lunes, 24 de octubre de 2016

AMANTE EN PRIVADO: CAPITULO 21





Paula se sentó junto a la mesa de la cocina y lloró hasta quedarse sin lágrimas. Pedro había desaparecido en su despacho, indicándole con su portazo que no sería bien recibida, aunque no tenía intención de intentar hablar con él. 


Sería una pérdida de tiempo. No sabía exactamente qué parte de la conversación con Fabrizzio había escuchado, pero obviamente lo suficiente como para condenarla sin darle oportunidad de explicarse.


La cruda realidad era que no estaba interesado en saber la verdad, incluso aunque ella pudiese encontrar el modo de demostrar que Fabrizzio había estado detrás de todo, Pedro no quería saberlo. Era un Alfonso y defendería a su familia por encima de todo. Adoraba a su padre e incluso en ese momento, cuando el corazón de Paula estaba hecho pedazos, no podría hacerle daño obligándole a aceptar el lado oscuro de su padre.


—Signorina —una voz irrumpió en sus pensamientos, obligándola a sonreír mientras Sophia depositaba una taza de capuchino frente a ella. Había desarrollado una buena amistad con el ama de llaves de Pedro, y se sorprendió al ver el rastro de las lágrimas en las mejillas de Sophia—. Es mi culpa. Los artículos del periódico son horribles, y usted está tan triste, y es por mi culpa.


—¿Pero por qué? —preguntó Paula.


—El señor Alfonso... Estábamos hablando, bromeando un poco sobre cómo usted estaba siempre demasiado ocupada para comerse las comidas que yo preparaba —dijo Sophia—. Y él estaba interesado en saber cuándo se iban a Venecia.


—¿Qué señor Alfonso? —preguntó Paula cuidadosamente. 


Pedro había hecho los preparativos del viaje; no habría necesitado hablar con el ama de llaves.


—El señor Fabrizzio —susurró Sophia, atemorizada y mirando a su alrededor mientras hablaba.


—Gracias por decírmelo. Te prometo que no te meterás en líos, Sophia.


Aquello confirmaba lo que ella ya intuía, pensó mientras subía las escaleras y sacaba su ropa del armario. Fabrizzio había estado detrás de todo, pero nunca lograría convencer a Pedro de ello. Pasó el resto del día entre la miseria y la rabia por ver cómo la historia se repetía. Fabrizzio había hecho todo lo posible por apartarla de la vida de Pedro en una ocasión y ella no había hecho nada al respecto para defenderse. Contra todo pronóstico, Pedro la había buscado con la intención de darle una segunda oportunidad a su relación y, a pesar de todo lo que había ocurrido entre ellos, no había logrado olvidar la intimidad que habían compartido en Venecia.


Cuando Paula se sentó a la mesa aquella noche, Sophia le informó de que Pedro no se reuniría con ella. Había tenido que marcharse corriendo hacía una hora y no había dicho cuándo volvería. A medianoche, Paula estaba decidida a obligar a Pedro a escucharla. Su ausencia alteró sus nervios más de lo que ya estaban y estuvo dando vueltas por la habitación de invitados a la que se había trasladado, esperando escuchar sus pisadas en el suelo.


A la una de la madrugada, su imaginación se había disparado y no paraba de visualizarlo rodeado de rubias esculturales que lo seguían donde quisiera que fuera. Debía de haber encontrado una cama en algún sitio, aunque era cuestionable si estaría durmiendo o no. La idea de él haciendo el amor con otra mujer le hizo sentirse físicamente enferma y corrió escaleras abajo preguntándose si habría dejado alguna pista de su paradero en su estudio.


Al verlo sentado detrás de su escritorio, se quedó sin aire y se detuvo en seco. Pero fue la expresión de sorpresa en su rostro lo que más la inquietó.


—¿Sabes qué hora es? ¿Dónde has estado?


—Pareces una esposa machacona más que una amante obediente —dijo él.


—¿Has estado bebiendo?


Pedro observó la botella de whisky medio vacía que había en su escritorio y se sirvió en un vaso antes de bebérselo de un trago.


—Eso parece, ¿no crees, cara?


—Tienes que escucharme —le exigió ella, acercándose para colocarse frente a él—. Sé que no es lo que quieres oír, pero puedo demostrar que tu padre estaba detrás de los artículos del periódico. Sé que convenció a Gianni para que te mintiera hace cuatro años, e incluso lo persuadió para que me besara y así convencerte para que pusieras fin a nuestra relación.


—Obviamente es un hombre muy ocupado —dijo Pedro con una calma peligrosa. Se puso en pie, rodeó la mesa y la agarró por los hombros—. Pero ya no más. Mi padre ha sufrido un fallo cardíaco importante esta tarde. Está conectado a una máquina que lo mantiene vivo y no se sabe si sobrevivirá a esta noche.


—Oh, Dios, lo siento —Paula se cubrió los labios con una mano temblorosa al oír las palabras de Pedro. ¿Y si hubiese acusado a Fabrizzio injustamente? En el fondo de su corazón sabía que no había sido así; él habría hecho cualquier cosa por arruinar su relación con su hijo, y la parte clínica de su cerebro le decía que incluso había conseguido sufrir un ataque al corazón en el momento justo. Pedro no la escucharía en ese momento, y no podía esperar eso de él. 


Lo único que importaba era que su padre se recuperase y, desesperada por reconfortarlo, levantó la mano para acariciarle la cara.


Pedro retrocedió como si le hubiera pegado.


—No te atrevas a ofrecerme tu compasión cuando ambos sabemos que lo odias. Mi padre se está muriendo y tú sigues intentando ponerme en su contra —susurró, apretando los dientes—. Pero estás perdiendo el tiempo, Paula. Te di el beneficio de la duda con Gianni. No esperes que vuelva a hacerlo.







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