martes, 18 de octubre de 2016
AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 3
Pedro escudriñó el salón de baile sin dejar de sonreír a las numerosas personas que ansiaban captar su atención. Paula no había llegado. Quizá no fuese a ir a la fiesta de después de la carrera, a pesar de que su asistente personal le hubiera enviado una invitación abierta a todo el mundo de la prensa local. Quizá considerase que la celebración de su victoria en el Grand Prix británico estuviese por debajo de ella, pensó al recordar la indiferencia con la que le había dicho lo poco impresionada que estaba ante él.
Jamás en su vida se había sentido tan insultado. No era ningún ángel; era el primero en admitirlo. Pero era campeón mundial de Fórmula 1 por quinto año y pasaba su vida rodeado de gente que lo admiraba. Sin embargo, Paula Chaves no estaba impresionada. Y no se refería a sus habilidades al volante. En el fondo de su alma lo sabía, pero el hecho de que no estuviera impresionada por el hombre, por el verdadero Pedro Alfonso, era algo que lo incomodaba, porque Paula lo conocía mejor que la mayoría.
No sabía qué reacción había esperado de ella al volver a verlo, pero no habría estado mal un poco de gratitud ante el hecho de que estuviera dispuesto a olvidar el pasado y a hablar con ella. El problema era que no se había sentido capaz de olvidar el pasado con tanta facilidad como imaginaba. La aparición de Paula en la sala de prensa lo había sobresaltado. A pesar de saber que había vuelto a Wellworth y que estaba trabajando como reportera en el periódico local, realmente no esperaba verla en el hotel.
Había olvidado lo guapa que era, o quizá no lo hubiese olvidado y sólo hubiese tratado de enterrar el recuerdo de sus ojos azules y su piel sedosa. Incluso en ese momento, podía sentir la suavidad de sus labios, podía saborearla, pero, cada vez que cerraba los ojos, la veía besando a Gianni.
—¿Pedro, tenemos que quedarnos aquí toda la noche? —preguntó Misa, haciendo pucheros y mirándolo con unos ojos que le dejaron indiferente. Después de tres meses, su relación había tocado fondo; lo único que se avecinaba eran llantos y rabietas cuando Pedro la dejara.
—Me gusta estar aquí —dijo él con frialdad sin dejar de mirar hacia la entrada del salón—, pero claro, eres libre de marcharte cuando quieras.
—No sé por qué has decidido celebrar la fiesta en este antro —murmuró Misa—. ¿Qué tiene Wellworth? Ni siquiera tiene tiendas decentes.
Siendo consciente de que no estaba llamando la atención de Pedro, se agarró con fuerza a él y echó su melena hacia atrás con tanta energía que los pechos estuvieron a punto de salírsele del diminuto vestido que llevaba puesto, aunque no le sirvió de nada. Los ojos de Pedro estaban puestos en la mujer que acababa de entrar en el salón de baile.
En contraste con los encantos exagerados de Misa, Paula parecía tan casta como una monja con su traje azul marino.
La larga falda tenía una discreta raja que revelaba una pierna y, cuando se giró Pedro vio que llevaba la espalda al descubierto
Elegante y sofisticada, Paula había madurado, y Pedro sintió un intenso deseo. Era la amante más receptiva y generosa que había conocido, y él no pudo evitar que sus pies se dirigieran hacia ella, deteniéndose al ver que el idiota de Nicolas Monkton se le había adelantado. Se giró abruptamente y se dirigió hacia el grupo de modelos promocionales que trabajaban para los diferentes patrocinadores. Al menos ellas lo encontraban impresionante, y de ninguna manera quería que Paula pensara que estaba esperándola. Si decidía retomar su relación, sería sólo con sus condiciones.
—Paula, me alegro de verte; estás increíble.
—Gracias —Paula sonrió cuando Nicolas Monkton se acercó a saludarla. Su descarada apreciación aumentó su autoestima, considerablemente debilitada. No había querido asistir a la fiesta de después de la carrera. Recordaba muy bien cómo eran gracias al año que había pasado con Pedro, pero Cliff se lo había rogado y no había podido negarse.
—Yo no puedo ir. Jenny se pondrá de parto en cualquier momento —había dicho Cliff—. Con unos cuantos detalles de después de la carrera bastará para terminar tu artículo, sobre todo si puedes conseguir, una entrevista con Alfonso.
—No te prometo nada —había murmurado Paula.
La fiesta era exactamente como había imaginado. El salón estaba lleno de rubias que hacían que se sintiera excesivamente vestida. No veía a Pedro y no tenía intención de buscarlo; estaba harta de actuar como una tonta enamorada, de modo que sonrió amablemente a Nico.
—Si hubiera sabido que venías, me habría ofrecido a traerte —dijo él mientras la conducía hacia la barra.
—Fue una decisión de última hora. Jenny estaba teniendo dolores y Cliff no quería dejarla sola. Pero no he venido conduciendo, sino en taxi.
—Algo sensato, si quieres beber algo —convino Nico—. Pero yo sí he traído el coche, así que te llevaré de vuelta a casa. Menuda fiesta han montado —añadió, mirando hacia el bufé que había al otro lado de la sala—. Pero me temo que Alfonso puede permitírselo. Debe de estar forrado. ¿Tú no tenías una relación con él?
—Hace tiempo.
—¿Y qué hay del hermano, Gianni? La noticia de su muerte fue algo trágico. Dijeron que no había podido asumir el hecho de no volver a andar y que se había suicidado. Pedro debe de estar destrozado, sobre todo teniendo en cuenta que se rumoreaba que había sido él el causante del accidente.
Paula sintió cómo el vello de la nuca se le ponía de punta, y supo con certeza que Pedro andaba cerca. Cerró los ojos, desesperada. No quería sentir eso; había tardado mucho tiempo en olvidarse de él y no estaba dispuesta a dejar que un solo encuentro lo echara todo a perder.
—Yo no me creería todo lo que dicen en la prensa amarilla —dijo ella—. Pedro no fue el causante del accidente de Gianni; eso quedó claramente demostrado.
—Sin embargo había gran rivalidad entre ellos, ¿verdad? —insistió Nico—. Creo que no se hablaban en el momento del accidente.
—Eran amigos aparte de hermanos —dijo Paula—. Eso es todo lo que yo sé —no era asunto suyo explicar que, debajo de aquella rivalidad, había existido un profundo amor y respeto que había hecho que Pedro creyera a Gianni antes que a ella. Se recordó a sí misma que aquello formaba parte del pasado, luchando contra el recuerdo de la cara de odio de Pedro al declarar que Paula los había tomado a los dos por tontos. Ella había estado demasiado sorprendida como para defenderse y, en el vuelo de vuelta a casa, había comprendido que Pedro tenía sus razones para pensar lo peor. Simplemente buscaba una excusa para librarse de ella.
—¿Te apetece algo de comer? —preguntó Nico, arrastrándola hacia el bufé.
—Ve tú delante —murmuró ella—. Hace demasiado calor aquí. Voy a salir a la terraza un rato.
Se dio la vuelta y se quedó sin aliento al ver al grupo que había de pie a pocos metros de distancia, con Pedro en el centro. Era más alto que el resto de los hombres, pero no era sólo su altura lo que llamó su atención, sino su aire de autoridad y su arrogancia. Poseía un carisma que atraía a la gente hacia él, hombres y mujeres por igual, aunque, inevitablemente, eran mujeres las que lo rodeaban en ese momento. Pedro se dio la vuelta en ese momento y Paula se sonrojó al ver su mirada. Agachó la cabeza y se dirigió hacia la puerta de la terraza.
El aire nocturno era frío. El aroma de la madreselva y de las rosas la tranquilizó, hasta que su paz quedó alterada por una voz familiar.
—¿Qué haces aquí sola, Paula? ¿Dónde está tu perrito faldero?
Ningún hombre tenía derecho a ser tan sexy. Su camisa negra enfatizaba la anchura de sus hombros, y tenía los dos botones de arriba desabrochados, revelando una cadena dorada alrededor de su cuello. Tenía aspecto de ser el semental del que hablaba su reputación, pensó Paula, tratando de convencerse de que no estaba celosa de todas las mujeres que habían compartido su cama. La riqueza y el sex appeal combinaban bien con el atractivo físico; Pedro poseía todo eso, y Paula dudaba que hubiese pasado los últimos cuatro años de celibato. Él había sido su primer y único amante, pero, para él, ella no había sido más que una de tantas conquistas. ¿Entonces por qué su subconsciente se aferraba a la idea de que ella era su mujer? ¿Y por qué su cuerpo reaccionaba inmediatamente a su presencia como si hubiera estado esperándolo todo ese tiempo?
—Si te refieres a Nico, está dentro, y no es mi perrito faldero. Ni siquiera lo conozco tanto. Es un amigo, nada más.
—Por no mencionar que es el dueño de Monkton Hall —murmuró Pedro—. ¿Estás segura de que no quieres convertirte en la señora de la casa, Paula?
—Ya has hecho esa sugerencia tan insultante, pero, para ser sincera, no creo que tenga que ver contigo —contestó Paula, dando un paso hacia atrás al darse cuenta de lo cerca que estaba Pedro.
—Dime, cara —murmuró Pedro—. Si no has vuelto a Wellworth para buscarte un marido rico, ¿qué pretendes? Te ganaste una reputación como periodista respetada en África. ¿Por qué conformarse con un trabajo en una gaceta local?
—Necesito un descanso —admitió Paula—. Los últimos tres años han sido... duros —terminando con la explosión de la mina que había estado a punto de volarle la pierna izquierda, aunque se negaba a proporcionarle esa información a Pedro.
Después de que él pusiera fin a la relación, ella había regresado a Inglaterra decidida a volcarse de lleno en su carrera, y había tenido suerte de encontrar un trabajo en un periódico nacional. Era joven, libre y soltera, y la vida en Londres podría haber sido divertida, pero en ese momento echaba de menos a Pedro, y saber de su vida amorosa por los periódicos no ayudaba. El viaje a África para visitar a sus padres le había parecido una buena manera de exorcizarlo de su mente; en aquel momento no sabía que eso le cambiaría la vida.
Paula se apartó más de él y Pedro maldijo para sus adentros, tratando de controlar las emociones que le provocaba.
—Leía tus artículos y vi el documental que hiciste —dijo Pedro, recordando lo mucho que había temido por su seguridad—. ¿Cómo pudiste llegar hasta el punto de arriesgar tu vida por regla general? Si hubieras estado conmigo, jamás te habría permitido irte.
—Fuiste tú quien puso fin a nuestra relación, Pedro —dijo ella con una risa irónica.
—Y por una buena razón, teniendo en cuenta que te estabas tirando a mí hermano. Apenas podía creerlo cuando un año después vi tus reportajes desde el oeste de África. ¿Qué intentabas hacer? ¿Pagar por tus pecados? ¿Una prostituta convertida en madre Teresa?
—Serás cerdo —dijo Paula, alejándose de él, cegada por las súbitas lágrimas que estaba decidida a no dejar escapar.
Había llorado ríos enteros por Pedro Alfonso, pero eso había acabado; podría volver a hacerle daño.
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Ya me atrapó esta historia.
ResponderBorrarMuy buen comienzo! Que duro es Pedro con Pau!
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