viernes, 14 de octubre de 2016

SUYA SOLAMENTE: CAPITULO 14




—¡Os he preparado una sorpresa maravillosa!


Fiora había esperado a que Donatella acabase de servir la lubina y se retirase en silencio, y Paula empezó a sentirse hundida al ver sus ojos brillar de entusiasmo.


—¡Vamos a celebrar una fiesta de compromiso el viernes! —anunció—. ¡Será el primer acontecimiento social que celebremos en un año! He organizado todo esta tarde por teléfono.


—¿Eso ha hecho? —Carla, con un vestido rojo y holgado que resaltaba su amplia figura, su rostro patricio y su pelo negro y brillante, le dijo reprendiéndola—: ¿A mis espaldas?


—Exactamente.


—¿Y no cree que debería haber esperado a recuperar del todo las fuerzas para someterse a semejante ajetreo?


—¿Mamma? —Pedro se hizo eco de aquella pregunta, y por primera vez desde que entró en el comedor, Paula lo miró directamente a los ojos, deseando que pusiera veto a la descabellada idea de su madre.


Con su chaqueta blanca, aparentaba ser exactamente lo que era: un hombre sofisticado, cortés y totalmente acorde con la elegancia que le rodeaba. Blanco sobre blanco. Paredes blancas, largas ventanas con cortinas de gasa blanca, candelabros blancos sobre la mesa extrayendo reflejos de la plata antigua, los cristales venecianos y la porcelana, y flores blancas en un cuenco de porcelana crema adornando el centro de la mesa.


Las pestañas de Paula cubrieron rápidamente sus ojos atormentados. Verlo jugar despreocupadamente con el pie de su copa de vino, tranquilo, sin tensar la boca ni siquiera al levantar una ceja en dirección a su madre, le dolía como una patada en el estómago.


¡No creía que pudiese volver a enfrentarse a solas con él! El rostro empezó a arderle furiosamente al recordar el modo en que se había quedado allí, sorprendida desnuda por segunda vez, asombrada, inmóvil, contemplando cómo la recorría con la vista conforme se acercaba a ella, atrapada en un fiero deseo sexual. ¡Seguramente pensaría que le estaba invitando descaradamente a tocarla y hacerle el amor!


¿Y qué si lo había estado haciendo? ¡Lo había deseado de forma tan desesperada que su acostumbrado sentido del recato y el respeto por sí misma la habían abandonado sin dejar huella!


Pero él no podía haber dejado más clara su falta de interés, disculpándose por su intrusión y cubriéndola con la bata. Y marchándose. Lo que se llama un definitivo: «Gracias, pero no, gracias». ¡Nunca en la vida se había sentido más humillada, más avergonzada de sí misma!


Le había costado reunir más coraje del que imaginaba poseer para ponerse la ropa más recatada que pudo encontrar y presentarse en la cena. Pero en aquel
momento deseó haberse dejado llevar por la vergüenza y haber alegado dolor de cabeza para enterrarse en las sábanas y negarse a salir hasta que acabase aquella pesadilla.


—¡No es para tanto, Pedro! —Fiora levantó con el tenedor un trozo de pescado—. Sólo será una pequeña reunión para celebrar tu compromiso, como debe ser.
Sólo vendrán tus primos, y ya sé que no tienes tiempo para ellos, pero quiero que Paula conozca la poca familia que nos queda —soltó el cubierto después de acabarse el plato, prueba de que había recuperado el apetito—. Y en cuanto al trabajo extra, ¿para qué está el servicio? ¡Me encantará sentarme cómodamente a dar las instrucciones oportunas!


De nuevo, Paula se armó de valor para mirar en dirección a Pedro, tragando saliva nerviosamente debido al impacto que su belleza ejercía sobre ella. Apretando la boca y con el corazón golpeándole las costillas, esperó que pusiera fin a todo aquello, que descartase cualquier idea sobre una fiesta de compromiso. Después de todo, él llevaba la batuta. Era su casa y su falso compromiso.


Pero se limitó a decir:
—Pues entonces, visto que no te vas a cansar en exceso, te dejaremos hacer, Mamma.


Pedro oyó a Paula inspirar rápidamente y vio como sus hombros se tensaban bajo el vestido negro de seda, para después combarse mientras se encogía en la silla, como si intentara esconderse bajo la mesa.


¡Pobre y dulce Paula! Pensó Pedro, con dolor de corazón. La estaba haciendo pasar por un suplicio detrás de otro. Decidió en silencio que la compensaría de algún modo, que enderezaría las cosas aunque fuese lo último que hiciera.


Se la veía tensa y apagada. ¿Sería por lo que había pasado, o casi, en su habitación?


Una excitación insoportable se apoderó de su cuerpo al recordarlo.


Pensó que se había sabido controlar bastante bien dadas las circunstancias. El deseo le había hecho perder la cabeza, pero había hecho lo que debía echándose atrás. 


¿Entendería ella que al no dejarse llevar por sus instintos le estaba demostrando que había aprendido a respetarla y que había antepuesto el bienestar físico y emocional de ella a su deseo por poseerla?


Cuando ella viese que él había respetado su inocencia y no se había aprovechado de lo que inconscientemente le había ofrecido, empezaría a respetarlo a él también y llegaría a gustarle y a olvidar la forma en que la había manipulado para meterla en una situación con la que se sentía terriblemente incómoda. Por alguna razón, para él aquello era de vital importancia.


¿Qué tendría Paula Chaves que hacía brotar su instinto protector? ¿La necesidad de mostrarse como una buena persona ante ella? Hasta aquel momento, no le había importado la forma en que lo veían los demás.


Posó sobre ella su mirada perturbadora y el corazón se le encogió en el pecho. Con aquel vestido parecía una persona muy frágil, porque realzaba la palidez de su piel. Se le veía dolorosamente delicada. Frágil y delicada.


Y él no quería romperla. Quería…


Mascullando una excusa, abandonó la mesa y subió a darse una ducha fría.



****


—Paula dijo que quería tomar el aire —dijo Fiora respondiendo a la pregunta de Pedro sin apartar la vista de las listas que estaba elaborando, llenando rápidamente los papeles, subrayando algunas cosas varias veces, o marcando otras con estrellas o círculos.


Él supuso que eran tareas por hacer para la fiesta, sirviéndose una muy necesaria taza de café.


Había pasado la noche reflexionando. Su cuerpo y su mente le habían planteado un problema pero, como siempre, después de mirarlo desde todos los ángulos posibles, había encontrado una solución.


Todo lo que tenía que hacer era convencer a Paula para que alcanzase la misma conclusión.


Desde el desafortunado desastre de su matrimonio y su ridículo compromiso anterior, había dejado de confiar en su criterio en lo que a mujeres se refería. Había descubierto y dado por hecho que las mujeres no tardaban en acceder a la más mínima sugerencia suya por lo que esto llevaba implícito: ser vistas en el lugar adecuado con uno de los solteros más codiciados de Europa, recibir atenciones durante el tiempo en que durase su interés y acabar saliendo de su vida con una generosa compensación.


Pero en aquel momento no pensaba en su tipo de mujer, sino en Paula. Y ella era muy distinta. Y por eso…


Frunció el ceño mientras Fiora dejaba a un lado un papel, que por lo que él veía desde donde estaba, parecía estar cubierto de jeroglíficos, y le decía en tono de reprimenda:
—La chica parecía pálida y tensa. Espero que no hayas hecho nada que le haya molestado.


—Por supuesto que no.


Aquellas palabras le escocieron en la boca. ¡No había hecho más que molestarla desde que la chantajeó para interpretar un papel que ella encontraba degradante y de mal gusto! 


Movió los pies, incómodo. No estaba acostumbrado a no llevar la razón. Y no le gustaba.


—Bien. Procura que no sea así —la mirada de su madre era reprobatoria—. Es una mujer encantadora en todos los aspectos, ¡nada que ver con esas horribles arpías con quienes te fotografías para disgusto mío!


Pedro metió las manos en los bolsillos de sus chinos color hueso

—Deja de fastidiarme, Mamma.


—Soy tu madre y haré lo que quiera.


Él torció la boca.


—Los días de las arpías han terminado, te lo aseguro —había descubierto que las aventuras ocasionales no sólo le aburrían, sino que además lo dejaban terriblemente insatisfecho.


—¡Pues faltaría más! Mientras estáis aquí, me gustaría que me dejases pedirle a mi costurera que venga. Primero, para diseñar el traje de novia de Paula, pero también para que piense en algo para mí, porque la madre del novio debe ir impecable.


Los ojos de Pedro se encendieron de alegría, y es que tenía gracia. Su «costurera» era una de las diseñadoras más talentosas e internacionalmente solicitadas de Italia.


—Como quieras, Mamma —la besó en la frente, deseando marcharse y empezar a poner en marcha sus planes, pero ella le agarró la mano reteniéndolo y mirando con cariño a aquel hijo que tanta frustración, exasperación y sobre todo absoluta devoción, había inspirado a su corazón de madre.


—Como sabes, veré al cirujano en tres semanas. Me gustaría que concertases la fecha de la boda lo más pronto posible después de esa cita.


Él se llevó la mano de su madre a los labios, hablando ahora con gravedad.


—Eso será si el médico te dice que estás bien. Ni siquiera mis ganas de casarme dejarán que permita que te canses en exceso.


—¡Pasaré la consulta con los ojos cerrados, ya verás! —su sonrisa era radiante—. ¡Y bailaré en tu boda! Ahora, ve a buscar a tu prometida.


Pero su prioridad más perentoria no era encontrar a Paula. Las cosas se sucedían a una velocidad de vértigo. Lo que había empezado como un engaño para hacer felices lo que él pensaba que serían los últimos días de su madre se había convertido en algo muy distinto.


Al entrar en el estudio, sonrió impenitentemente. Había cosas que organizar antes de emprender la tarea de convencer a su prometida ficticia de que se convirtiera en su prometida real y accediese a casarse con él.


Mataría dos pájaros de un tiro. Aseguraría la felicidad de Mamma, su paz mental, su interés por el futuro, la posibilidad de tener nietos y, al mismo tiempo, aliviaría la terrible necesidad que él sentía de cuidar de Paula, protegerla, hacerle el amor, hacerla suya.


La idea de volver a casarse ya no le parecía tan desagradable. Paula sería una esposa en la que podría confiar, porque era franca y honesta, aunque había dejado de serlo desde el momento en que él la había coaccionado para que traicionase sus principios. Apretó los dientes.


Sabía que la quería como esposa. Y siempre obtenía lo que deseaba.


¿No era así?


Con gesto decidido, levantó el auricular y empezó a marcar un número de teléfono.


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