martes, 18 de octubre de 2016

AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 1






—Y en las noticias locales, el personal y los pacientes de Greenacres, la unidad especial de lesiones de columna de Wellworth, tuvieron un visitante inesperado ayer. El campeón de Fórmula 1 Pedro Alfonso llegó en helicóptero y pasó varias horas charlando con todo el mundo en la unidad antes de realizar una cuantiosa donación. El director de Greenacres, Jean Collins, dijo que todo el mundo estaba alterado por la visita —retransmitió el locutor por la radio—. Apuesto a que las mujeres sí estaban alteradas. La reputación de Alfonso fuera de los circuitos es tan legendaria como dentro de ellos. Antes de decirnos lo que el tiempo nos tiene preparado, Kate, ¿qué piensas de Pedro Alfonso?


—Oh, un dios del sexo, definitivamente, Brian. Me ha alegrado el día, que es más de lo que puede decirse de la previsión del...


Paula apretó el botón con el dedo, apagó la radio y se quedó mirando la fila de coches que tenía delante. Las obras en la carretera se habían multiplicado como por arte de magia de la noche a la mañana. Paula apretó el volante con fuerza. Se negaba a admitir que su tensión tuviera que ver más con los nervios que con el hecho de que llegara tarde. No debía haberse tomado la segunda copa de vino la noche anterior, pensó cuando por fin llegaba al hotel. Sin duda, ésa era la razón por la que se había quedado dormida y por la que sentía un leve dolor en las sienes.


Al entrar en el vestíbulo, se miró en el espejo y vio que tenía un aspecto frío y elegante con su traje color crema y su larga melena rubia recogida con una trenza. Su aparente control disimulaba el hecho de que el corazón le latiera a toda velocidad. Se dijo a sí misma que no había razón para aquella sensación que tenía en la boca del estómago. Era ridículo estar tan nerviosa.


La seguridad en el mostrador de recepción era rígida; debía haberlo imaginado. Su irritación aumentaba mientras buscaba en su bolso su pase de prensa, apenas capaz de contener su impaciencia mientras el guardia de seguridad lo estudiaba con detenimiento antes de darle paso. Sería más fácil colarse en Fort Knox, pensó cuando se vio detenida por otro guardia frente a la puerta de la sala de conferencias.


—Llega tarde —le informó el guardia con un inglés cuidadosamente pronunciado—. La entrevista ya ha comenzado.


—Me meteré sin hacer ruido —prometió Paula—. Nadie se dará cuenta.


La sala de conferencias estaba atestada de gente y, una vez más, se preguntó qué había esperado. Pedro Alfonso apenas concedía entrevistas. Mantenía una relación de amor-odio con los medios de comunicación; mientras que a los medios les encantaba informar de todos y cada uno de sus movimientos, él aborrecía que se metieran en su vida privada. Desde el terrible accidente de su hermano Gianni tres años antes, y desde la ferviente especulación por parte de los medios de que Pedro había sido el causante del accidente, sus sentimientos hacia los paparazzi se habían convertido en un odio patológico. Incluso en ese momento, siendo campeón del mundo de Fórmula 1, sus declaraciones a la prensa habían quedado reducidas a unas pocas palabras, y Paula se preguntaba cómo habría conseguido Fabrizzio Alfonso convencer a su hijo mayor para enfrentarse a los medios.


Paula mantuvo la cabeza agachada mientras se sentaba en uno de los pocos asientos vacíos que quedaban en la parte de atrás de la sala, y fue entonces cuando levantó la vista hacia el escenario. Llevaba toda la mañana preparándose mentalmente para aquello. Diablos, ¿a quién quería engañar? Llevaba de los nervios varios días, desde que había sabido que iba a volver a ver a Pedro. Aun así, cuando lo vio, el impacto fue tal que la dejó sin aliento y el estómago le dio un vuelco antes de volver a bajar la mirada.


Pedro Alfonso parecía aburrido. Sus rasgos duros formaban una máscara de educado interés junto con su nariz aquilina, sus cejas oscuras y sus ojos negros, que constituían un imán para las mujeres. Pero, incluso desde la distancia, Paula podía apreciar su impaciencia. Estaba allí, en la rigidez de su mandíbula, en el modo en que jugueteaba con el bolígrafo entre sus dedos, en su sonrisa falsa. Mientras lo observaba, Pedro se enderezó y su cuerpo se puso rígido de pronto mientras miraba en su dirección. Era imposible que supiera que estaba allí. Pedro sabía que ella era periodista y que era de Wellworth; era allí donde se habían conocido. Sin duda también sabría que ella estaba al corriente de la donación que había hecho a la unidad de lesiones de columna, pero no esperaría que estuviera en la conferencia de prensa. Aquel aire de tensión en su rostro debía de ser un truco de su imaginación.


¿Pero acaso Pedro no era siempre consciente del momento en que ella entraba en una habitación? Era un sexto sentido que ambos habían compartido, una certeza de la presencia del otro tan exacta que, incluso en una habitación llena de gente, sabían exactamente cuándo el otro estaba cerca. Era un recuerdo enterrado que Paula prefería no desenterrar. 


Prefería recordar a Pedro como un amante distante y frío que le había proporcionado un sexo magnífico, pero poco más. Ésa era una de las razones por las que ella había decidido poner fin a la relación, si él no la hubiera plantado públicamente. Era sorprendente lo mucho que seguía doliéndole, incluso después de todo ese tiempo.


Una mujer sentada en la parte delantera de la sala le preguntó a Pedro cuáles eran sus esperanzas de ganar Silverstone en dos días y él se relajó ligeramente, sonriendo y provocándole a Paula un vuelco en el estómago.


—Pienso ganar —contestó él con una arrogancia despreocupada—. El coche está rindiendo bien, y yo también —añadió, guiñándole un ojo a la periodista. Un torrente de risas recorrió la sala. No era conocido como el semental italiano por nada. Los titulares estaban llenos de sus numerosas aventuras amorosas. Paula apretó los dientes mientras sacaba su libreta.


Recopilaría los detalles y la información básica gracias a las preguntas de otros periodistas. Cliff no podía esperar otra cosa y, si lo esperaba, se llevaría una sorpresa, porque de ninguna manera Paula iba a intentar concertar una entrevista en exclusiva con Pedro Alfonso. Tal vez hubiera habido un tiempo en el que se habría dejado impresionar por su encanto latino, pero Paula ya no era la chica impresionable que se había enamorado de aquel casanova.


Sabía que su viejo amigo Cliff Harley, editor de la gaceta de Wellworth, esperaba un artículo en profundidad sobre la vida del último campeón de Fórmula 1.


—Vamos, Paula, eres la chica de oro, la mejor periodista, conocida por tus aventuras en África —le había dicho él—. Si alguien puede conseguir una buena historia en esa rueda de prensa, ésa eres tú.


Pedro Alfonso odia a los medios de comunicación —dijo Paula—, y seguramente no conceda entrevistas en exclusiva. Supongo que ha accedido a esa rueda de prensa para dar publicidad al hecho de que el grupo Alfonso haya adquirido la fábrica de coches deportivos de Oxford. Es una táctica para minimizar el daño después de los escándalos que han sacudido al equipo Alfonso durante los últimos años.


—Sí, pero tú tienes la ventaja de conocer a Pedro Alfonso íntimamente —insistió Cliff con su sonrisa pícara. 


Desde luego, ella conocía a Pedro íntimamente y estaba tan familiarizada con cada centímetro de su cuerpo, que incluso en ese momento, cuatro años después, podía visualizar su torso bronceado, sus muslos fuertes y su imponente físico.


—Mi amistad con Pedro terminó hace mucho —le dijo a Cliff tajantemente, ignorando su mueca ante la palabra «amistad». Para ser sincera, Cliff tenía razón; ella nunca había sido amiga de Pedro Alfonso. Su amante quizá, su compañera de cama, a la que había elegido y desechado cuando le había dado la gana. Pero, la intimidad que compartían nunca había llegado más allá.


—Bueno, quiero una historia con un poco de profundidad —dijo Cliff—. Quiero detalles. Quiero saber lo que mueve a Alfonso, cómo se siente antes de una carrera. Quiero una historia que descubra al hombre que hay detrás del mito...


—Quieres saber con quién se acuesta —murmuró Paula, dejando a Cliff a medias. Cinco años antes, habían empezado los dos como jóvenes reporteros en la gaceta, pero, desde entonces, sus vidas habían tomado rumbos muy distintos. Cliff se había quedado en Wellworth, se había casado con su novia de toda la vida y había logrado llegar a ser editor, mientras que ella se había ganado una reputación como intrépida corresponsal en el extranjero, enviando crónicas desde la Costa de Marfil. Había pasado los últimos tres años viviendo intrépidamente y necesitaba un descanso, tiempo para recuperarse.


Les había prometido a sus padres que no haría nada más que sentarse en el jardín de su casa de campo, pero, tras un mes de inactividad, se subía por las paredes y le había estado muy agradecida a Cliff por ofrecerle el puesto de reportera para la gaceta.


—No haré periodismo de baja calidad —le había advertido a Cliff mientras salía de la oficina—. Una de las lecciones que aprendí del año que pasé con Pedro fue saber lo que se siente cuando ves tu cara en todos los tabloides y un montón de basura escrita sobre ti.


Trató de apartar esos recuerdos de su mente y garabateó algunas notas más en su libreta sobre la intención de Pedro de seguir compitiendo durante mucho tiempo. Se rumoreaba que Fabrizzio Alfonso no estaba muy bien de salud y que había quedado devastado por el accidente que había dejado paralítico a su hijo pequeño, Gianni. Se decía que Fabrizzio quería entregarle las riendas de la corporación Alfonso a Pedro, pero Paula no se lo creía. Pedro nunca dejaría de competir; lo llevaba en la sangre, la necesidad de velocidad y un sentimiento de competitividad que lo habían colocado en los mejores puestos de ese deporte durante una década.


Pedro no era como los otros hombres. Había algo salvaje en él que hacía que aceptase los desafíos que otros habrían considerado una locura. Muchos aspiraban a ser como él, y no menos su hermano pequeño, Gianni, pero la rivalidad entre ellos había ido más lejos de la típica competitividad entre hermanos y había desembocado en el terrible accidente de Gianni.


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