domingo, 25 de septiembre de 2016
MAS QUE VECINOS: CAPITULO 20
A Paula la cena le resultó tremendamente interesante y reveladora, y llegó a la conclusión de que los ricos y poderosos eran tan previsibles y quejicas como los nada ricos y cero poderosos; incluso le divirtieron las pullas disimuladas que Alicia le lanzaba en cuanto tenía oportunidad. Advirtió las miradas seductoras que la mujer disparaba sin pausa sobre Pedro y notó, complacida, que él parecía ser inmune a ellas.
Pedro la observaba charlar con sus vecinos de asiento y defenderse con habilidad de las malas artes de Alicia. Al lado de Pau estaba sentado su anfitrión, el hombre al que Pedro tenía que convencer para cerrar una serie de acuerdos, y durante la mayor parte de la cena la joven mantuvo una animada conversación con él. Pedro, que lo conocía bien y sabía que era un tipo amargado y desagradable, observó con asombro cómo el hombre, hasta en dos ocasiones, se reía a carcajada limpia de algo que la chica le contaba. Paula estaba resultando una auténtica caja de sorpresas y Pedro se alegraba de haber venido con ella; tener un amigo del sexo femenino podía resultar muy útil en algunas ocasiones, se dijo.
Al acabar la cena, la orquesta empezó a tocar. Pedro se acercó a Paula y, en ese momento, el anfitrión se levantó para bailar con su mujer.
—Bueno, Alfonso. No recuerdo una gala en la que me haya divertido más. Tienes que traer a Pau a menudo, es un diablillo —sonrió su anfitrión al tiempo que pellizcaba con suavidad la barbilla de la joven, después se alejó con su mujer rumbo a la pista de baile y Pedro aprovechó para sentarse en la silla desocupada.
—¿Lo estás pasando bien?
—De maravilla. Te agradezco que me hayas invitado. Fiona estaba muerta de envidia cuando se lo conté. —Una vez más, su maravillosa sonrisa le deslumbró.
—Tu vestido es muy bonito —declaró él tratando de no devorarla con la mirada.
—Gracias, es un modelo de Valentino. Fiona tiene auténticas maravillas en su tienda.
—Todos los hombres me envidian —afirmó muy serio.
Pau lo miró risueña y respondió del mismo modo.
—Las mujeres tienen deseos de arañarme la cara por estar contigo; en especial, la bella Alicia.
—Te has defendido muy bien de sus ataques.
—No es la primera mujer resentida a la que me enfrento. —En ese instante, la orquesta empezó a tocar las primeras notas de una canción lenta.
—¿Bailas conmigo?
—Encantada —respondió Pau poniéndose en pie.
Pedro rodeó con sus brazos la cintura de la joven, al tiempo que ella apoyaba sus manos en los anchos hombros masculinos, luego alzó su rostro hacia él y lo contempló con sus aterciopelados ojos castaños.
—Le has caído bien a Christopher —afirmó él, intentando concentrarse en algo que no fuera el calor de esa piel que atravesaba la fina tela del vestido y le quemaba las yemas de los dedos.
—¿Chris? Es un hombre encantador.
—Cuántas confianzas ¿También has decidido acortarle el nombre a él? —preguntó sintiéndose extrañamente irritado.
—Me lo pidió él mismo.
Pedro frunció el ceño, atónito.
—¿Te pidió que lo llamaras Chris? No puedo creerlo, Christopher Harrison es el tipo más estirado y misántropo que conozco.
—Creo que te equivocas, Pepe —contestó Paula mirándolo con seriedad—, no solo me he reído mucho con él durante la cena, sino que ha prometido hacer un cuantioso donativo a la escuela donde trabajo. Como comprenderás, no puedo creer que sea cierto que detesta al resto de la humanidad.
—Eres increíble, no he visto nada igual.
—Me imagino que eso será un cumplido, ¿no, querido Pedro? —preguntó enarcando una ceja, burlona.
—No estoy seguro —respondió él con severidad.
—Sería conveniente que cambiaras de cara —comentó Pau lanzándole una sonrisa tan insinuante que Pedro se olvidó de respirar durante unos segundos—. La bella Alicia, nos está mirando.
—¿De veras? Entonces será mejor que haga esto. —Su vecino la acercó aún más a él, hasta que sus cuerpos quedaron tan pegados, que Pau pudo percibir el relieve de cada uno de sus poderosos músculos contra su piel. Luego se inclinó y la besó en la frente con delicadeza.
—Caramba, Pedro, no sabía que fueras tan buen actor.
—¿Ah, no? —murmuró y deslizó sus cálidos dedos con lentitud por la espalda desnuda, haciendo que a Pau le entraran ganas de ronronear.
La joven se recostó sobre el hombro masculino y cerró los ojos. Pedro apoyó la mejilla en su cabello y tuvo que contenerse para no enterrar la cara en el cálido hueco de su garganta y morder esa piel cremosa que parecía hipnotizarlo. Durante el tiempo que duró la canción, ambos perdieron la noción del tiempo y, estrechamente abrazados, se deslizaron por la pista al ritmo cadencioso de la melodía.
Al apagarse las ultimas notas, tardaron aún unos segundos en separarse el uno del otro. Por fin, Pau alzó el rostro hacia él, parpadeando con lentitud como si despertara de un sueño:
—Creo que debemos tener cuidado con estas maniobras para poner celosa a Alicia, querido Pedro, podrían volverse adictivas —declaró Paula en un ronco susurro.
Pedro se limitó a mirarla con intensidad y no dijo nada. La joven percibió que algo había cambiado pues, a partir de ese momento, lo notó tenso durante el resto de la noche. A pesar de que su vecino se mantuvo a su lado la mayor parte de la velada y charlaron amigablemente con todo el que se acercaba, Pau sabía que él había alzado una nueva barrera entre ambos. Muchos hombres se acercaron para sacarla a la pista, pero Pedro no volvió a bailar con ella en toda la noche.
Cuando, por fin, su vecino le dio las buenas noches frente a la puerta de su vivienda, Pau se volvió hacia él y le dio las gracias:
—Lo he pasado muy bien, Pedro. Ha sido una fiesta espléndida.
—Me alegro de que hayas disfrutado, Paula —respondió él con rigidez.
—¿Te ocurre algo? ¿He dicho algo que te ha disgustado una vez más? —preguntó la joven clavando sus ojos afectuosos en los de Pedro.
—¡Por supuesto que no! —respondió él esbozando una sonrisa poco sincera—. Señorita Paula Chaves, ha estado usted perfecta durante toda la noche.
Pau se lo quedó mirando unos segundos más sin decir nada. Finalmente, se puso de puntillas, lo besó en la mejilla y se despidió.
—Buenas noches, Pedro.
En cuanto Paula cerró la puerta a su espalda, Pedro se permitió aflojar los puños que había mantenido apretados contra sus muslos durante los últimos minutos; era lo único que se le había ocurrido para evitar agarrar a la joven, estrecharla contra sí y besarla hasta dejarla sin aliento.
Despacio, se dirigió a su piso. Nada más entrar, arrojó la chaqueta del esmoquin sobre un sillón, se aflojó el lazo de la corbata y se soltó los primeros botones de la camisa, como si al hacerlo su respiración fuera a recuperar su calmado ritmo habitual, pero no ocurrió así. Jadeaba como si acabara de correr una maratón.
«No puede ser», se dijo a sí mismo pasándose, desesperado, la mano por sus cortos cabellos grises.
Lo supo cuando terminó la canción que habían bailado juntos y Pau alzó su rostro hacia él. Al contemplar esos ojos castaños que parecían acariciar cuando miraban, comprendió que, por primera vez en su vida, se había enamorado con locura de una mujer.
«Es imposible», se repitió levantándose del sofá y paseando por la habitación como un tigre enjaulado. «Esa mujer me saca de quicio la mayor parte del tiempo, continuamente se ríe de mí, es descarada e impertinente, pertenecemos a mundos distintos...».
Pensó en las contradictorias sensaciones que se agolparon en su pecho mientras bailaban juntos, con la cabeza de ella posada sobre su hombro. Hubiera querido hacerle el amor ahí mismo, pero al mismo tiempo deseaba abrazarla, protegerla de todo y contra todos, como si toda la ternura que no sabía que llevara dentro pugnara por desbordarse.
Quería que solo tuviera ojos para él, que fuera solo suya.
Nadie le había producido ese efecto. Jamás.
«Tonterías. No es amor, solo es deseo. La excitación que me produce su mera presencia quizá desaparezca si nos acostamos. Sí», continuó con su monólogo interior, «tengo que acostarme con ella, una vez, un par de veces, las que sean necesarias para apagar este fuego que me roe las entrañas. Después podré olvidarla y seguir con mi vida tal y como era antes de conocerla».
Pedro se había enorgullecido siempre de ejercer un férreo control sobre sus emociones y no estaba dispuesto a que una vecina insolente cambiara eso. Las veces que la había besado, ella se había mostrado bastante dispuesta, a pesar de que luego se había echado para atrás. Algo había dicho sobre no querer liarse con nadie, pero echar una pequeña cana al aire no tenía importancia. Él haría todo lo que estuviera en su mano para convencerla; cuanto antes se acostara con ella, antes se la quitaría de la cabeza.
Más tranquilo después de esas reflexiones, Pedro se dirigió a su dormitorio, se tiró de espaldas sobre la cama y, con los brazos cruzados detrás de la nuca, alzó la mirada para contemplar el cuadro que había comprado en la galería de Diego Torres. Le encantaba ese cuadro; le aportaba una serenidad de la que últimamente andaba muy necesitado, pero no era porque los ojos con chispas doradas fueran iguales a los de su vecina o porque algo en el rostro del cuadro reflejara su vitalidad. No. No era por eso. El chico tenía talento.
Nada más.
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Ayaayyyyayay me muerooi!!!! Pedro ya cayó!!!
ResponderBorrarMuy buenos capítulos! Pedro se hace el duro y con su plan va a estar más perdido por Pau que hasta ahora!
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