miércoles, 16 de noviembre de 2016

AVENTURA: CAPITULO 18




Paula agradeció infinitamente que sólo Angela fuera a trabajar al día siguiente. Había intentado disimular con maquillaje los estragos de una noche entera llorando sobre la almohada, pero era imposible engañar a su amiga.


—¿Qué ha pasado, cariño?


Pedro y yo hemos roto. Anoche estuve llorando y... y... —para su sorpresa, de nuevos sus ojos se llenaron de lágrimas.


Angela colgó el cartel de Cerrado en la puerta y llevó a Paula al almacén.


—Voy a hacer un café. Tú siéntate ahí y llora todo lo que quieras.


Ella obedeció, agotada, pero unos minutos después se sonó la nariz y consiguió sonreír, aunque no le salió bien del todo.


—Si quieres, te cuento cómo han ido mis vacaciones. Tú no tienes que contarme nada —sugirió Angela, ofreciéndole una taza de café—. O puedes contarme qué ha pasado. Prometo guardarte el secreto.


Paula tomó un sorbo de café y empezó a contárselo todo, desde la operación que había dado al traste con sus esperanzas de tener hijos algún día hasta la proposición de Pedro.


—Sé que él quiere formar una familia, así que tuve que rechazarlo. El sugirió entonces que me fuese a vivir con él a Londres.


—¿Y eso tampoco te pareció bien?


—En realidad, sí —contestó Paula—. Pero no puedo arriesgarme. Si lo hiciera, no me quedaría nada a lo que volver cuando lo nuestro terminase. Y sé que terminará.


—Paula, no sabes cuánto lo siento —suspiró Angela—. Pero siempre está la adopción.


Ella negó con la cabeza.


—No. Pedro puede tener hijos y no quiero obligarle a eso. Así que aquí estoy, soltera otra vez —dijo, intentando sonreír—. Pero no quiero seguir hablando de mí, cuéntame qué tal tus vacaciones.


—No sé cómo decirte esto —empezó a decir su amiga, un poco cortada—. Yo también he recibido una proposición estas navidades. Pero he dicho que sí.


Paula se levantó para darle un abrazo.


—¡Qué alegría! Me alegro muchísimo por ti, de verdad.


—No sabes cómo siento que mi cita te llevase a Pedro...


—No importa, no es el fin del mundo. Además, yo no cambiaría nada. Mis cuatro días con Pedro en Navidad fueron absolutamente perfectos. Lo cual me recuerda... —dijo Paula, deseando cambiar de tema—. ¡Se me ha olvidado contarte la visita de Daniel Morrell!


Agotada y deshecha, Paula comprobó los mensajes del contestador en cuanto llegó a casa por la noche. Pero el único mensaje que tenía era de una empresa de seguridad, pidiendo que les devolviera la llamada para confirmar la visita. ¿Qué visita?, se preguntó, entrando en la cocina. 


Estaba buscando el móvil en el bolso, pero no lo encontró. 


Debía habérselo dejado en la tienda.


Cuando llamó al teléfono de la empresa de seguridad, le dijeron que habían recibido una llamada de un empleado del grupo Alcom para instalar un video portero en el número 14 de Gresham Road. En lugar de decirles que no quería saber nada, Paula quedó con ellos para la semana siguiente, pero dejando claro que ella pagaría la factura, no Alcom.


—Angela, ¿has visto mi móvil por algún sitio? —le preguntó a su amiga por la mañana.


—No, te lo habrás dejado en casa.


—No está ni en mi casa ni en el coche. Qué raro.


—Vamos a buscarlo.


Después de unos minutos, Paula negó con la cabeza.


—Ni rastro. Tendré que comprar otro...


—¿No te lo dejarías en casa de Pedro?


—Si es así, allí puede quedarse.


—¿Sigues teniendo la llave?


Paula cerró los ojos, frustrada.


—Sí. Gracias por recordármelo. Tengo que devolverla.


—Antes de hacerlo, ve a buscar tu móvil. Era un modelo de los nuevos, de esos tan caros —dijo Angela, tan práctica como siempre.


—Sí, puede que esté allí.


—Prefiero no ir.


—¿Por qué?


—Porque, como dijo Pedro, ¿para qué prolongar la agonía?


Su amiga hizo una mueca.


—Cuando Sean pidió el divorcio, pensé que era el fin del mundo, pero no fue así. La vida siguió y, con tu ayuda, conocí a Felipe. Puede que algún día tú también encuentres a alguien, Paula.


Ella quería a Pedro Alfonso, no a cualquiera, pero no quería decírselo.


Trabajaron todo el día, sin descanso para terminar los vestidos que las clientes llevarían en la fiesta de Nochevieja. 


Cuando salieron de la tienda, Paula se preguntó qué iba a hacer dos días en casa.


—No quiero dejarte sola —dijo Angela.


—No me pasa nada, tonta. Además, tengo cosas que hacer. 
El otro día compré una oferta de películas clásicas.


—Te llamaré a medianoche para desearte feliz año... o quizá no. Mejor te lo deseo ahora —suspiró su amiga, abrazándola.


La solitaria cena fue seguida de una noche dando vueltas y vueltas a la cama. Paula despertó de mal humor, pero decidió que no tenía sentido amargarse. Haría lo que Angela había dicho: ir a casa de Pedro para buscar su móvil. Y en lugar de enviarle la llave por correo, la dejaría allí, con una nota explicando su visita.


Paula condujo tan rápido como le era posible, sin que le pusieran una multa, y cuando llegó al lago tuvo que tragar saliva para intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta. Y algo más; aunque no quisiera reconocerlo, en el fondo de su corazón, había esperado que Pedro estuviera allí. Pero no, no había ningún coche en la puerta.


Suspirando, entró en el enorme salón, que ahora le parecía más grande quizá porque estaba sola allí por primera vez. Y, de repente, su corazón se aceleró. La calefacción estaba encendida. De modo que Pedro debía andar por allí. 


Nerviosa, buscó su móvil, sintiéndose como una ladrona. 


¿Dónde podía haberlo dejado? Buscó en la cocina, en el salón, todo el tiempo aguzando el oído por si Pedro volvía mientras ella estaba allí.


Por fin, temiendo que volviera y le pidiese explicaciones sobre su presencia, subió la escalera de caracol a toda velocidad y se puso de rodillas para mirar bajo la cama, que estaba deshecha, pero nada. Ni rastro del móvil.


El olor del after shave de Pedro estaba por todas partes, atormentándola, pero siguió buscando. Tampoco lo encontró en el cuarto de baño y decidió abandonar la búsqueda. 


Frustrada, arrancó una hoja de su cuaderno y escribió a toda prisa:
He perdido mi móvil. Pensé que lo habría olvidado aquí y he venido a buscarlo, pero no ha habido suerte. Te dejo la llave. Perdona la intromisión. Paula.


Cuando volvió a leer la nota, pensó volver a escribirla para que no fuese tan fría, pero decidió que no serviría de nada.


Mientras cerraba la puerta, se sentía más desconsolada que nunca. El teléfono había sido la excusa pero la verdadera razón para ir allí era la absurda esperanza de encontrarse con Pedro.


Casi había llegado a su coche cuando oyó un grito, seguido de unos ladridos. Se volvió, avergonzada, con el corazón en la garganta al ver a Pedro corriendo hacia ella, seguido de dos perros.


—¡Paula, espera!


No tenía elección. Al verlo, sus pies parecieron anclarse al suelo.


—Hola —murmuró, sin saber si estaba encantada de verlo o desesperada por no haber salido antes de la casa.


Pedro se detuvo a su lado, respirando con dificultad. Llevaba un jersey grueso y una cazadora. Estaba tan guapo como siempre, pero tenía la misma expresión de cansancio que ella.


—He dejado un mensaje en tu contestador deseándote feliz año nuevo.


—Ya me lo deseaste la semana pasada.


Pedro hizo una mueca.


—Esta vez lo decía en serio. Ven, vamos a casa.


—No, prefiero marcharme.


—Sólo cinco minutos. Por favor.


—Muy bien —asintió ella por fin—. ¿De quién son los perros?


—De mi casero que, seguramente, estará ahora mismo esquiando en los Alpes. Esta mañana me he despertado con resaca y me apetecía un poco de aire fresco, así que hemos ido corriendo hasta Eardismont. ¿Te gustan los perros?


—Sí, mucho.


—Se llaman Castor y Pólux, Cass y Poll para los amigos. Son labradores.


—He perdido mi móvil —murmuró Paula, acariciando las orejas de Cass—. Pensé que me lo habría dejado aquí... pero no lo encuentro.


—Lo encontré esta mañana, detrás del tostador. En el mensaje te preguntaba si podía pasarme por tu casa para devolvértelo.


—Ah, ya.


Antes de romper, sencillamente habría ido a su casa, para darle una sorpresa, pensó ella con tristeza.


—Oye, tengo que llevar a estos chicos a su casa y recoger mi coche. ¿Por qué no haces un café? Yo volveré dentro de diez minutos.


—Tendrás que darme tu llave. He dejado la mía dentro.


—Ah, ya veo —murmuró Pedro, sacando la llave del bolsillo—. No tardaré mucho.



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