viernes, 30 de septiembre de 2016

MAS QUE VECINOS: CAPITULO 35





Dos días después, Pau salía de su casa cuando se encontró a Pedro de pie al lado de su deportivo de color negro.


—Buenos días, Paula, sube, te llevo —dijo con voz tranquila.


—¿A dónde me vas a llevar si puede saberse?


—He hablado con tu madre y sé que tienes cita con el ginecólogo. Vamos, te acompañaré.


—¿Has hablado con mi madre? —La joven lo miró boquiabierta.


—Por lo visto, se te había olvidado contarle el pequeño detalle de que el padre de tu hijo no tenía ni idea de que estuviera en camino. Creo que te espera una buena bronca.


Paula lo miró furiosa.


—No sé por qué demonios tienes que hablar con mi madre, nadie te ha dado vela en este entierro y no quiero que me acompañes a ningún lado.


—Sube —Paciente, Pedro mantuvo la puerta del vehículo abierta.


La mirada severa que acompañó la orden no le dio opción a Paula para negarse; al fin y al cabo, Pedro parecía decidido y no podía hacer una escena en mitad de la calle. Muy enfadada, Pau se sentó en el asiento del copiloto.


—Creí que había dejado claro que no te quería en mi vida.


—Siento desilusionarte, querida Paula, estoy aquí para quedarme y no podrás impedírmelo. —Su expresión, resuelta y despiadada, le hizo comprender a la joven el secreto del éxito de su antiguo vecino en los negocios, así que, impotente, a Pau no le quedó más remedio que indicarle el hospital a donde debían dirigirse y, después, no dijo ni una palabra más durante el resto del trayecto.


De reojo, Pedro miraba de vez en cuando su hermoso perfil, mientras ella, muy digna, no apartaba la vista de la calzada. A pesar de la actitud de Paula, ardía en deseos de alargar la mano y coger entre los suyos esos dedos esbeltos, que se retorcían con nerviosismo.


—Pase Paula, tiéndase en la camilla y desabróchese el botón del pantalón. —La sonriente enfermera la hizo pasar a un pequeño habitáculo que contenía una camilla y un ecógrafo—. Hoy le harán la ecografía de las veinte semanas. Me imagino que su esposo querrá estar presente también.


Antes de que la joven pudiera negar el parentesco, Pedro dijo:
—Por supuesto, no me lo perdería por nada del mundo.


Paula notó que la enfermera acusaba el impacto de la sonrisa de su exvecino y soltó un bufido indignado. En cuanto se quedaron a solas, Pau se volvió hacia él, enojada.


—No me gusta que te hagas pasar por mi marido.


—No hace falta que te preocupes, más temprano que tarde será una realidad. —La chica lo miró con la boca abierta, pero antes de que se le ocurriera alguna contestación, Pedro añadió—: Venga, Paula, haz lo que te ha dicho la enfermera y túmbate de una vez.


Incapaz de articular palabra, Pau obedeció por fin y, tendiéndose en la camilla, se desabrochó el botón del pantalón y se subió la blusa. Pedro contempló fascinado ese vientre levemente abultado —la única señal, salvo un
ligero aumento del tamaño de los senos, de que la joven estaba embarazada— y sintió un intenso deseo de acariciarlo. La entrada de la doctora interrumpió sus pensamientos.


—Buenos días, Paula, ¿qué tal se encuentra?


—Perfectamente, al menos ya no me voy quedando dormida por las esquinas. Eso sí, desde que se me pasaron las náuseas tengo hambre a todas horas —respondió Pau, sonriente.


—Eso entra dentro de la más absoluta normalidad —declaró la doctora devolviéndole la sonrisa, mientras extendía un gel transparente sobre el abdomen de la joven. A continuación, cogió la sonda exploratoria y la fue deslizando por encima de su piel.


—¿Qué es eso? —preguntó Pedro, asustado al escuchar un ruido atronador.


—Es el corazón del feto.


—¿No va demasiado rápido? ¿Es eso normal? ¿Tiene algún problema? —Nervioso, el pobre hombre fue disparando una pregunta tras otra.


—Siempre es así, todo parece estar bien. Ya mide 14 centímetros y pesa unos 250 gramos —contestó la doctora con amabilidad, procurando tranquilizarlo—. ¿Desea conocer el sexo de su bebé, Paula?


—Sí, por favor. —La joven había permanecido hasta entonces en silencio, observando maravillada la imagen en blanco y negro del monitor.


La doctora examinó atentamente la pantalla durante un buen rato y anunció:
—Van a ser padres de una niña. Felicidades a los dos.


—¡Una niña! —La voz masculina, algo ronca, resonó en la habitación.


Incapaz de contener su emoción, Pedro cogió una de las manos de Pau entre las suyas, las pupilas de ambos se encontraron y Pedro percibió en los grandes ojos castaños de Paula el brillo de las lágrimas. Sin poder evitarlo, ambos se sonrieron al mismo tiempo y algo, cálido y delicado, pasó entre los dos.




3 comentarios:

  1. Al fin se reencontraron, pero el aire se corta con una pluma jajajaja.

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  2. Que momento! Como pudo ocultarle algo así! Muy buenos capítulos!

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  3. noo que hermoso este capitulo aun que paula no se comporto muy bien que digamos

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