lunes, 26 de septiembre de 2016

MAS QUE VECINOS: CAPITULO 23




Los rayos del sol arrancaron a Paula del estupor en el que estaba sumida; su cabeza retumbaba como si un millar de tamborileros se hubiera reunido en su cerebro para celebrar las fiestas patronales. Con un esfuerzo sobrehumano, consiguió elevar uno de sus párpados durante unos segundos, pero la intensa claridad que entraba por la ventana hizo que lo cerrara casi al instante.


Un rato después, lo intentó de nuevo y a punto estuvo de lanzar un grito cuando descubrió a Pedro tumbado a su lado, en su propia cama, con los dedos enredados con familiaridad en su cabello. ¡Dios santo! ¿Qué había ocurrido la noche anterior? Pau tenía la mente en blanco. 


Desesperada, trató de hacer memoria y poco a poco le empezaron a llegar algunas imágenes al cerebro; había salido a cenar con Pedro... sí, empezaba a acordarse de pequeñas cosas: el restaurante era precioso y tenía unas vistas espectaculares, habían hablado y reído juntos, pero... por muchos esfuerzos que hiciera, no lograba recordar nada más.


Miró a Pedro que aún dormía ajeno a todo. Su pelo plateado estaba revuelto y los cañones de la barba apuntaban en sus mejillas, su camisa estaba medio desabrochada, dejando entrever su pecho moreno, y tenía una expresión ligeramente vulnerable en su sueño, que lo hacía parecer más joven. De pronto, Paula se percató de que ella, bajo las sábanas, lo único que llevaba puesto era su ropa interior.


 ¡Dios! ¿Se había acostado con él? 


Angustiada, se mordió el labio inferior y notó un súbito calor en sus mejillas; tenía pinta de que sí. ¡Se había acostado con su vecino y no recordaba absolutamente nada de nada!


Con cuidado, tratando de no despertarlo, Paula liberó su pelo, se bajó de la cama y se puso en pie, sintiendo que su cabeza estaba a punto de explotar. Ya en el cuarto de baño, apoyó ambas manos a los lados del lavabo y, al ver su cara desencajada en el espejo, soltó un gemido. Del botiquín sacó un par de pastillas que tragó con un poco de agua, abrió la tapa de la crema limpiadora y se quitó los restos del maquillaje. Después regresó a la habitación, cogió unos shorts, una camiseta y una muda de ropa interior, se metió bajo el chorro de agua caliente y trató de no pensar en nada mientras se lavaba la cabeza. Cuando terminó se secó un poco el pelo con la toalla, se lavó los dientes y regresó al dormitorio. Pedro no se había despertado aún, así que Paula se sentó en una silla que había junto a la cama y lo observó dormir, mientras se retorcía las manos con nerviosismo.


Al cabo de unos minutos, los párpados masculinos se abrieron de golpe y los ojos grises, completamente lúcidos, se encontraron con las temerosas pupilas pardas. Pedro se limitó a deslizar la mirada por las largas piernas enfundadas en los shorts, el pelo húmedo, la camiseta limpia y las manos femeninas que no paraban quietas, y una sonrisa, ligeramente burlona, se dibujó en sus labios.


—Buenos días, Paula.


A Pau se le antojó que el tono de su vecino sonaba demasiado íntimo y notó que se ponía colorada de nuevo.


Pedro. ¿Tú y yo...? —Sin saber cómo seguir, la joven se mordió el labio inferior, turbada.


—Dime, cariño, ¿qué quieres saber?


Al escuchar el apelativo afectuoso que acababa de emplear, un escalofrío hizo a Paula se le erizasen los cabellos.


—¡Dios mío! —exclamó, al tiempo que escondía sus mejillas sonrojadas detrás de sus manos—. ¿Qué pasó anoche? No recuerdo nada en absoluto.


—¿Qué quieres decir? —Pau creyó detectar un matiz dolorido en la voz masculina, así que hizo un esfuerzo, alzó su cara hacia él y sin quitarse las manos del rostro, entreabrió un poco los dedos para poder mirarlo.


—Lo siento, Pedro, soy incapaz de acordarme de lo que sucedió ayer —confesó, muerta de vergüenza.


—¿Me estás diciendo que no recuerdas con qué pasión hicimos anoche el amor? ¿Que has borrado de tu mente tus súplicas para que te hiciera mía? ¿Que has olvidado tus gritos pidiéndome más? —preguntó Pedro con expresión herida.


Paula lo miró entre horrorizada y fascinada y asintió en silencio.


—No... no sé bien qué... qué ocurrió... —tartamudeó la chica, abochornada como no recordaba haberlo estado nunca, y se detuvo una vez más. Incapaz de soportar la expresión abatida que apareció en los ojos de Pedro y con una terrible sensación de culpabilidad, Paula se sentó en el borde del colchón y pasó un brazo por detrás de su cintura, tratando de consolarlo—. Lo siento, Pedro, te juro que no recuerdo nada.


—Quizá esto te ayude a recuperar la memoria —respondió él y la empujó hacia atrás con suavidad, hasta que la joven quedó tumbada sobre la cama.


Pau lo miró desconcertada, pero no se movió.


—Primero te besé en los labios... —La boca masculina descendió sobre la suya y empezó a besarla con delicadeza. Paula permaneció rígida por completo, sin responder, ni retirarse—. Luego empecé a acariciarte en algunos lugares estratégicos... —susurró Pedro contra sus labios con una voz ronca que la hizo estremecer, mientras su cálida mano se introducía bajo la camiseta y se posaba sobre uno de sus senos, acariciando el pezón por encima del sujetador con su pulgar.


Incapaz de moverse, Pau se limitaba a mirarlo con los ojos muy abiertos.


—Y justo cuando todo empezaba a ponerse realmente interesante... —añadió él mientras su mano descendía en una caricia hipnótica por su vientre liso y empezaba a juguetear con el botón de sus shorts—. ¡Empezaste a gritar que querías vomitar!


Pedro alzó la cara y enarcando una ceja, burlón, se quedó mirando esas pupilas que lo miraban pasmadas.


—¿Quieres decir que tú y yo...? —interrogó Pau respirando entrecortadamente.


—No, Paula, siento confesar que tú y yo no hicimos el amor. —El profundo alivio que asomó al expresivo rostro de Paula hizo que Pedro sonriera a su pesar—. Veo que te alegras al conocer la noticia.


La joven se incorporó y una enorme sonrisa iluminó su rostro.


—No puedes imaginarte cuánto.


—¿Por qué? —preguntó su vecino un tanto picado.


—¿A ti te gustaría despertar una mañana en la cama al lado de un hombre, sin saber cómo demonios has llegado hasta allí y sin tener ni idea de si te habías acostado con él?


—Al lado de un hombre no, la verdad —respondió Pedro tratando de hacerse el gracioso, pero sin prestarle la menor atención, Paula prosiguió:
—¡Dios mío, por unos instantes me he sentido como una prostituta! ¡Pedro Alfonso, me has dado un susto de muerte! ¿Por qué no me has dicho desde el principio que no había pasado nada entre nosotros? —preguntó, indignada.


—A mí también me divierte reírme de ti —contestó su vecino muy serio.


Con un bufido, Paula se levantó de la cama.


—Será mejor que recojas tus cosas y te largues de aquí.


—¿Estás segura de que no quieres terminar lo que empezamos anoche? —preguntó Pedro deslizando la mano desde su hombro hasta su muñeca en una sugerente caricia.


Paula se apartó de él con brusquedad y señaló la puerta con el índice.


—¡Largo! —exclamó muy enfadada.


—Está bien. Ya me voy —contestó su vecino con una falsa expresión de resignación, se notaba a distancia que estaba disfrutando con la situación.


Con irritante parsimonia, Pedro recogió su chaqueta y sus zapatos y, al pasar junto a la enojada Paula, se inclinó sobre su hombro y susurró en su oído.


—No dejaré que bebas con otro que no sea yo, debo protegerte de ti misma...


Pau se limitó a mirarlo con los ojos chispeantes y no contestó, pero el rubor inundó su rostro una vez más. 


Satisfecho de haber dicho la última palabra, para variar, Pedro regresó a su casa y se dio una larga ducha.


Durante unos días, Paula lo evitó en lo posible. Pedro ya no se la encontraba por las noches paseando al perro y sus largas partidas de ajedrez se habían cortado en seco. Muy a su pesar, tuvo que admitir que la echaba de menos. Harry seguía presentándole mujeres, pero él no mostraba ningún interés; estaba obsesionado con Paula y sabía que no podría olvidarla hasta que no la hubiera hecho suya. En un momento dado su amigo le preguntó:
—¿Estás enamorado de alguien?


—¿Yo? —descartó la pregunta con una risita desdeñosa que incluso a él le sonó falsa—. ¡Qué absurdo! ¿Por qué piensas que estoy enamorado?


—No sé. Estás raro. No te gusta ninguna de las chicas que te presento. Cuando te hablo parece que estás en otra dimensión. Pedro, ¿qué te ocurre? A mi puedes decírmelo, joder, hemos sido inseparables desde el colegio.


Pedro miró la cara redonda de su amigo, que lo observaba con expresión preocupada.


—No es nada, Harry, te lo prometo. Quizá el trabajo; estoy un poco estresado.


A Harry la explicación le pareció razonable.


—Eso es lo que le dije a Lisa, pero ella está empeñada en que te has enamorado de alguien que no conocemos.


—Esta Lisa, tiene mucha imaginación —contestó Pedro con fingida despreocupación.


—Ja, ja, se lo diré.


Algo más tranquilo, Harry empezó a hablar de fútbol, su tema de conversación favorito, y Pedro respiró, aliviado.







2 comentarios: