martes, 11 de octubre de 2016

SUYA SOLAMENTE: CAPITULO 6





Sólo hizo falta una noche agitada para que ella acabase por reconocer a regañadientes que estaba siendo egoísta al anteponer sus principios a la oferta de Pedro Alfonso. Una realidad incómoda que le había quitado el sueño.


Cuando bajó a desayunar, agotada y soñolienta, su tía abuela no tardó en sacar el tema preguntándole con un alegre gorjeo que Paula no había escuchado en meses:
—¿Y qué te parece la propuesta de financiación del signor Alfonso? Le dije que, personalmente, estaba abrumada por tanta gratitud, pero que la decisión última dependía de ti, dado que últimamente yo no he aportado mucho que digamos.


—¡Tonterías! Sin ti y la necesidad que detectaste, Life Begins no existiría siquiera.


La preocupación de Paula por el deterioro de la salud de su tía abuela la tenía ansiosa e inquieta. Había intentado ocultarle los problemas financieros, pero aquella anciana no tenía un pelo de estúpida.


—Y sin ti ya habría desaparecido —señaló Edith—, y a pesar del duro trabajo que has realizado no habríamos tardado en tener que rendirnos. ¡Estoy vieja pero no senil! —sentándose a la mesa, sirvió el té y desplegó con brío una servilleta de lino—. No vaciles, niña. Cómete la tostada. Espero que te mostrases agradecida al signor Alfonso, porque teniéndolo como benefactor podremos ir de éxito en éxito. Hacía meses que no me sentía tan tranquila. Esta mañana siento como si me hubiesen quitado diez años de encima.


Aquello significaba que había dos ancianas que habían recuperado la esperanza: la signora Alfonso y la tía abuela Edith, y que Life Begins seguiría ayudando a personas incapaces de cuidar de sí mismas. ¡Todo gracias a las habilidades para el chantaje de Pedro Alfonso!


Conducir hasta el Hall tragándose su orgullo y su conciencia fue la más dura prueba que Paula tuvo que superar. Pero mantenerse aferrada a sus principios suponía defraudar a demasiadas personas.


Pedro abrió la puerta de entrada antes de que ella apagase el motor del coche. Parecía como si la hubiese estado esperando y recibió su cambio de idea sin el más mínimo atisbo de sorpresa, como si a éste también lo hubiese estado esperando, limitándose a realizar un levísimo gesto de asentimiento para hacerle saber que la había escuchado.


—Pasa. Tenemos mucho que hacer —caminando delante de ella a grandes zancadas, se dirigió al estudio. Llevaba unos chinos y un jersey de cachemir azul noche que se ajustaba a la amplitud de sus hombros y la estrechez de su cintura como una segunda piel. Su impresionante aspecto hizo que Paula desease haberse preocupado más por el suyo propio en lugar de salir sin maquillaje y con aquellos horribles pantalones de pana y el forro polar que solía usar para el trabajo.


Molesta consigo misma por aquel pensamiento tan desagradable y estúpido, se sentó en cuanto él le indicó con un gesto abrupto de su mano que ocupase el asiento frente al escritorio. No merecía su atención. Aunque llevara un vestido de satén y pedrería y una corona en la cabeza, él seguiría sin verla.


¿Y por qué demonios quería que se fijara en ella?


¡Estúpida! A pesar de su increíble físico, estaba podrido por dentro. Era un hombre capaz de mentirle a su propia madre, un chantajista, un mujeriego con un trozo de hielo donde se supone que uno debe tener el corazón. Cualquier mujer que se enamorase de él estaba condenada a un amargo desengaño o algo aún peor, ¡a juzgar por lo que le había ocurrido a su esposa en cuanto había empezado a aburrirle!


Sentado y con la mano cerca del teléfono móvil, le dijo en tono cortado:
—El casero del antiguo dueño vivía en una espaciosa vivienda habilitada en las antiguas caballerizas. Servirá de alojamiento y oficina al gerente y encargado de recaudar fondos que ando buscando. Mañana entrevistaré a dos posibles candidatos.


—¿Arreglaste esto antes de saber que accedía a tu chantaje? —roja de indignación, Paula podría haberle abofeteado por su redomada arrogancia y porque la riqueza e influencia que poseía garantizaban que las cosas sucediesen a su antojo.


Levantando ligeramente una ceja, desestimó aquel arranque de ira y continuó indiferente:
—Tienes que pasarme los datos de tus voluntarios: nombres, direcciones y números de teléfono, y les convenceré para que trabajen a tiempo completo mientras tú estás fuera. Pon tu agenda a mi disposición. Me pasaré a persuadir a tu tía abuela de que necesitas un breve descanso. Un chofer te recogerá a las cinco para llevarte a mi apartamento de Londres y yo me reuniré contigo en dos días: la noche antes de nuestro viaje a Florencia. Te sugiero que vuelvas a tu casa a hacer las maletas.


—No puedo.


Todo estaba ocurriendo a velocidad de vértigo. Paula se sentía arrastrada por caballos salvajes a través de un territorio ignoto, de modo que le supuso un gran alivio poder detener el modo dictatorial con que él manejaba la situación. 


Lo miró a los ojos, gélidos y brillantes, y ladeó la barbilla con gesto obstinado.


—Tengo que ir a casa de Maisie Watkins, porque le han puesto una prótesis en la cadera y yo me encargo de limpiarle un poco la casa y sacar a su perro. Y luego hay más cosas. Tengo trabajo para todo el día. ¡No hace ninguna falta que te espere impaciente en tu apartamento de Londres pudiendo estar aquí haciendo cosas más útiles! —y casi añadió: «¡Para que te enteres!», pero se lo pensó mejor, porque él la miraba como si fuese una mosca molesta a la que había que aplastar de un manotazo.


—Pues es indispensable —contraatacó él, recorriéndola con desagrado apenas velado desde el cabello a las desaliñadas zapatillas—. Madre no es tan ingenua. Nunca se creería que pretendo casarme con una niña de carita restregada que se viste como una vagabunda —condenó severamente, decidido a no dejarse influir por el dolor momentáneo que asomó a los ojos grises de Paula o la forma en que se desplomaron sus hombros, como si intentara esconderse en esa cosa horrible que llevaba sobre los pantalones de peón agrícola—. No pretendo ser desagradable — estas palabras, que parecían salir de ninguna parte, y la dulzura con que fueron dichas le sorprendieron. Respiró hondo, recuperó la compostura y prosiguió hablando con gélida mordacidad—. Sé lo que hago, créeme. Para eso he quedado en que una estilista te llame a mi casa de Londres mañana a las diez. Tiene carta blanca para equiparte con el tipo de ropa que Madre esperaría de la mujer que he escogido para que sea mi esposa. Tienes también cita con un peluquero —recogió el teléfono, despidiéndola—. Tengas lo que tengas que hacer hoy, procura estar lista para marcharte a las cinco. No hace falta que te acompañe —y empezó a marcar un número.



2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Que mandon Pedro!

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  2. Cómo me gusta esta historia. Le va a salir mal este chantaje a Pedro, se va a enamorar mal jajajaja.

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