jueves, 20 de octubre de 2016

AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 9




La casa estaba vacía cuando regresó abajo, y se dijo a sí misma que se alegraba. Era hora de mirar hacia el futuro, y Pedro no entraba en el suyo. Dejó la maleta en el hall y emitió un gemido al recordar que había dejado la ventana de su dormitorio abierta. A pesar de que no tenía intención de quedarse en la casa Dower, no quería ser responsable si entraban a robar. Además, le encantaba esa casa y no podía soportar la idea de que entraran intrusos.


Ya sabía que la posibilidad de vivir en esa casa en todo su esplendor era demasiado buena para ser verdad, pensaba mientras daba un último vistazo, pero, cuando se disponía a cerrar las puertas de cristal que daban a la terraza, un movimiento llamó su atención.


Pedro estaba de pie junto al estanque, con los brazos cruzados sobre el pecho y la misma pose arrogante. Hasta que Paula se fijó más y se dio cuenta de que no era consciente de su presencia.


Parecía mayor. Al fin y al cabo habían pasado cuatro años, y su vida en los circuitos de carreras le exigía mucho, tanto física como mentalmente. Paula recordaba la intensa presión a la que estaba sometido en cada carrera. Cuando era joven, su padre, Fabrizzio, había sido un brillante ingeniero cuyo matrimonio con la hija de un acaudalado fabricante de coches le había permitido desarrollar coches deportivos exclusivos que se habían convertido en uno de los más importantes objetos de exportación de Italia. Alfonso ya era una compañía con éxito, pero, cuando Pedro ganó su primer campeonato del mundo conduciendo un coche diseñado por la compañía de su padre, catapultó el apellido Alfonso a lo más alto junto a nombres como Ferrari o Renault. El orgullo y la fortuna de la corporación Alfonso descansaban sobre los hombros del chico de oro del país. Pedro era un héroe nacional, pero el precio de tan reputado título era alto, y la idea del fracaso, inconcebible.


Una vez le había confiado que se sentía muy solo en la cima, y ella había mirado a su alrededor, a las innumerables personas que habían acudido para celebrar otra victoria, y se había carcajeado. Por aquel entonces, Paula pensaba que bromeaba; todo el mundo quería estar con Pedro, todos querían una parte de él. Pero, al verlo en ese momento, de pronto lo comprendió, y con esa comprensión llegó el remordimiento y la vergüenza, porque ella era tan culpable como cualquiera de querer tener una parte de él.


De pronto Pedro levantó la cabeza y la miró, pero, en vez de sentirse abochornada, se quedó sorprendida por el vacío que vio en sus ojos oscuros.


—¿Por qué pensabas que iba a casarme con Valentina?—preguntó él.


—Gianni me lo dijo —contestó ella centrando su mirada en un conjunto de margaritas.


—¡Gianni! No te creo.


—Es la verdad —insistió ella—. La noche en que nos descubriste junto a la piscina, no era lo que pensabas. Gianni acababa de explicarme que existía un acuerdo entre los Alfonso y los Domenici desde hacía años, y que tú estabas decidido a casarte con Valentina para satisfacer a Fabrizzio.


—Yo no soy la marioneta de mi padre —respondió Pedro, furioso—. Y estamos en el siglo veintiuno; los matrimonios concertados desaparecieron hace cientos de años.


—¿Me estás negando que alguna vez hablaste con Fabrizzio sobre casarte con ella?


—Se mencionó —admitió él, encogiéndose de hombros—. A mi padre le habría gustado, es cierto, pero sabía que no había posibilidad de que ocurriera.


—Pero Gianni me lo dijo —dijo Paula desesperadamente. Era la primera vez que Pedro la había escuchado realmente, pero el descrédito en sus ojos hacía que fuera difícil continuar—. Me dijo que el hecho de que parecieras encantado de que nuestra relación saliese a la luz era todo una estratagema. Sabías que, cuando decidieras dejarme, saldría en todos los titulares y eso alegraría a Valentina y a su familia. Pero, si creías que yo habría seguido siendo tu amante después de casarte, es que no me conocías en absoluto.


Pedro apretó la mandíbula, pero su voz sonó suave y tranquila.


—¿Y Gianni te dijo eso? ¿Mi hermano, que está muerto y no puede defenderse? Eso sí que es conveniente.


—¿Por qué iba a mentirte? —preguntó Paula—. Gianni no quería decírmelo, pero las cosas no estaban bien entre nosotros desde hacía semanas. Estabas frío y distante, y yo sospechaba que te habías cansado de mí. Le insistí a Gianni hasta que acabó por contarme lo que estabas planeando y, cuando nos descubriste, simplemente me estaba reconfortando, nada más, a pesar de que él dijera que teníamos una aventura secreta.


—¿Ésa es tu versión de la verdad? —preguntó él—. ¿Eso es lo mejor que puede ocurrírsete?


—La verdad —dijo ella con una calma mortal— es que eres un mentiroso bastardo que esperaba ascender en la escala social casándose con la hija de un aristócrata mientras tenía una amante convenientemente escondida. Esto es inútil —murmuró—. Hace cuatro años te hiciste una idea sobre mí y aún no tienes agallas para admitir que puede que te equivocaras.


—Te vi, y no sólo aquella noche. Siempre tenías los ojos puestos en Gianni. Siempre estabas riéndote con él.


—Era el único de tu familia que era amable conmigo —dijo Paula, defendiéndose—. Tu padre dejó claro que me despreciaba, y todos los demás hicieron lo mismo y me trataban como si tuviera la peste bubónica. Yo sólo tenía ojos para ti —aún era así. Él era el único hombre al que había amado, la razón por la que había pasado los últimos tres años en constante peligro. Concentrarse en su supervivencia había sido la única forma de evitar pensar en él y en la vida que habían compartido—. ¿Cómo tienes la desfachatez de acusarme de serte infiel cuando no pasa una semana sin que aparezca en los tabloides algo escrito sobre tu última conquista y tú?


—He tenido otras amantes en estos cuatro años —dijo Pedro, acercándose a ella—. No puedo negarlo. Como tú dices, hay muchas mujeres que declaran abiertamente que están disponibles, y yo nunca he fingido ser un monje. Pero, mientras estábamos juntos, te fui fiel. Yo no miraba a los miembros de tu familia.


Paula tenía que marcharse de allí antes de perder la compostura. Ya sentía las lágrimas quemándole en los ojos, de modo que se dio la vuelta y salió corriendo hacia los escalones que conducían a la casa.


—Las otras mujeres no significaron nada —insistió Pedro, agarrándola del hombro y obligándola a mirarlo—. Solía cerrar los ojos y fingir que estaba contigo.


—Eso es asqueroso —susurró Paula, y observó cómo él agachaba la cabeza hasta que sus bocas quedaron a milímetros de distancia.


—Es la verdad —susurró él antes de besarla.


El primer instinto de Paula fue resistirse, y comenzó a empujarlo a la altura de los hombros. En respuesta, Pedro simplemente la agarró con fuerza contra su pecho mientras con una mano le inclinaba la cabeza para que no pudiera escapar a sus labios, que parecían decididos a tomar todo lo que ella no quería dar.


La imagen de Pedro abrazando a otra mujer, besándola, acariciándola, haciendo el amor con ella, hacía que su cuerpo se tensara. Era insoportable y lo odiaba, pero, al mismo tiempo, era cada vez más difícil resistirse a la maestría de sus caricias. La conocía demasiado bien. Incluso después de tanto tiempo. De modo que, poco a poco, fue relajando los puños y colocando los brazos alrededor de su cuello, sintiendo su pelo sedoso entre los dedos, recordando cómo a él solía gustarle que le masajeara los hombros después de una carrera. Sintió que no podía resistirlo más y separó los labios lentamente mientras Pedro deslizaba la mano hasta sus nalgas, levantándole los muslos y presionándolos contra su erección, haciendo que se diera cuenta de que ella no era la única que estaba perdiendo el control.


—He fantaseado con la idea de hacer el amor contigo cada noche de los últimos cuatro años —admitió él cuando levantó la cabeza, pero, para entonces, Paula ya no podía hablar. Cuando la tumbó en el suelo, el frescor de la hierba rompió el embrujo que la rodeaba, pero, cuando trató de incorporarse, él se colocó encima, aprisionándola con su cuerpo contra el suelo. Sobre sus cabezas, las hojas de los árboles formaban un intrincado dosel más allá del cual podía verse el cielo azul. El suave aroma de la hierba se mezclaba con la esencia de su colonia, y sus sentidos se estremecían al sentir al hombre que había sido parte de ella.


Pedro deslizó los dedos hasta el dobladillo de su camiseta y se la levantó para dejar al descubierto sus pechos.


—La fantasía nunca era tan buena —repitió él.


Paula se arqueó, incapaz de contener un gemido de placer cuando le lamió un pezón con la lengua. La caricia la atormentaba y ella tuvo que hundir las uñas en sus hombros.


Pero, cuando sintió que Pedro le desabrochaba el botón de los vaqueros y comenzaba a bajarle la cremallera, Paula fue consciente de la realidad y supo que, si Pedro le bajaba los pantalones, vería la cicatriz de su pierna. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se había vuelto loca? Él creía que era una mentirosa. Su opinión no podía ser peor y, sin embargo, estaba a punto de ofrecerle un encuentro sexual en la hierba antes de que se marchara a la otra punta del mundo.


Al sentir la tensión que súbitamente inundaba su cuerpo, Pedro se quedó quieto, observándola mientras ella trataba de quitarse sus manos de encima.


—No, no quiero esto —le dijo ferozmente.


Él se rió y giró para colocarse sobre la hierba y mirar al cielo.


—Ya me he dado cuenta, cara. Me pregunto si sabes lo que quieres.


—Desde luego no a ti —contestó ella mientras se ponía en pie.


—¿Por eso huías? Me he tropezado con tu maleta en el hall.


—Pensé que ya te habías marchado.


—¿Y estabas esperando a ese momento para escabullirte?


—No me estaba escabullendo —contestó ella—, tienes que entender que no puedo quedarme aquí.


—¿Y si te pidiera que te quedaras?


—Dame una buena razón por la que debería hacerlo.


—Darle otra oportunidad a una relación que ninguno de los dos quiere olvidar —sugirió él.


—Ya hemos ido por ese camino —dijo ella sacudiendo la cabeza, negándose a escuchar a su corazón—, y me niego a tener una relación con un hombre que no confía en mí. Nunca te he mentido.


—Lo que significa que Gianni, mi hermano, en quien yo confiaba, me mintió —murmuró él—. Yo no provoqué su accidente —añadió mientras se ponía en pie.


Paula le colocó una mano en el brazo, desesperada por reconfortarlo. Parecía devastado, no había otra palabra para describirlo, y deseaba estar con él. Ya no le importaban los años de separación y amargura que había vivido.


—Sé que no lo hiciste —dijo ella.


—Yo lo adoraba, y la intensa rivalidad entre nosotros nunca fue tan seria como todo el mundo creía, o eso pensaba yo. En el Grand Prix de Hungría, me di cuenta de la seriedad del asunto. Gianni estaba desesperado por ganarme y yo podría haberle dejado, debería haberlo hecho. En vez de eso, se arriesgó estúpidamente y tomó la curva a demasiada velocidad. Nunca olvidaré el momento en que su coche se salió de la pista.


Comenzó a caminar lentamente hacia la casa, con la espalda rígida, y Paula corrió tras él.


—Aquella noche, sentado en la unidad de cuidados intensivos, viéndolo conectado a todas aquellas máquinas, me prometí a mí mismo que no volvería a pasar nada malo entre nosotros, y que pondría fin a la pelea que nos había separado.


—¿Sobre qué peleasteis? —preguntó ella en un susurro—. ¿Por mí?


Su asentimiento de cabeza confirmó lo peor y ella tuvo que contener las lágrimas.


—No me extraña que me odies. El accidente de Gianni fue culpa mía.


—El accidente de Gianni fue culpa de Gianni —le dijo Pedro con firmeza—. He tardado tres años en darme cuenta de eso. Corrió un riesgo innecesario y pagó el precio, pero ver cómo luchaba por asimilar su parálisis fue duro. Me sentía culpable por tenerlo todo y que él no tuviera nada. Perderte a ti fue un infierno privado, pero no fue nada comparado con el tormento por el que él estaba pasando, y al final no pude salvarlo. Eligió acabar con su vida.


Por primera vez, Paula comprendió la agonía que debían de haber supuesto para Pedro los últimos años. Debía de haber sido toda una sorpresa encontrarla a ella en brazos de Gianni, y quizá fuese comprensible que inicialmente hubiera creído a su hermano. Ella había estado demasiado herida como para intentar defenderse y, para cuando Pedro se hubo calmado lo suficiente como para poder escucharla, Gianni ya había tenido el accidente. Pedro había sido incapaz de ayudarlo. Lo único que podía hacer era darle su apoyo y confianza.


—Tengo que irme... el avión me está esperando —murmuró él mientras, atravesaba la casa, deteniéndose para recoger su maletín y ponerse la chaqueta—. ¿Dónde irás tú? ¿A casa de Nicolas Monkton?


—¡No! No hay nada entre nosotros. No sé qué voy a hacer —admitió Paula. No sabía qué pensar, cómo reaccionar ante todo lo que él le había dicho, pero no había tiempo para seguir discutiendo; Pedro ya estaba saliendo por la puerta.


Colocó el maletín en el asiento trasero de su coche antes de sentarse tras el volante. Había dicho que tenía que irse, pero parecía estar tomándose demasiado tiempo en hacerlo y, mientras Paula observaba cómo ponía en marcha el motor, tuvo la extraña sensación de que no quería marcharse. 


Finalmente, puso el coche en marcha.


—¡Pedro!


Pedro ya estaba a punto de salir del camino, pero debió de haberla visto por el espejo retrovisor, porque frenó en seco antes de bajar la ventanilla.


—¿Qué pasa, cara?


—Ten cuidado —susurró Paula, agachándose para colocar la cara a su mismo nivel.


—Prometo tener cuidado si tú prometes quedarte —no le dio opción a contestar, simplemente le pasó la mano por el pelo y la arrastró hacia el coche para besarla—. ¿Tenemos un trato?


Paula se había quedado sin palabras y sólo podía mirarlo, sin ser consciente de la cantidad de emociones que revelaban sus ojos.


Pedro sabía que le quedaba un largo camino por recorrer, pero era un viaje que estaba decidido a hacer.





2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Cuanto resentimiento y desconfianza hay! Tienen mucho que hablar!

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  2. Me encantaron los 3 caps. Qué arrogante que es Pedro y me temo que el padre tiene mucho que ver en la mentira.

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