domingo, 23 de octubre de 2016

AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 20







Habían volado a Indianápolis en un vuelo charter con el resto del equipo en vez de en el avión privado de Pedro y, en el viaje de vuelta, él la evitó, hablando todo el tiempo con el ingeniero jefe. Paula se sentía agradecida. No tenían nada que decirse, salvo adiós, porque Pedro no había podido dejar más claro que su relación se había terminado.


Cuando quedaba poco para aterrizar, regresó a sentarse junto a ella y Paula se tensó. Estaba invadiendo su espacio personal; peor aún, el calor que desprendía su cuerpo junto con su olor a limpio hicieron que le entraran ganas de hundir la cara en su pecho.


—¿Estás bien? —le preguntó en voz baja—. Anoche me comporté como un animal y... —vaciló un instante y se pasó la mano por el pelo—. Debería disculparme.


—No te esfuerces. Sé lo difícil que te resulta admitir que estás equivocado.


—¿Estoy equivocado? Sólo intento que las aguas vuelvan a su río, ¿no es eso lo que decís?


—Se dice volver a su cauce.


—Tenemos que hablar.


—Teníamos que hablar —lo corrigió ella—. Es un poco tarde ahora. No sé qué crimen habré cometido para enfurecerte de este modo, pero me niego a jugar a las adivinanzas. No quieres decirme qué mosca te ha picado y, desde anoche, ya no me importa.


En el aeropuerto, tras pasar por los controles de seguridad, entraron en la sala principal y Paula quedó deslumbrada por los flashes de los fotógrafos. No era una situación inusual. 


Pedro era un héroe nacional en Italia y no tenía más que estornudar para ser noticia. Pero, aquel día, el interés de los paparazzi parecía centrado en ella.


Pedro les dio órdenes a sus guardaespaldas mientras le pasaba el brazo a Paula por encima de los hombros y la acercaba a él, prácticamente arrastrándola por el vestíbulo, pero los periodistas los siguieron incesantemente. Ése era el lado que detestaba del periodismo, pensaba Paula mientras alguien le entregaba una copia del periódico del día. Al verlo, la cabeza empezó a darle vueltas.


Era difícil encontrar una foto peor de ella, pensó al ver la portada. Había sido tomada en los peldaños del hotel en Indianápolis. Pedro tenía aspecto de playboy con su traje, y ella aparecía discretamente tras él, colgada de su brazo y mirándolo con ojos turbios. Parecía borracha, aunque recordaba que en aquel momento se encontraba cansada y se sentía miserable, aparte de acabar de tropezar en un escalón.


En el interior del periódico, la cosa empeoraba: fotos de ella en bikini que dejaban poco a la imaginación y un horrible primer plano de las cicatrices de su pierna. Pero la foto que más daño le hizo fue una tomada en Venecia. Estaba recostada en una góndola, parecía sonreír a la cámara, aunque en realidad estaba sonriéndole a Pedro, en uno de los momentos más románticos de su viaje.


—¡Oh, Dios! —susurró.


—Ignóralo —dijo Pedro, quitándole el periódico de las manos.


—Significa mucho para mí. Las imágenes son horribles. Me siento sucia. No puedo imaginar cómo las han conseguido. Es como si alguien hubiera estado espiándonos.


—Los paparazzi están en todas partes —le dijo él, cuando llegaron al coche y el chofer les abrió la puerta—. Su intrusión es parte de la vida.


—No de mi vida —dijo ella mientras ojeaba el periódico. No hablaba mucho italiano, pero la palabra escrita era más fácil de entender que la hablada, y era evidente que el artículo hablaba de los detalles de su vida amorosa.


—La vida en una jaula dorada —murmuró él para sus adentros.


Paula frunció el ceño, tratando de recordar dónde había oído esa frase antes.


—No han conseguido esta información por casualidad. Alguien debe de habérsela dado, advirtiéndoles de nuestro viaje a Venecia. ¿Pero quién lo sabía aparte de tú y yo? —Paula se detuvo de pronto sintiendo un vuelco en el estómago. Por razones que desconocía, Pedro había estado furioso con ella, pero no podría haberle hecho tanto daño—. Pedro, no habrás...


—¡Madre de Dios! El hecho de que pienses que yo haya podido hacer una cosa así demuestra la poca confianza que hay entre nosotros.


—¿Entonces quién, Pedro? Porque alguien ha intentado humillarme y lo ha conseguido. ¿Quién más sabía que íbamos a Venecia?


Una voz en la cabeza de Pedro le recordó que su padre lo sabía, pero hizo oídos sordos a tal advertencia.


Su padre no, ni hablar. Tal vez Fabrizzio desaprobara su relación con Paula cuatro años atrás, pero las cosas habían cambiado; lo había demostrado durante la cena al ser amable con ella.


—¿Se lo dijiste a tu padre? —preguntó ella al llegar a la villa.


—No metas a mi padre en esto. Es la inseguridad la que te pone celosa de mi cercanía con él, al igual que lamentabas la unión que tenía con Gianni.


—No —negó ella furiosamente—, pero no le caigo bien. Para él sólo soy una ramera. Me lo dijo la otra noche, después de la cena.


—¿Fue durante la misma conversación que escuché por casualidad y en la que decías que estabas dispuesta a prostituirte para conseguir una casa? —preguntó él.


A Paula le fallaron las piernas y cayó desplomada sobre el suelo de mármol.


Él no hizo intención de acercarse, simplemente se quedó mirando con cara de arrogante indiferencia.


—No es lo que piensas —susurró ella—. El mayor miedo de tu padre es que elijas casarte conmigo en vez de con una chica de la alta sociedad. Estoy segura de que estaba detrás de las mentiras de Gianni hace cuatro años y seguro que está intentando separarnos otra vez. Estaba intentando convencerlo de que no soy una amenaza.


—No tenías por qué llegar a esos extremos —dijo él fríamente—. Se lo podría haber dicho yo mismo. Eres la última mujer sobre la tierra con quien elegiría casarme.






3 comentarios:

  1. Ay! No entiendo como Paula puede seguir así con Pedro! Cuanto más va a dejar que la humillen!

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  2. Sigo sosteniendo, el padre de Pedro está involucrado en querer separarlos.

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  3. No!! Pobre Paula, es insoportable el padre de él. Y él muy ciego

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