estaba cargando sobre la mesilla de noche.
—Hola, Pedro. Sí, recuperada por completo. Muy bien. No hay ningún problema. Me pasaré por el Palace esta tarde. Hasta luego.
Su hija que, como de costumbre, estaba a su lado escuchando toda la conversación, preguntó:
—¿Por qué no viene? Me gusta jugar con él. Pedro es muy divertido.
—Ha dicho que tenía algo importante de lo que hablar conmigo y que sería mejor hacerlo en terreno neutral.
—¿Qué es terreno neutral?
Sol arrugó su naricilla, perpleja.
—Pues un sitio donde no haya Tatas cotillas ni niñas de seis años que interrumpan a todas horas
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