domingo, 18 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 37




Pedro llevaba ya dos semanas en Winding River y, aparte de ciertas miradas especulativas, no había estado tan mal. Los recuerdos de Paula ya solo lo asaltaban cada hora más o menos.


Se había asombrado de que Esteban hubiera vendido a Medianoche y al resto de sus caballos tan rápidamente, pero él le había explicado que le habían hecho una oferta imposible de rechazar. Le había entregado un buen cheque y le había asegurado que podía ponerse a buscar caballos cuando tuviera tiempo.


—Creo que, de momento, lo voy a dejar… —le costaba pensar en los caballos cuando su sueño de una vida en común con Paula, que tan ligado había estado a ellos, se había roto en mil pedazos.


—¿Por qué? Creo que, al menos deberías ir al rancho de Grigsby esta mañana —le sugirió, mientras desayunaban—. Hay un caballo que me gustaría que vieras. Parece una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar.


—¿Qué prisa hay?


—Por lo que he oído, no van a tener ese caballo durante mucho tiempo. Alguien va a ir y lo va a comprar, y entonces, nos daremos de patadas.


—No entiendo a qué se debe tanta insistencia, pero me acercaré más tarde a verlo —prometió. Entonces, miró con curiosidad a Karen. Le pareció que había exhalado un suspiro de alivio. Podría ser porque su estado de gestación estaba muy avanzado ya y le costaba moverse—. Pensé que, cuando compramos caballos la otra vez, el rancho estaba en venta. ¿Es que decidieron Otis y su hijo no vender?


—No, ya está vendido. El nuevo dueño va a empezar a criar caballos y ya tiene unos ejemplares magníficos. Por eso pensé que podrías ir a echar un vistazo para ver qué quiere vender.


—De acuerdo, ya te he dicho que lo haría…


Entonces, agarró su sombrero y se levantó. Mientras se dirigía a hacia la puerta, miró a Karen, que lo observaba de un modo extraño.


—No te irás a poner de parto hoy, ¿verdad?


—No. ¿Por qué?


—Pareces algo nerviosa y hace unos minutos te oí suspirar. Si tuvieras dolores o algo así, se lo dirías a Esteban, ¿verdad?


—Claro.


—Por supuesto que me lo diría —comentó Esteban.


—Bueno, entonces me marcho al rancho de los Grigsby. ¿Sabes el nombre del nuevo dueño?


—No —respondieron los dos a coro.


—Todavía no los conocemos —añadió Karen—. Yo no he salido mucho en las últimas semanas —comentó, acariciándose el vientre—, pero tengo muchas ganar de conocerlos y de ver lo que han hecho con el rancho.


—Entonces, me fijaré muy bien para contártelo todo con detalle. ¿Hay algo en particular que te guste saber?


—No, nada. Solo la impresión que te da.


—De acuerdo. Te informaré en el momento en que regrese —prometió, con una sonrisa.





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