martes, 4 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 7




El restaurante estaba repleto de turistas de fin de semana, pero al ver a Pedro, la encargada le prometió hacer todo lo posible. Al cabo de unos minutos estuvieron sentados, y la cena fue de lo mejor. Paula saboreó el marisco por primera vez, en realidad.


—Esto es magnífico —comentó ella, sin poder ocultar su sorpresa.


—Es la tercera vez que pides ese plato —señaló Pedro.


—Sin embargo, es la primera vez que le presto atención —indicó ella y lo miró con intensidad—. ¿Es posible que te acuerdes de lo que yo comí hace un año, la noche en que nos conocimos?


—Lo recuerdo todo acerca de esa noche —aseguró él.


El corazón de Paula se aceleró. Pedro colocó una mano sobre la mesa, con la palma hacia arriba, y después de un momento de duda, Paula entrelazó sus dedos con los suyos. Aquel contacto la hizo estremecerse. La mirada cálida y apasionada de Pedro derritió su resolución de actuar con lentitud, de mantenerlo a cierta distancia, hasta llegar a conocerlo más profundamente.


Pedro, tú me prometiste… —lo acusó ella sin aliento. El la miró con inocencia.


—No estoy haciendo nada—explicó él.


—Sí lo estás haciendo —insistió Paula y retiró la mano. Sin embargo, su pulso continuaba acelerado. Se irguió en su asiento—. Dime cómo te ha ido esta semana —le pidió ella.


El rió con suavidad, haciéndola perder el sentido y también haciendo que fracasara su intento por dominar su instinto.


—Gané unos cuantos dólares —respondió él—. ¿Y tú?


—Estuve trabajando en la tienda, y asistí a tres aburridas comidas benéficas. Hubiera preferido enviarles el dinero.


—¿Por qué no lo hiciste? —quiso saber Pedro.


—Porque me dijeron que el hecho de anotar mi nombre en el comité, ayuda a recaudar más dinero —explicó Paula—. Tengo que hacer lo mismo con las reuniones benéficas; no puedo escabullirme. Muy pronto, estaré harta de ensalada de pollo y frambuesas frescas.


—La semana pasada dijiste algo acerca de llamar al College of Art & Design, para concertar una cita —le recordó Pedro—. Me gustaría acompañarte para conocer ese lugar. He oído hablar mucho de él.


A pesar del interés aparente de Pedro, Paula se puso a la defensiva de inmediato.


—Hablas como Elisabeth —se lamentó Paula—. Por favor, no seas terco como ella. Ya iré allí uno de estos días.


—No es demasiado pronto para informarse acerca de las clases de otoño —insistió Pedro, con la determinación de un hombre que no está acostumbrado a perder el tiempo—. Si vivieras en Savannah, podríamos vernos más a menudo.


Pedro sugería la posibilidad de pasar más tiempo juntos, lo cual era una tentación deliciosa, pero también peligrosa, porque implicaba y un compromiso. Paula no estaba preparada para hacer un cambio tan drástico en su estilo de vida. Por lo menos no por un hombre, cuando no estaba preparada para hacerlo por ella misma.


—¿Y si lo discutimos en otra ocasión? —le pidió ella.


Pedro parecía confuso ante la vacilación de Paula. Ella envidió su seguridad, su habilidad para tomar decisiones rápidas. Resultaba evidente que Pedro era un hombre al que le gustaba el éxito y que se arriesgaba a perder. Ella no era tan valiente, aunque tenía que reconocer que cada día era más fuerte.


—¿Por qué no quieres discutirlo?—preguntó Pedro


Paula respiró profundo antes de responder.


—Porque cada vez que uno de vosotros toca ese tema, empiezo a pensar en mí misma como una fracasada —le confesó Paula.


Pedro parecía sorprendido.


—¿Un fracaso? Esto no es un fracaso, Paula. Creía que el trabajar en restauración histórica era algo que deseabas. Sólo intentaba animarte.


—Solamente lo he mencionado un par de veces, quizá —comentó ella—. Lo que Eli y tú estáis haciendo parece más una presión que otra cosa.


—Eso se debe a que tienes miedo —se aventuró a señalar Pedro—. ¿No es cierto?


—Tienes razón, tengo miedo —confesó Paula—. Ahora llevo una vida segura, ¿para qué cambiarla por un capricho?


—Si se trata de un capricho, entonces tienes razón —respondió Pedro estudiándola con gran intensidad—. ¿Es solamente un capricho?


—Ya no lo sé —repuso ella suspirando—. Cada vez que vengo a esta ciudad, veo lo mucho que se ha conseguido, y vuelvo a entusiasmarme. Después, vuelvo a casa, a la rutina familiar, y no le veo sentido. Hay muchas otras personas que pueden encargarse de los proyectos de preservación. La reputación de la escuela va en aumento, el trabajo es excitante. El país por fin empieza a ver la importancia de preservar la historia, en lugar de destruirla. Savannah ha sido líder en esa lucha.


—Tal vez las cosas estén cambiando aquí —admitió Pedro—. La gente de Savannah tiene un auténtico compromiso con la historia, pero la pelea es mucho más difícil en otras ciudades. ¿Cuántos edificios históricos son derribados en Atlanta para poder construir el nuevo estadio? Eso está en tu propio estado.


Paula comprendió que ella se había limitado a hablar sin saber, no había estudiado las alternativas. Pensó que quizá fuese una de esas personas que se entregaban a una causa fácil, mientras los requerimientos principales fueran dinero y tiempo, y no el riesgo a la controversia.


—Tienes razón—admitió ella—. Me he alejado de la lucha. Quizá eso sucedía en última instancia en mi matrimonio. Olvidé mantenerme firme, defender lo que creo. Pasé demasiados años enfocada por completo hacia las metas de Mateo, y uno de sus principales objetivos en la vida era evitar la controversia.


—No tiene por qué ser de esa manera —insistió Pedro—. Eres demasiado inteligente para tomar siempre el camino fácil.


—¿Qué te hace estar tan seguro de eso? —quiso saber ella.


—Lo veo en tus ojos, tu temperamento. Lo dominas antes que se salga fuera de tu alcance, pero está allí. Necesitas una buena terapia de responder a gritos.


De pronto, Paula se dio cuenta de que muchas veces se había mordido la lengua para evitar hacer una escena, y que siempre se había reservado sus opiniones en nombre de la diplomacia.


—Ten cuidado —le previno—. Puedes estar creando un monstruo. Cuando te des cuenta, no podrás decir ni media palabra sin que yo te desafíe.


El sonrió antes de responder.


—Soy un luchador nacido en la calle, cariño. Yo me arriesgaré. Ahora termínate ese vino y vámonos de aquí. Creo que hay un sitio que debemos visitar.


—¿Cuál? —preguntó Paula.


—Ya lo verás —respondió con tono misterioso Pedro, y a pesar de que ella insistió, no reveló sus planes.


Al salir del restaurante, el malecón estaba lleno de vida con la actividad del fin de semana. Estaban ofreciendo un concierto, y gran cantidad de gente se encontraba reunida en la ribera del río. Algunos se detenían para escuchar la música y otros paseaban. Al observar la expresión de Paula, Pedro preguntó:
—¿Nos quedamos o nos vamos?


—Nos quedamos —dijo de inmediato ella.


Pedro encontró un sitio desde donde se podía escuchar la música. y contemplar el río. Apoyado contra el pretil la atrajo hacia él y la rodeó con los brazos. El calor de su cuerpo la envolvió, y Paula sintió sus muslos musculosos. La joven era muy consciente de su presencia, de su masculinidad. 


Sus senos anhelaban ser acariciados. Al sentir su aliento tibio en la oreja, se estremeció.


—Mira hacia arriba —ordenó Pedro con un murmullo—. Rápido... —Paula miró hacia el cielo—. Es una estrella fugaz. Pide un deseo.


—No creo que desee nada más que esto —respondió Paula sinceramente, disfrutando de la sensación de estar en sus brazos.


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