martes, 27 de septiembre de 2016

MAS QUE VECINOS: CAPITULO 26





A los veinte minutos exactos, Pedro golpeó la puerta del dormitorio de Paula y durante las siguientes dos horas se dedicaron a recorrer la inmensa mansión de cabo a rabo. 


Pau se mostraba incansable y no paraba de hacer preguntas, y a través de sus comentarios llenos de entusiasmo él empezó a ver la casa con otros ojos.


La relación que unía a Pedro a Hallcourt Abbey era de amor-odio. Entre esas paredes había transcurrido su infancia solitaria. Su padre murió cuando él contaba apenas cinco años y un preceptor se había encargado de su educación hasta que su madre lo envió a Eton cuando cumplió los doce. A pesar de que en el plano material había tenido más de lo que hubiera podido desear, su madre siempre se había mostrado más exigente que afectuosa y al ser hijo único y el heredero, todas las expectativas familiares recayeron sobre él.


La dolorosa falta de ternura por parte de su madre durante sus primeros años y la carencia de amigos de su edad con los que jugar, habían hecho que ese niño solitario erigiera a su alrededor una serie de barreras protectoras. Mientras recorría con su vecina esos rincones que tantos recuerdos le traían, Pedro comprendió que las barreras que alzó siendo todavía un niño continuaban ahí aunque, desde que conoció a Paula, algunas piedras de la muralla con la que se había rodeado habían empezado a resquebrajarse y amenazaban con caer.


Observó a la chica que miraba extasiada la galería de retratos de sus antepasados. De repente entendía por qué había pensado que Paula no le gustaba: desde el principio, su inconsciente había intuido que la joven sería ese temblor que haría tambalear sus defensas y, aterrado, se había aferrado a ellas con uñas y dientes. No estaba seguro de querer que se derrumbaran, al fin y al cabo, le habían protegido durante la mayor parte de su vida y sin ellas se sentiría desnudo.


—¿Quién es este? Se parece mucho a ti —La voz de Pau, lo sacó de golpe de sus pensamientos.


Paula señalaba un cuadro en el que un hombre de aspecto imponente, vestido a la moda del siglo XIX, la contemplaba con severidad.


—Es Juan Pedro Saint Clair Alfonso, mi tatarabuelo. Él fue el que rehízo la fortuna familiar comerciando con productos que traía de la India. Las raíces de Alfonso & Asociados comenzaron con su empresa de ultramar.


—Es impresionante. Si te pusieras una levita como la suya y te dejaras crecer las patillas serías igual que él —afirmó Paula, fascinada.


—¿Tú crees que te miro con esa expresión tan desaprobadora?


La joven se volvió hacia él sonriente.


—Por supuesto que sí. Siempre me has mirado como si fuera un insecto en tu camino al que no pisabas por mera cortesía.


—Siento que pienses así —le respondió con rigidez.


—¿Lo ves? —Pau soltó una carcajada.


Extendió el brazo y acarició su ceño fruncido con la punta de los dedos. Pedro permaneció muy quieto bajo el suave contacto, deseando que acabara y, al mismo tiempo, rogando para que continuara eternamente.


—Así está mucho mejor —declaró Paula cuando su frente se distendió y se alejó de nuevo.


—Será mejor que volvamos a la habitación y nos cambiemos para la cena —comentó Pedro cuando se recuperó de la sensación que le habían producido los frescos dedos femeninos sobre su piel.




4 comentarios:

  1. Me encanta esta historia, es re divertida jajajaja.

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  2. Muy buenos capítulos! que distintas la familias de los 2! Infumable la mamá de Pedro!

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  3. Creo que Pau va a sacar más de una vez de sus casillas a la Sra Alfonso, y su hijo va a disfrutar mucho eso. Me gusta mucho!! jaja

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  4. Uf re suegra la madre de Pedro jajajaja

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