miércoles, 16 de noviembre de 2016

AVENTURA: CAPITULO 19




Paula lo observó alejarse con los perros antes de entrar en la casa. Pero no le apetecía hacer café, no se sentía cómoda.


Poco después oyó el ruido de su coche y el de sus botas en la entrada.


—Ah, menos mal, creí que te habrías ido. ¿No has hecho café?


—No.


—¿Quieres que lo haga yo?


—Sí, por favor.


—Ven, vamos a la cocina.


Pedro no dijo nada más hasta que los dos tuvieron una humeante taza de café en las manos.


—Pensaba contarte una historia cuando te devolviese el móvil. Una historia sobre mi casero.


—Ah, suena interesante.


—Es una historia agridulce. El protagonista es amigo mío, ¿sabes? Charlie y yo nos conocimos en el colegio...


—Espera un momento. ¿No es el mismo Charlie que te robó la novia?


—Ese, ése.


—¿Y es tu casero?


Pedro asintió.


—Los Tremayne llevan en Eardismont varios siglos. Bueno, volvamos a mi historia. El primer día de colegio, cuando nuestros padres nos dejaron solos, Charlie y yo intentábamos no llorar. Yo era alto para mi edad, pero Charlie era más bien bajito y yo tenía que protegerlo para que no se metieran con él.


—Me lo imagino.


—El tamaño importa, ya sabes. Bueno, el caso es que seguimos siendo amigos durante años y un día, cuando íbamos a acudir a nuestro primer baile con chicas, Charlie se puso enfermo. Yo, que estaba sano como un roble, fui a la fiesta y luego le conté lo bien que lo había pasado. Sobre todo, le hablé de una chica en particular, Henrietta Farrar. Estaba loco por ella, así que una noche intenté colarme en su dormitorio… el resto de la historia ya lo conoces —sonrió Pedro.


—Sí, creo recodar que sí.


—Pero el caso es que, unos meses después, Henrietta y Charlie se conocieron y yo pasé a convertirme en historia. Mi altura y mi habilidad en el juego de críquet no valieron de nada, comparados con... lo que sea que Henrietta ve en Charlie.


—¿Ve, en presente?


—Se casaron nada más terminar la carrera —suspiró Pedro—. Yo fui el padrino —añadió, sacando una fotografía de la cartera. En ella, una chica preciosa vestida de blanco abrazaba a un chico más bien bajito, con unos ojos muy alegres, pero un rostro más bien vulgar.


—Es preciosa.


—Cada día más, sí —dijo Pedro—. La enfermedad que Charlie sufrió en el colegio fueron las paperas. Estuvo muy enfermo durante un tiempo y, aunque la esterilidad es rara como resultado de las paperas, Charlie fue uno de esos casos desafortunados. No puede darle herederos a la antigua familia Tremayne.


—Ah, ya veo —dijo Paula, exasperada—. ¿Hay una moraleja en el cuento?


Pedro asintió.


—Para Charlie y Henrietta, lo único importante es que se tienen el uno al otro.


—¿Se casaron antes de conocer el problema de Charlie?


—No, pero les dio igual. Si los conocieras, sabrías que es verdad. Charlie está contento de dejarles su herencia a sus sobrinos. Mientras tenga a Henrietta a su lado, lo demás no importa.


—Admirable. Pero si querías que eso fuera una lección para mí, te has equivocado. No voy a casarme contigo, Pedro.


—No te lo estoy pidiendo.


—Ah —murmuró Paula, tragando saliva.


—Lo que quiero decir es que acepto tus términos. Te quiero en mi vida, Paula. Es tan simple como eso.


—¿Estás dispuesto a ser mi amante?


—No me dejas alternativa —contestó él—. Pero tendrás que venir a Londres conmigo. Estoy aquí sólo porque mi padre insistió en que disfrutara hasta pasadas las fiestas, antes de lanzarme de cabeza al trabajo.


Paula se quedó callada un momento.


—Muy bien —dijo por fin—. Lo intentaremos. Pero voy a decir algo que no va a gustarte nada.


—¿Tienes que irte? —preguntó Pedro.


—No, aún no. Pero creo que, durante un tiempo, nuestra relación debería ser más... más moderada.


—¿Quieres decir sin sexo?


—Pensé que hacíamos el amor!


—Lo es, desde luego. Ven, vamos al salón para estar más cómodos mientras me encargo de aplastar esas absurdas reglas tuyas.


—No son reglas. Sólo quiero explicarte algo.


Paula se sentó en uno de los sofás, pero en lugar de sentarse a su lado, Pedro lo hizo enfrente.


—Dime.


—¿Por qué? ¿Hay algo o alguien esperándote?


—No —admitió ella.


—Entonces, quédate. Por favor. Sólo quiero estar un rato contigo, nada más. ¿Quieres que hagamos el crucigrama? Podemos oír música... lo que quieras.


—¿Quieres que me quede a dormir?


—Sí.


—No he traído ropa...


—Yo te prestaré algo de la mía —la interrumpió Pedro, mirándola con una expresión que resultaba irresistible.


—Muy bien. ¿Tienes algo de comida en la nevera?


Paula respiró profundamente.


—Hasta que te conocí, pensaba que la operación me había convertido en una mujer frígida. Pero tú sólo tuviste que besarme y... Sé que esa parte de la relación es muy importante...


—Pero a partir de ahora, crees que no debería llevarte a la cama en cuanto entrase por la puerta.


—¡No me estás tomando en serio!


—Lo digo completamente en serio. En el futuro, aunque estemos separados durante largos períodos de tiempo, no nos meteremos en la cama en cuanto te ponga los ojos encima —dijo Pedro—. Pero, siendo un hombre normal como soy, querré hacerlo.


Paula se levantó, nerviosa.


—Será mejor que me vaya.



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