viernes, 14 de octubre de 2016

SUYA SOLAMENTE: CAPITULO 15





Sintiéndose mareada, Paula se sentó sobre la hierba, encogió las piernas y colocó la cabeza entre ellas.


Se había levantado temprano, saliendo sigilosamente de la villa como un ladrón para evitar a Pedro, dado que le resultaba totalmente imposible tenerlo cerca después del modo en que se había comportado ante él la tarde anterior.


Pero le había remordido la conciencia al ver a Carla entrar con el desayuno en la habitación de Fiora. Desde su llegada, la madre de Pedro no había hecho más que ofrecerle cariño y amabilidad. Era una mujer encantadora y se preocuparía cuando descubrieran su ausencia, una ausencia que Paula pretendía alargar varias horas.


Y como preocupar a la anciana era lo último que deseaba hacer, asomó la cabeza por detrás de Carla y dijo tan alegre como pudo:
—¡Buongiorno, Fiora! —la madre de Pedro ya se había levantado y vestido, llena de vida y energía. Tenía un enorme bloc sobre el regazo—. Hace una mañana tan bonita que he pensado explorar los jardines y tomar el sol un par de horas o así —y se marchó tan rápido como pudo.


Los jardines eran enormes, con muchas zonas aisladas donde sentarse en soledad. Estaba segura de que Pedro no saldría a buscarla, porque el modo en que había abandonado la cena la noche anterior en lugar de quedarse con ella y con su madre como acostumbraba, eran signo de que había encontrado muy desagradable la escena en su dormitorio y quería verla lo menos posible en lo que le quedaba de estancia en aquella casa. Aun así, necesitaba desesperadamente alejarse de allí durante unas horas.


De modo que cuando vio que en el muro se abría una puerta de madera la empujó y se encontró en la ladera de una colina. Allí se hundió en la hierba hecha un amasijo de sentimientos agotadores, sabiendo que necesitaría más de unas horas para poner sus estúpidos pensamientos en orden.


Se había enamorado de Pedro Alfonso.


Había hecho lo imposible para convencerse de que lo que sentía sólo era una reacción normal de mujer ante un hombre carismático y atractivo. Deseo. Algo que desaparecería afortunada y rápidamente en cuanto dejara de tenerlo cerca y su contacto con él se limitara a sufragar desde la distancia al empleado que había contratado para la organización. Era un caso de «ojos que no ven, corazón que no siente».


Pero nunca conseguiría sacárselo de la cabeza. Y aquélla era la cruda realidad. Siempre tendría un lugar en su corazón y éste sufriría por él. Y se avergonzaría cada vez que recordase el modo en que se quedó paralizada ante él, desnuda y necesitada.


Se había dado la vuelta y había salido de la habitación después de taparla con la bata, demostrándole su falta de interés. ¿Y por qué no iba a irse? Él podía resignarse y hacer su papel cuando estaban en compañía de su madre en aras del engaño que había promovido. También podía tener una libido muy acentuada: sólo había que ver la cantidad de rubias tontas y pechugonas que habían pasado por su vida; pero las mujeres corrientes, delgaduchas y simplonas lo dejaban frío.


Era simplemente alguien a quien había pagado por hacer un papel. Alguien en quien nunca se habría fijado si no se le hubiese ocurrido inventarse una prometida para tranquilizar a su madre cuando parecía improbable que sobreviviese a su operación y mucho menos que se recuperase por completo. Tenía que tener eso en mente, porque le ayudaría a recuperarse de su mal de amores. Alguien, en alguna parte lo había comparado con una enfermedad, ¿no era así?


Estaba a punto de levantarse para pasear algunas de sus emociones acumuladas, cuando se quedó rígida, el aire se solidificó en sus pulmones y su pulso latió desbaratado.


Detectó su presencia incluso antes de oír su voz, y se le secó la boca.


—¿Paula, te estás escondiendo?


¿Debía negarlo y fingir que la escena en su habitación no había tenido lugar, o debía enfrentarse a ello? Sólo tenía un segundo para decidirse.


Levantó la cabeza y contempló la gracilidad con que se sentaba junto a ella, maldiciendo su magnetismo sexual, pero se armó de cierto valor y acabó por decirle la verdad:


—Sí, me escondía. Me sentía avergonzada por lo que pasó ayer antes de la cena. Y, por si te lo preguntas, normalmente intento taparme cuando un hombre me sorprende como Dios me trajo al mundo —después de decir aquello, cambió rápidamente de tema—. ¡Y estoy que trino contigo porque no has detenido esa absurda fiesta de compromiso cuando estoy segura de que podrías haberlo hecho! —al ver que él sonreía, giró rápidamente la cabeza mordiéndose el labio inferior, porque aquella sonrisa era capaz de volver loca a la mujer más sentada.


—¿Y tienes mucha experiencia en eso de que los hombres te sorprendan desnuda? —su voz sonó tan dulce y cremosa como el chocolate.


A Paula se le erizó la piel.


—¡No, por supuesto que no! —¿por qué no dejaba el tema? ¿Tan cruel era que disfrutaba avergonzándola?


—Es lo que pensaba. Eres tan inocente…


Se había sentado tan cerca que ella podía percibir su regocijo. ¿O era más bien satisfacción?


De cualquier forma, ¡otro duro golpe! Si ya de por sí la falta de experiencia era algo que no iba a valorar mucho, ¿para qué hablar de enamorarse de una «inocente», tal y como la había llamado? Eso quería decir que tenía que dejar de vivir en las nubes, deprimiéndose, sufriendo y deseando que él contrajese la misma enfermedad que ella. Ni siquiera se enamoraba del tipo de mujeres con las que se acostaba: elegantes, rubias y atractivas. Se limitaba a utilizarlas, hasta que se aburría y las dejaba. Así que, ¿qué posibilidades podía tener ella?


Igual se había reído de lo que podría haber visto como un intento por engatusarlo, así que dependía de ella demostrarle que sabía muy bien lo que quería y que no era el tipo de persona con quien uno se distrae o de quien uno se mofa.


—No cambies de tema.


—¿Qué tema? —preguntó con provocadora suavidad, inclinando el cuerpo hacia ella para estirar las piernas. Aquel gesto hizo que Paula deseara apartarse enseguida, pero no pudo hacerlo.


Se ruborizó. ¿Qué era lo que le pasaba? Buscaba su proximidad como un adicto una dosis. Sabía que aquello era malo para ella, pero no podía levantarse y poner distancia entre ambos. ¡Era un caso perdido!


Enfadada consigo misma, gruñó:
—¡Esa horrible fiesta de compromiso que está organizando tu madre! ¡Tienes que detenerla antes de que involucre a más gente en nuestras mentiras!


—Ah, eso —le acarició la cara con el dorso de la mano y luego se la metió en el bolsillo para sacar una cajita forrada de terciopelo. Con la piel todavía ardiendo debido a aquel roce, Paula sólo pudo observar petrificada como él deslizaba el anillo por su dedo—. Ahora te queda perfecto. Ya te dije que lo arreglaría.


Su petulancia la encendió de ira.


—¡Podría abofetearte! —siseó ella, girándose a duras penas y poniéndose de rodillas frente a él—. Te dije que no tocaras los recuerdos de familia para usarlos como simple atrezo, estúpido arrogante…


—¡Mi reconfortante Paula! —se echó hacia delante para posarle las manos en los hombros, haciéndola bajar a su altura e inmovilizándola con una pierna—. ¡Eres la primera mujer que me recuerda que no soy perfecto! La única, aparte de Mamma, capaz de llevarme la contraria, y eso me gusta —la besó suavemente en la punta de la nariz—. Me gusta mucho, me recuerda que soy humano.


Su proximidad, el calor que desprendía su cuerpo y el olor de su piel eran terriblemente seductores, tanto que la hacían estremecerse. Lo amaba y se odiaba por amarlo. Sabía que su decisión de mantener las distancias con él se esfumaba rápidamente, aún a sabiendas de que él estaba haciendo algo que ya había hecho antes. La estaba distrayendo para que olvidara sus objeciones a la celebración de un falso compromiso, porque no le importaba seguir mintiendo.


Con el cuerpo entumecido, en lugar de fundirse con él como antes, apretó los puños contra su pecho, empujándole.


—Te lo advierto: ¡si esa fiesta sigue adelante, no acudiré!


—Y yo tampoco, cara.


Al oírle, Paula frunció el ceño, tragándose sus palabras. ¿Iba a poner fin a aquello después de todo? Eso parecía. Poco a poco fue aflojando los puños y dejó reposar las manos en su pecho, donde podía sentir los latidos de su corazón y el calor de su piel bajo la suave tela de la camisa.


La miró a los ojos y ella sintió que los pechos le pesaban y que la piel empezaba a hormiguearle, al tiempo que un vergonzante calor se desataba en su interior y aumentaba al deslizar él una mano por su cuerpo y dejarla reposar en la curva de su cadera.


Se puso rígida. ¿Sabía él lo que le estaba haciendo? ¿Le importaba? ¡Seguramente no! Ella era simplemente una mujer a la que podía doblegar con una pequeña dosis de atractivo sexual! Y aun así…


—¿Qué quieres decir? —con un esfuerzo denodado por alejarse de la zona de peligro, logró zafarse, pero él le puso la mano en la espalda y volvió a atraerla hacia sí. Al sentir el roce de su cuerpo empezó a respirar con dificultad, y logró decir a duras penas—: Dijiste que tú tampoco acudirías a la fiesta.


Apoyándose en un codo le sonrió antes de bajar la cabeza para fundir sus labios con los de ella, acariciándolos con tal sensualidad que la hizo estremecerse.


—No asistiremos a la celebración de un falso compromiso, mi querida Paula. Quiero que sea real —y ante el asombro de ella, dijo—: Te estoy pidiendo que te cases conmigo.







3 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Le creerá Paula? o pensará que solo lo dice para convencerla para que no de marcha atrás a sus planes? mmmm

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  2. Espero que realmente el mandon éste cambiando y no la lastime 👍 me gusta

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  3. Pero qué arrogante este Pedro jajaja. Y Pau está que explota Re buenos los 3 caps.

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