viernes, 30 de septiembre de 2016

MAS QUE VECINOS: CAPITULO 33





Cinco meses después, Pedro Alfonso se encontraba trabajando en su despacho cuando entró su secretaria con un ejemplar de The Times en una de sus manos.


—Gracias, Janet, déjalo ahí, por favor —dijo sin levantar la vista de los documentos que repasaba en ese momento.


Al terminar, abrió el periódico y le echó un rápido vistazo para ver las noticias del día. Acababa de pasar una página cuando leyó de pasada uno de los numerosos anuncios de la sección de cultura; incrédulo, se quedó inmóvil y volvió a leerlo detenidamente.



HOY MIÉRCOLES, A LAS 19:00 H.
INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN DE PINTURA
«PAISAJES INTERIORES»
DE PAULA CHAVES
GALERÍA TORRES


Pedro permaneció un buen rato mirando con fijeza el anuncio del periódico sin verlo en realidad. El dolor agudo que atravesó sus entrañas le sorprendió; estaba convencido de que el tiempo transcurrido había conseguido mitigar el daño que la desaparición de Paula, sin darle ningún tipo de explicación, le había causado. Su primera idea fue rasgar la página, estrujarla entre sus dedos y arrojarla a la papelera, pero, de inmediato, cambió de opinión.


Durante toda su vida se había enfrentado con los problemas cara a cara y esta vez no sería una excepción.


A pesar de que ya no creía albergar ningún sentimiento profundo hacia Paula, pensaba que sería mejor asegurarse. 


Pedro reflexionó durante un buen rato y tomó una decisión: acudiría a la galería y la saludaría como un ser civilizado saluda a otro con el que ha compartido algunos momentos especiales.


Nada más.


Satisfecho al comprobar lo tranquilo que se sentía después de haber tomado esa resolución, decidió llamar a la mujer de Harry para que lo acompañara.


En cuanto entró en la galería, Pedro descubrió a Paula en un rincón hablando con Diego Torres y una pareja desconocida. A pesar de saber que iba a encontrarse con ella, Pedro no estaba preparado para la oleada de emoción que lo recorrió al verla. Pau estaba todavía más hermosa de lo que la recordaba; lucía unos pantalones ajustados y una camisola suelta color rosa y estaba radiante, como si una lámpara la iluminara desde dentro. Alfonso se detuvo incapaz de dar un paso más y Lisa, que caminaba a su lado, lo miró con curiosidad.


—¿Te ocurre algo, Pedro?


Pedro inspiró con fuerza antes de contestar.


—Nada, Lisa. Ven, vamos a saludar a la artista. —Con el brazo alrededor de la cintura de la mujer se acercó a Pau, que en ese momento se reía de algo que había dicho Diego.


—Hola, Paula.


—¡Pedro! —Cualquier vestigio de color desapareció súbitamente de sus mejillas y Pedro, testigo de su palidez, se sintió como un fantasma del pasado que hubiera venido a atormentarla de nuevo—. No... No esperaba verte por aquí...


Se notaba que a Paula le costaba encontrar las palabras, lo que le produjo una cierta satisfacción. Con disimulado interés, la mirada de Lisa pasaba del uno al otro, como si presintiera las tumultuosas corrientes ocultas que circulaban entre los dos.


—Vi el anuncio de la exposición en el periódico y decidí pasar a saludarte. —La ventaja que llevaba Pedro sobre ella le permitió dirigirse a su exvecina con aparente indiferencia.


—Me... me alegro de verte. —La voz de Pau sonó entrecortada, era evidente que seguía bajo los efectos de la conmoción que le había causado verlo una vez más.


—Yo también me alegro de verte, Paula. Te veo muy bien. —La mirada masculina se deslizó arrogante sobre su cuerpo, como si tasara cada centímetro de su carne y encontrara que no estaba a la altura. Pau empezaba a sentirse enferma y se mordió el labio inferior con nerviosismo.


—Gracias —susurró Paula. De pronto, la joven parecía apagada y sin rastro de su viveza habitual.


Pedro consiguió al fin apartar los ojos de su bonito rostro y, haciendo un enorme esfuerzo por seguir aparentando indiferencia, se despidió sin que su tono sereno traicionara su agitación.


—Bueno, te dejamos que sigas charlando. Daremos una vuelta por ahí.


—Perfecto. —Paula seguía algo pálida, pero se notaba que empezaba a recobrar el dominio de sí misma.


Pedro y Lisa recorrieron la exposición con calma y se detuvieron ante cada obra, examinándola con atención antes de dirigirse a la siguiente.


—Tu amiga es muy buena —afirmó Lisa mientras contemplaba el cuadro de la pequeña cala de Cornualles que tantos recuerdos le traía a Pedro.


—Sí. —Se limitó a contestar él siguiendo con la mirada la figura de Paula que ahora charlaba con otro grupo de personas.


En ese instante, Diego Torres se acercó a la joven por detrás y colocó una de sus manos sobre su vientre, Pedro observó cómo Pau volvía la cabeza y le sonreía con dulzura. De repente, como si un rayo acabara de liberar toda su carga electrostática sobre su cabeza, Pedro se quedó petrificado.


—¿Qué te ocurre, Pedro? Te has quedado lívido. —Preocupada, Lisa apoyó su mano sobre el brazo masculino y, al instante, notó su rigidez.


—Perdona, Lisa, pero tengo que llevarte a tu casa ahora mismo. Prometo que te lo explicaré más adelante. —Las palabras parecían salir a duras penas de entre las apretadas mandíbulas de su amigo y, muy sorprendida, la mujer se dejó arrastrar hacia la salida sin protestar.




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