martes, 27 de septiembre de 2016

MAS QUE VECINOS: CAPITULO 24





Dos semanas después, sonó el timbre del piso de Paula y cuando ella acudió a abrir descubrió a su vecino, que lucía su aspecto más digno, al otro lado.


—Hola, Paula.


Pedro Alfonso—Le sorprendió que Pau lo llamara por su nombre completo y no le gustó; tampoco había ni rastro de la deliciosa sonrisa con la que antes solía recibirlo.


Pedro carraspeó.


—¿Me dejas entrar?


La joven titubeó unos segundos, pero finalmente le indicó con un gesto de la cabeza que pasara.


—Veo que estabas pintando... —Hasta un ciego lo habría notado; Pau lucía una mancha de pintura verde en el pómulo y otra roja en la barbilla y, además, la vieja y pintarrajeada bata con la que protegía su ropa no dejaba lugar a dudas.


—Muy agudo —respondió, sarcástica.


Los dos permanecieron de pie en el salón, mirándose como dos boxeadores que se aprestan para el combate.


—Quería disculparme y pedirte un favor —manifestó Pedro sin permitir que ninguna emoción asomara a su rostro.


—¿Un favor además? Ja, hay que tener caradura...


Pedro apretó más sus, ya de por sí, apretadas mandíbulas.


—Empezaré con las disculpas. Siento haberte rellenado la copa de vino varias veces. —Lo soltó de un tirón, como si hubiera estado conteniendo la respiración hasta ese momento.


—Así que lo admites, ¿eh? —insistió Pau con los brazos en jarras y una ceja enarcada.


—Lo admito.


—¿Puede saberse qué pretendías con ello? No ignorabas el efecto que el alcohol tiene sobre mí. Yo misma te lo conté.


—Era plenamente consciente de mis actos —afirmó Pedro con tranquilidad.


A Paula le pareció increíble su desfachatez y cuando logró recuperar el habla preguntó:
—¿Y cuáles eran tus propósitos? Creía que éramos amigos; confiaba en ti.


Al escuchar sus palabras y percibir su expresión herida, la alta figura de Pedro se estremeció visiblemente, como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago.


—Quería seducirte —confesó.


—¿Seducirme? —repitió Paula como un loro, al tiempo que abría la boca, estupefacta.


—Seducirte.


Pau consiguió cerrar la boca de golpe, pero le llevó unos minutos encontrar algo que decir. En cambio, observó que su vecino parecía muy tranquilo.


—No entiendo nada, éramos amigos. A los amigos no se les seduce y mucho menos se les emborracha para conseguir un fin tan perverso. —A Pau le parecía estar oyendo a la mismísima Mrs. Dawnson, una profesora de religión que le había dado clases en primaria.


—Tienes razón.


—¿Eso es todo lo que tienes que decir?


—Veras, Paula, confieso que llevo tiempo sin acostarme con una mujer. —Pedro no podía creer que estuviera diciendo lo que estaba diciendo, pero prefirió no pararse a pensarlo, así que se aclaró la garganta y siguió adelante—: Tú eras en ese momento la que tenía más a mano. Te había besado unas cuantas veces y no pareció disgustarte, pero no querías ir más allá. Supongo que estaba un poco desesperado. —A Paula le pareció una aclaración demencial, pero esperó a que terminara su explicación—. No volveré a intentar nada parecido, tienes mi palabra.


—En resumen, lo que vienes a decir es que me has emborrachado para intentar acostarte conmigo porque era la única mujer disponible.


—Más o menos, aunque dicho así suena peor —respondió Pedro sin perder su rigidez.


—No le puedes decir semejante cosa a una chica y pretender que suene bien, Pedro, es de muy mala educación y precisamente tú deberías saberlo. Desde luego no contribuye a aumentarle la autoestima a esa muchacha en cuestión, en este caso yo misma —lo regañó Paula.


—Lo siento, Paula, solo pretendía explicarte...


—No sigas. —Pau lo interrumpió alzando una mano—. Creo que lo he entendido bastante bien. A pesar de todo me alegro de que solo sea eso; por unos instantes llegué a pensar que la maldición se había hecho realidad y te habías enamorado de mí.


—No, eso no —se apresuró a negar él.


—Respecto a que no pareciera importarme que me besaras, confieso que es cierto —continuó Paula—. Yo tampoco he estado con nadie desde hace tiempo; imagino que los bajos instintos de las personas afloran de vez en cuando a la superficie. Resumiendo otra vez, Pedro, tenemos dos opciones: una, liarnos la manta a la cabeza y tener una aventura que acabaría más pronto que tarde, porque los dos pertenecemos al tipo de personas que no se enamoran y, además, somos polos opuestos—. El trató de interrumpirla, pero la joven no lo permitió—. O dos, dejar las cosas como están, vernos de vez en cuando, como hasta ahora y limitarnos a mantener una relación de amistad.


Pedro abrió la boca de nuevo, pero ella apoyó las puntas de sus dedos sobre sus labios impidiéndole hablar.


—Yo, en particular, prefiero la opción número dos. Las aventuras brotan por todas partes como los ciclistas en primavera, sin embargo, un amigo con el que estés a gusto y puedas hablar de cualquier cosa, es mucho más difícil de encontrar.


Pedro, no sabía muy bien por qué, todas estas elucubraciones le parecieron más bien humillantes. Así que, con el orgullo bastante maltrecho, contestó procurando parecer indiferente:
—Yo también prefiero la opción número dos.


Paula lo miró encantada, si Pedro hubiera insistido en su plan de seducción le habría costado Dios y ayuda resistirse.


—Bueno, ahora dime cuál es ese favor que querías pedirme —preguntó la joven con curiosidad.


—Verás, mi madre me ha pedido, quizá ordenado sea la palabra correcta, que pase la Semana Santa en Hallcourt Abbey.


—Qué nombre tan bonito, ¿es tu casa?


—Ha sido la casa de los Alfonso desde hace unos cuantos siglos y ahí está el problema...


—¡No querrás venderla, ¿verdad?! —exclamó Paula con los ojos muy abiertos.


—Por supuesto que no, Paula, ¿te importaría no interrumpirme a cada rato? —preguntó Pedro, exasperado.


—Usted disculpe —respondió la chica haciendo una mueca.


—Mi madre está obsesionada con que debo casarme y tener hijos para perpetuar el apellido y la herencia familiar, y sospecho que pretende presentarme a una de sus candidatas durante mi estancia allí. —Pau lo miraba con mucho interés y esta vez no lo interrumpió, así que su vecino le dirigió una mirada especulativa y soltó—: Le he dicho que iría con mi prometida.


—¿Has vuelto con Alicia? —preguntó, pasmada.


—Claro que no. Le dije que iría contigo—. Una vez más, Paula se quedó sin palabras así que Pedro aprovechó su inusual silencio para contarle el resto—. No es la primera vez que hace algo parecido y, créeme, resulta bastante incómodo, por no decir desagradable.


—¿Y si te niegas, sin más? —preguntó Pau cuando recuperó el habla.


—No conoces a mi madre, me haría la vida imposible con reproches y lamentos. Ir con una mujer hará que me deje tranquilo durante un tiempo.


Paula estuvo a punto de decirle que su madre debía ser un poco especial, pero se mordió la lengua.


—Lo siento, Pedro, no puedo hacerlo, había decidido marcharme a Francia a pintar un poco. Además, todo el plan me parece disparatado; no estaría a gusto tratando de engañar a otra persona y menos si esa persona es encima tu madre.


—Por favor, Paula, solo serán unos días. Te gustará Hallcourt Abbey, allí podrás pintar, te prometo que es uno de los sitios más hermosos de Inglaterra. Incluso haré un donativo a tu escuela, por favor... —A Pau se le hizo muy difícil resistir su mirada suplicante.


—Voy a parecer una acompañante de pago.


—He dicho que haría el donativo a la escuela, no a ti —precisó Pedro con escrupulosidad.


—¿Y qué pasará cuando rompamos el compromiso al acabar las vacaciones? ¿Qué va a pensar tu madre?


—Le dejaré creer que seguimos prometidos durante algunos meses, así me dejará en paz una temporada. —Pedro lo hacía parecer todo tan normal que Paula no pudo evitar dudar de sus propios reparos.


—Espero que no tendremos que estar todo el rato haciéndonos carantoñas y arrumacos... Y no dormiremos en la misma habitación ¿verdad? —preguntó como si, de repente, se le acabara de ocurrir.


—Por supuesto que no. Mi madre está chapada a la antigua. Además, mi familia nunca ha sido propensa a las muestras de afecto en público. Te trataré de manera educadamente cariñosa, no tendrás ninguna queja.


—No sé, Pedro —dijo al fin Paula con un gesto dubitativo—, me parece que nos estamos complicando la vida de forma peligrosa. Acabamos de acordar que, a partir de ahora, mantendríamos una relación de amistad pura y sin mácula, y dos minutos después me dices que tengo que actuar como si fuera tu prometida. Puede que estemos jugando con fuego.


—Tonterías, no ocurrirá nada. ¿Aceptas entonces? —preguntó él dirigiéndole una mirada anhelante.


Pau se quedó mirando ese semblante, tan varonil y severo, y se preguntó si podía ser cierto que esos labios apretados con firmeza pudieran haberla besado alguna vez con pasión. Sacudió la cabeza, sería mejor no pensar en esas cosas, se dijo, ahora debía centrarse en otro asunto: un amigo tenía un problema y le estaba pidiendo su ayuda.


—Está bien, iré contigo a Hallcourt Abbey —aceptó, al fin, de mala gana.


—Perfecto —respondió Pedro soltando despacio el aire que había estado conteniendo hasta entonces sin darse cuenta. 


De repente, tenía ganas de saltar y aplaudir, pero, por supuesto, se contuvo.


—¿Necesitaré ropa especial?


—Seguramente recibiremos algunas invitaciones de los vecinos, pero en general será todo bastante tranquilo. Lleva algo para montar a caballo y, por supuesto, tus materiales de pintura. Es un lugar muy bello, te prometo que no te arrepentirás, Paula —aseguró, mirándola con afecto.


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