jueves, 8 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 13




«¡Me desafío!»


Al fin logré sacar algo que no fuera trato laboral y afable.


Quiero ver la sangre tana debajo de la cordial y simpática mujer que trabaja para mí.


¿Qué no cree en el amor?


Ya veremos…


Subo en mi coche y marcho a la oficina. En el primer semáforo en rojo, me sorprendo a mí mismo viendo mi rostro en el espejo retrovisor, con una sonrisa tonta plasmada en mi rostro. Esa sonrisa que tengo reservada únicamente para mis hijos.


Ahora la pregunta es: ¿Cómo se conquista a una persona como Paula Chaves?


Mi hermano Augusto me presentó a una chica, hace un par de días; bella y simpática, de eso no cabe dudas, ¡es muy hermosa! Lo malo es que hoy es viernes y quedé en cenar con ella, pero también acepté el reto de Pau para conquistarla. Y no quiero tener que marchar precisamente hoy a una cita y volver a la madrugada oliendo a sexo.


Pienso estrategias y las descarto automáticamente. Dejaré que fluya. Le permitiré a la vida que por una vez me sorprenda. Después de todo… ¿así es como lo hacen las personas comunes verdad?


Una vez en mi despacho todo es un caos. Los viernes son los peores días de la semana. Últimamente decidí no venir a trabajar los sábados, así que tengo que dejar todo pronto ¡hoy!


Golpean y entran todo a la vez.


«Detesto que hagan eso» Por lo que puedo suponer quien será.


—Querido, tenemos que hablar.


Levanto la cabeza de mi laptop y lo miro. Nunca es bueno escuchar el famoso “tenemos que hablar” venga de quien venga.


—¿Qué cuernos pasa, André?


—El viejo Goldshmidt acaba de aparecer asesinado.


—Es una broma, ¿verdad?


—Ojalá. Pero no creo que el disparo que le dieron en la nuca fuera algún tipo de terapia alternativa.


—Y, ¿entonces?... ahora tenemos un caso de homicidio en vez de un puto acuerdo de divorcio.


—La policía no tardará en llegar, y como representantes legales del viejo querrán saber todo sobre el testamento, relacionamiento con familiares, amigos y ni hablemos de la loba.


—¡Viejo estúpido! Eso le pasa por confiar en las mujeres… setenta y siete años y meterse con alguien de treinta.


André asiente en silencio y presiona el intercomunicador para llamar a mi secretaria.


—Clarita amor de mis amores… ¿nos podrías conseguir un almuerzo decente y dos botellas de agua mineral con gas heladas? Gracias dulce.


Sin levantar la mirada de los expedientes gruño…


—No me gusta que le hables con tanta familiaridad a mi secretaria, con la tuya haz lo que se te antoje, pero con la mía no.


—¿Celoso? —ríe a carcajadas y se coloca sus gafas cuando no logra leer la letra chica de un informe.


—¿Presbicia?


Da insultos entre dientes y ahora soy yo quien ríe.


—Respeto idiota, de eso se trata. En donde se come no se caga.


—Muy fino lo suyo Alfonso y hablando de respeto, de tus empleadas y demás… invité a cenar a tu sexy nana hoy a la noche.


Me pongo de pie tan rápido que muevo conmigo unos centímetros mi enorme y pesado escritorio.


—Ella aceptó —remata André y yo siento un enorme malestar brotar de mi interior.


Mis puños cerrados y mis nudillos contra la mesa, contienen las ganas de tirarme sobre él y estrangularlo con la corbata.


¿Qué puedo hacer?


¡Nada!


Después de todo, si ella aceptó, es porque le gusta.


«Mierda»


—¿Algún inconveniente? —pregunta mi amigo y socio.


Y en contra de mi voluntad, con una fuerza admirable respondo…


—No. Ningún problema.


Continuamos trabajando a toda prisa antes que nos caiga algún detective por el caso de Goldshmidt.


Agradezco el trabajo y la distracción. Cualquier cosa es buena para quitar la imagen de mi amigo y la señorita Pau juntos.


Esa noche cuando llego a casa, encuentro a Felipe haciendo los deberes en la pequeña mesa del living y a Sara jugando con las Barbies. Beso a mis niños y saludo a Concepción.


Camino a la cocina en busca de la señorita Pau. Necesito algunas explicaciones… después de todo, ella es mi empleada y no le pago para andar armando citas con mis amigos.


«A quien intento engañar»


En la cocina como de costumbre, encuentro la cena en una fuente cubierta con papel de aluminio lista para calentar, pero ni rastro de ella.


Hoy es viernes, por lo que concluyo se debe encontrar en casa y no en su clase de salsa.


Subo las escaleras y llego al pasillo que une nuestras habitaciones. Veo luz por debajo de la puerta de su dormitorio.


«La encontré»


Golpeo y aguardo.


No soy hombre de esperar. Cuando quiero algo voy por ello. 


Pero en este caso y en este preciso momento toca esperar.


Nada.


Intento nuevamente. Golpeo y espero. Pero nadie responde.


Pruebo abrir la puerta, y para mi sorpresa, esta se encuentra sin trancar.


Ingreso y cierro tras de mí. Mi respiración está alterada como si hubiese corrido veinte kilómetros. Y lo que veo sobre la cama me hiela la sangre y hace que el ogro Alfonso entre en acción.


Sobre la gran cama veo un justo, corto y escotado vestido negro.


«¡Puto André, puto vestido y puto el universo!»


Su recámara se encuentra en penumbra y únicamente se mantiene encendida una de las lámparas de las mesas de luz. En el estéreo termina una canción que no reconozco y comienza una empalagosa melodía de Ricardo Montaner… 


Castillo Azul. Nunca soporté este tipo de música, pero hoy y ahora solo reavivan el fuego.


La puerta del baño se abre y la señorita Pau sale en medio del vapor que produjo la reciente ducha, vistiendo únicamente un caliente conjunto de ropa interior.


Ricardo Montaner canta en ese momento…



“Ven y te explico lo que somos,
en nuestra habitación…”

Negro y rojo.


De encaje.


Con el pelo mojado cayendo como una cascada hacia un lado, pide sexo a gritos.


Cuando me ve, se asusta e instintivamente intenta cubrir sus pechos.


—¿Rojo y negro? —digo más para mí que para ella. El dolor de la traición sale junto a mis palabras.


Me duele pensar en ellos dos juntos.


«Si un día desnudando a una mujer, ves que su corpiño coincide con la tanga… fue ella quien decidió llevarte a la cama» no tengo mejor momento para recordar ese dicho, que éste.


Miro a la señorita Pau y luego la puerta.


La puerta… el escape y libertad, versus la señorita Pau.


La melodía continúa sonando y el trance en que me encuentro cada vez es peor.



“Poco a poco y el amor no se aguantó,
No hay prisa, pero no puedo esperar,
Boca a boca te doy un respiro.
Tu cuerpo y el mío encuentran la posición.
En este castillo azul se escribirá una historia, basada en nosotros dos…
…ven y te explico lo que somos en nuestra habitación…”


Jamás pensé que esta canción me fuera a gustar. Y mucho menos que me calentara tanto como lo está haciendo, aquí y ahora.


—Disculpe —digo finalmente y camino hasta la puerta.


Tomo el pestillo y coloco el pasador.


El chasquido que produce me dicen que ya no hay vuelta atrás.


Cierro los ojos y apoyo la frente en la fría madera de la puerta.


Lentamente giro y comienzo a aflojar mi corbata… de otra forma no podré seguir respirando.


—Señor Alfonso… ¿Qué hace acá? —susurra atemorizada, dando un par de pasos atrás, mientras lentamente camino en su dirección.


Prácticamente está dentro del baño, cuando me abalanzo sobre ella y la atrapo en el preciso momento en que intenta cerrar la puerta.


La tomo por la cintura y la levanto hasta que su culo alcanza la mesada del baño. La siento sin mucha delicadeza y gruño… —¿Rojo y negro? —herido por la traición que siento.


«La estúpida e imaginaria traición»


Abre grande sus ojos y parece desconcertada.


Cuando intenta decir algo en su defensa, no lo logra.


Atrapo su boca con la mía y con mi mano en su nuca, la inmovilizo.


—Usted… no se va a ningún lado ¿entendió? —comento entre jadeos.


—Pero… —intenta alegar cuando nuevamente introduzco mi lengua en su boca y con la otra mano, aproximo sus nalgas hasta el borde. Dejándola con una pierna a cada lado de mi cadera.


Forcejea y eso me calienta más.


Restriego mi erección en su entrepierna y ella suelta un gemido. Pero para mi sorpresa me empuja.


—¿Qué hace? —grita entre sollozos.


—No quiero que salga con André.


—¿Y eso le da derecho a entrar a mi dormitorio y manosearme?


—¿Manosearla?


Recién en ese instante me doy cuenta de lo que estoy haciendo.


Me retiro asqueado por mi conducta.


—Disculpe.


—¿Qué lo disculpe? —suelta en medio de gritos —¿quién demonios se cree que es, para entrar de esa forma?


—Disculpe, es que cuando me enteré que hoy saldría con André me puse como loco.


—Piensa muy mal de mi señor Alfonso —. El dolor que hay detrás de esas palabras me hace mierda —yo jamás saldría con alguien que está en pareja. Ya me lo hicieron a mí una vez y no camino en esa misma dirección.


—Lo lamento mucho —. Reitero con vergüenza. Camino en dirección de la puerta intentando por todos los medios no mirar a la mujer por la que perdí los estribos. Pero antes de irme aclaro… —De todas formas, André no se encuentra en pareja. Solo fueron estúpidos celos míos.


—¿Ustedes ya no son pareja?


—¿Cómo? —su comentario me hace frenar y girar nuevamente para enfrentarla. Necesito que repita lo que acaba de decir…—¿Cree que somos pareja?


—¿Ustedes ya no son…?


—¿Cree que soy gay señorita Pau? —la furia vuelve a mí.


—Si —responde sincera elevando sus hombros. Y yo estoy entre que la mato o me la cojo para demostrarle que tan gay soy.


Respiro hondo y cierro los ojos intentando contenerme.


—No, señorita, no soy gay.


—¡Oh!


—Nuevamente le pido disculpas. Y le doy mi palabra que no volverá a suceder, aun no entiendo qué fue lo que me ocurrió.


—¿Por qué no va a volver a ocurrir?


—¿Disculpe?


—Nada —se apura en responder.


Luego ingresa al baño y sale anudando el lazo de su albornoz.


Nuestras miradas se cruzan y ninguno está dispuesto a retroceder. Palabras no dichas, sentimientos que crecen minuto a minuto, soledad… ¿amor? Son fragmentos de lo que pasa por mi mente.


Desde fuera se escuchan pasos y la voz de Concepción llamándome.


—Señor Alfonso en la entrada lo buscan dos policías —. Llama la insistente mujer desde fuera de la puerta de mi dormitorio, solo que ¡no estoy ahí!


«Mierda»


Miro a Pau y ella sonríe pícaramente. Oh no cariño… no te burles de mí porque luego vas a arrepentirte.


—Usted tendrá que ayudarme señorita Pau.


La ecuación no era muy complicada. Me buscaran en mi dormitorio, luego en el despacho y la biblioteca. Si no me encuentran las lenguas no demoraran en hacer locas conclusiones vinculando a la cocinera con el jefe.


«Aunque en este caso no serían tan “locas”»


—Usted entretenga a Concepción y haga que baje a la cocina.


La carita de miedo en el rostro de ella me mata de amor. 


Está preocupada por ser pescada infraganti. Y para mí lo primordial es resguardar su reputación.


Después de todo, fui yo quien irrumpió en su dormitorio.


—Pero… ¿no puedo bajar de bata si hay policías?


—Rápido, vístase con algo.


Me observa por un instante y luego con una sonrisa extraña en el rostro desata lentamente su bata. La deja caer al suelo y toma el vestido que reposa en su cama.


Se lo coloca con una admirable gracia y tras tomar un sobre de mano, sube sobre sus altísimos zapatos negros, camina hasta la puerta, y con la mano en el picaporte, suelta algo de su descaro.


—No se preocupe, que ya la distraigo señor Alfonso. Que tenga bonita noche.


Guiñó uno de sus cautivantes ojos, algo que ya es muy típico en ella y se marchó.


«¿Si esto no fue un desafío?... ¡Yo no sé nada de la vida!»


Quedo solo.


Con la boca abierta por el asombro, una sensación de vacío en el pecho y un abultado y duro bulto en el pantalón.


Desde fuera se escucha a Pau llamar a Concepción.


—¿Tienes un minuto, niña? Es que tengo que mostrarte algo de la cena, urgente —hasta ahí estábamos bien, salvo que luego remata con un… —ya me voy, es que tengo una cita.


Y gracias a Dios escucho el sonido de ellas descender por las escaleras, porque juro por Dios que estaba a punto de salir al ataque.


Salgo sigilosamente de su dormitorio y cierro la puerta. 


Rápidamente ingreso al mío y me quito el saco. Estoy a punto de colgarlo en el despojador que se encuentra a un lado del ventanal, cuando veo el portón de casa abrirse y la camioneta de la señorita Pau salir.


«Ya me las pagará señorita Chaves»


¿Una cita?... veremos quien ríe último. Tomo mi móvil y llamo a mi amigo.


Ni bien responde al llamado suelto un seco y demandante…


—André, te necesito ya mismo en casa, la policía está aquí.


—¿La policía?


—¡Ya! —grito molesto.


«La mierda compartida es mejor» Piensa mi yo interior. Ya me imagino a la señorita Pau en casa en una hora, plantada por su “cita” y yo aquí dispuesto a consolarla en mi cama.




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