miércoles, 19 de octubre de 2016

AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 4




Pedro se obligó a sí mismo a no apretar los puños y apoyó las manos sobre la barandilla que rodeaba la terraza. Como miles de personas, él había leído los artículos detallando los choques violentos entre diversos grupos en África. Había quedado horrorizado por las historias de barbaries cometidas contra las tribus locales, pero lo que más le había inquietado era el hecho de que fuera Paula la que estaba atrapada allí, la que había sido hecha prisionera y la que había arriesgado su vida filtrando sus artículos para alertar a la población mundial sobre la crisis. Su primer instinto había sido el de salvarla, pero no tenía derecho para interferir en su vida. 


Había puesto fin a su relación con ella al dejarla en aquel vuelo con destino a Inglaterra tras descubrirla en brazos de Gianni, y se había maldecido a sí mismo por su debilidad al pasar de un canal a otro con la esperanza de ver su cara.


Paula se giró para mirarlo y el corazón le dio un vuelco al ver el brillo en sus ojos. Bajo aquella fachada de sofisticación yacía la vulnerabilidad que tan bien recordaba, y tuvo que resistir el deseo de abrazarla con fuerza.


—No tengo por qué quedarme aquí escuchando tus insultos. Nunca me escucharías, ¿verdad, Pedro? Siempre estuviste seguro de llevar razón. Pero ya no me importa lo que pienses; no tengo nada de qué avergonzarme. Sé cuál es la verdad y Gianni también lo sabía.


—¿Y si ahora quisiera escucharte? —preguntó él tras un largo silencio—. Es demasiado tarde para hablar con Gianni, pero tú...


—También es demasiado tarde para hablar conmigo —contestó Paula—. Cuatro años tarde. Así que, si ahora te invade la culpa, tendrás que sufrirlo, y espero que lo hagas —como lo había hecho ella, pero ya no más. 


Si Pedro esperaba ver a la patética chiquilla que una vez había sido, se llevaría una sorpresa. Le había llevado mucho tiempo recuperar el respeto en sí misma, y no estaba dispuesta a perderlo, por mucho que su corazón ansiara estar con Pedro.


—Veo que la gatita se ha convertido en una pantera... con garras —murmuró él—. No recordaba que te gustara tanto discutir, cara.


—¿Y no te aprovechaste de mi inseguridad? Sabías que estaba asombrada contigo. No podía creer que el gran Pedro Alfonso quisiera estar conmigo, una chica inocente de un pequeño pueblo inglés. Seguro que te encantaba el hecho de que estuviera desesperada por mantenerte contento.


—Me encantaba el hecho de que estuvieras desesperada por mí —contestó él.


Y Paula se estremeció cuando le pasó el dedo por la mejilla, deslizándolo por su cuello hasta sentir su pulso alterado. Era tan guapo. Había olvidado lo impactante que era su altura y la anchura de sus hombros, pero el tiempo no había hecho nada por borrar los recuerdos de aquella boca, y se estremeció al advertir el olor de su colonia. Inmediatamente se apartó de él.


—El sexo estaba bien, de acuerdo. Desde luego, te merecías la reputación de semental, Pedro. Pero nuestra relación no estaba basada más que en eso.


—No lo subestimes, cara. Quizá podríamos darnos otra oportunidad.


No podía estar hablando en serio. Lo peor de todo era que se sentía tentada; incluso después de todo lo que le había hecho pasar. Tendría que ir a que le revisaran la cabeza, pensó mientras trataba de poner distancia entre ellos antes de hacer algo estúpido como lanzarse a sus brazos.


—Ni lo sueñes —contestó finalmente. Habría sido muy satisfactorio hacer que Paula se tragase sus palabras, acercarse a ella y besarla. Su resistencia sería mínima; lo sabía tan bien como ella. Pero fue el brillo de desesperación en sus ojos lo que hizo que Pedro se abstuviera de demostrarle que, en algunos aspectos, nada había cambiado. La química sexual que existía entre ellos seguía presente.


La echaba de menos. A pesar de haber estado a punto de odiarla, seguía despertándose cada mañana antes del amanecer y la buscaba, sufriendo al darse cuenta de que ya no estaba.


—Por curiosidad —añadió ella, deteniéndose junto a la puerta que daba al salón de baile—. ¿Qué estás haciendo en Wellworth? El Brembridge es un hotel excelente, pero hay otros igual de buenos y mucho más cerca de Silverstone.


—¿No crees que sea posible que haya venido a buscarte? —murmuró él.


—Es poco probable —contestó ella, carcajeándose—. Por lo que yo sé, no soy más que una prostituta. ¿Por qué diablos ibas a venir a buscarme?


—Quizá es que te echaba de menos, cara mia —sugirió él.


—Creo que es más probable que te hayas quedado sin mujeres con las que acostarte, pero, sean cuales sean tus razones, no me interesan. Mañana te marcharás de Wellworth y, por lo que a mí respecta, puedes irte al infierno. Es donde he estado yo durante los últimos cuatro años.


Nicolas Monkton levantó la cabeza cuando Paula se reunió con él en el salón, frunciendo el ceño al advertir su cara pálida.


—¿Estás bien, Paula? Estaba a punto de enviar una patrulla de búsqueda.


—Lo siento... Me duele la cabeza; creo que llamaré a un taxi.


—No seas tonta; te llevaré a casa. De todas formas, ya estoy listo para irme.


—Ha sido un buen día —dijo él mientras conducía por el sendero que llevaba a la casa de sus padres—. ¿Conoces la casa Dower, al otro extremo del pueblo? Una pareja de inversores la adquirió hace un año y la ha renovado completamente. Llevaba dos meses en mis libros de arrendamientos y hoy he oído que ya tenemos inquilino.


—¿Quién la va a alquilar? —preguntó Paula con una sonrisa, fingiendo interés a pesar de su dolor de cabeza—. ¿Una familia? Es lo suficientemente grande.


Nico negó con la cabeza.


—La ha adquirido un consorcio; probablemente la usarán como base para ejecutivos que estén de visita, pero, para ser sincero, por lo que han acordado pagar de alquiler, me da igual que monten un circo allí. ¿Cómo ha ido la entrevista con Pedro Alfonso? —preguntó mientras aparcaba frente a la casa—. Has estado en la terraza mucho tiempo. ¿Has conseguido lo que querías?


—No he descubierto nada nuevo —contestó Paula mientras salía del coche. No iba a contarle a Nico el hecho crucial que había averiguado esa noche. Aún estaba recuperándose de saber que no había logrado olvidarse de Pedro. Volver a verlo de nuevo había sido devastador; había echado abajo sus defensas con gran facilidad, y a Paula iba a costarle trabajo volver a levantarlas.


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