martes, 15 de noviembre de 2016

AVENTURA: CAPITULO 17




Paula se quedó mirándolo en completo silencio.


—No es la respuesta que esperaba —intentó bromear Pedro—. Evidentemente, te has llevado un susto. ¿Quieres una copa?


Ella negó con la cabeza.


—No, gracias.


—Paula, si no hubiera estado seguro de que tú también me querías, no habría dicho nada.


—Lo sé —murmuró ella, angustiada—. Y te quiero, Pedro. Te quiero tanto que no puedo casarme contigo.


—¿De qué estás hablando? Si me quieres, ¿por qué no puedes casarte conmigo? ¿Hay un marido del que hayas olvidado hablarme?


—No, claro que no.


—¿Entonces? No irás a decirme que llevas a cuestas una melodramática mancha que no quieres que hereden futuras generaciones, ¿verdad?


—No es cosa de broma.


—¿Me estoy riendo? Después de pedirle a alguien que se case conmigo por primera vez en mi vida, supongo que tengo derecho a saber por qué dices que no.


—Sí, claro que sí —suspiró Paula, pasándose una mano por el pelo—. Es culpa mía, no debería haber dejado que esto llegara tan lejos. Lo supe desde que vi tu casa... Y me gusta. Pero, como tú mismo dijiste, no es el mejor sitio para una familia con niños. Yo no puedo tener hijos, Pedro. Si te casas con alguien, debería ser con una mujer que pueda tenerlos.


—¿Te importaría dejar de hablar como la protagonista de una novela y explicarme de qué estás hablando?


Ella se miró las manos, nerviosa.


—La primera vez que hicimos el amor, te hice creer que tomaba la píldora, pero hace un par de años tuvieron que operarme urgentemente... ahí acabaron mis esperanzas de tener hijos. No sé si te acuerdas, pero no quería enseñarte mi cicatriz, no porque sea desagradable a la vista, sino por lo que representa. Pero entonces no pensé, no entendí...


—¿Qué?


—Lo que iba a pasar entre tú y yo —Paula lo miró, desesperada—. Te quiero tanto que me duele, Pedro. Pero no sería justo casarme contigo. ¿No podríamos seguir como hasta ahora?


—¿Hasta que te cambie por una mujer que pueda darme hijos? ¿Eso es lo que quieres decir? —le espetó él—. No me lo puedo creer. Ojalá no hubiese hablado de hijos... Jamás he pensado en ellos seriamente, sólo como una posibilidad en el futuro...


—Pero llegará un momento en el que quieras tenerlos —lo interrumpió Paula—. Y tu madre quiere tener nietos. Tú mismo me lo dijiste.


—Mi madre no tiene nada que ver con esto —dijo él, tomándola por los hombros—. Paula, ¿estás diciendo que no quieres casarte conmigo porque no puedes tener hijos?


—Lo dices como si fuera una frivolidad, pero no lo es. Estoy intentando hacer lo más sensato... Después del tiempo que hemos pasado juntos, ¿crees que esto es fácil para mí?


—Pensé que te gustaba —la interrumpió Pedro—No, claro que no —suspiró él, desconsolado—. Pero tiene que haber una forma de solucionar esto... la adopción, la inseminación artificial...


—No, eso no es posible —lo interrumpió Paula—. Y aunque quisieras adoptar, no me casaría contigo sabiendo que algún día podrías lamentarlo. Seré tu amante hasta que tú quieras, pero...


—Yo te quiero en mi vida de forma permanente, ¡quiero que seas mi mujer!


—La gente ya no se casa como antes.


—Lo sé. Yo era una de esas personas hasta que te conocí. Pero después de conocerte, Paula Chaves, un fin de semana ocasional ya no es suficiente.


—Una vez que tengas que dirigir la empresa por ti mismo, es lo único que podremos hacer.


Pedro se quedó en silencio un momento y luego la miró con una expresión que la hizo sentir incómoda.


—Muy bien, si el matrimonio está fuera de la cuestión, la alternativa es muy simple. Viviremos juntos. Te mudarás a Londres y vivirás en mi casa.


—¿Quieres que deje mi negocio, mi casa? ¿Y luego qué, me quedo en casa esperándote?


—No, claro que no. Podrías alquilar esta casa, si no quieres venderla. Quizá Angela querría comprarte el negocio. Y alguien con tu experiencia seguro que encontraría un trabajo interesante en Londres.


—Ah, ya veo. Lo tienes todo pensado...


—Y no te gusta, obviamente —la interrumpió Pedro—. Yo quiero una esposa, Paula, pero estoy dispuesto a aceptar una compañera. Tú, sin embargo, sólo quieres un amante a tiempo parcial, así que estamos en tablas —añadió después, pensativo—. ¿Tu problema es la razón por la que decidiste apartar a los hombres de tu vida?


—No. Eso no tiene nada que ver. Cuando volví aquí, perdí todo interés por los hombres... hasta que te conocí a ti.


—Por primera vez, casi desearía que no nos hubiéramos conocido —exclamó Pedro, pasándose una mano por los ojos—. No puedo creer que estemos teniendo esta conversación.


—Pensé que no tendríamos que hacerlo.


—¿Por qué?


—Pensé que romperíamos tarde o temprano —contestó Paula


—Mientras yo estaba convencido de que había encontrado al amor de mi vida. Para ti sólo ha sido una aventura de fin de semana, ¿no? Como los demás.


—Lo dices como si hubieran sido cientos. ¡Sólo fueron dos! —exclamó Paula, levantándose, con un nudo en la garganta—. Mira, no puedo seguir hablando de esto. Me voy a la cama. En una ocasión, te ofreciste a dormir en la otra habitación... ahora acepto la oferta.


Pedro sacudió la cabeza mientras se levantaba.


—No tiene sentido prolongar la agonía. Me iré ahora mismo.


—Como tú quieras —dijo ella, sintiendo que se le partía el corazón—. Adiós. Gracias por los regalos.


Pedro sonrió, irónico, mientras tomaba la bolsa de viaje que no había subido a la habitación.


—Gracias a ti. Han sido unas vacaciones memorables.


—Mucho —asintió ella, abriendo la puerta—. Conduce con cuidado.


—¡Paula, por favor! ¿Eso es todo lo que vas a decirme? ¿Vamos a terminar así?


—No. Pero tú has tomado una decisión.


—Y tú has tomado otra.


Ella asintió, incapaz de articular palabra.


Pedro esperó un momento, pero como Paula permanecía en silencio, salió de la casa. Se detuvo en el porche, cuando ella estaba a punto de cerrar la puerta.


—Casi se me olvida. Feliz año nuevo.







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