sábado, 20 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 30





Paula estaba preparada de pie en medio de la habitación esperando a Pedro. Sarah le había dicho varias veces que estaba preciosa, pero ella no sabía si fiarse de una adolescente. A Sarah todo lo relativo a aquel viaje le parecía estupendo.


Emma ya estaba acostada y Sarah se había metido en la cama para pedir algo de cenar al servicio de habitaciones y ver una película.


La fiesta iba a celebrarse en el hotel, así que si Sarah la necesitaba, sólo tendría que llamar al móvil de Pedro y ella podría subir a toda prisa. Del mismo modo, si quería escaparse de allí, no tenía más que llamar al ascensor.


Nunca había estado tan nerviosa en toda su vida. Cuando Pedro llamó a la puerta ella respondió:
—Entra.


Al verlo con su traje casi se le para el corazón. Aquélla era una imagen para recordar.


Él la miraba como si no la hubiera visto antes.


—Date la vuelta —pidió él con voz solemne.


Oh, no, pensó ella, incapaz de soportar el nerviosismo. No le gustaba como había quedado… ¿Qué le había hecho pensar que podría hacer aquello?


En su rostro se dibujó una enorme sonrisa y dijo muy bajito:
—Estás preciosa.


Y por primera vez en su vida, se sintió guapa. Era un sentimiento extraño.


—¿Lista? —preguntó, ofreciéndole el brazo.


—Sí —se volvió para despedirse de Sarah y vio a la chica mirando a Pedro boquiabierta. Sabía perfectamente lo que sentía.


—Pasadlo bien —dijo por fin.


Cuando estuvieron solos en el ascensor, Paula le dijo a Pedro:
Pedro, gracias por lo de hoy. Ha sido maravilloso.


—Te lo mereces —dijo sonriéndole y haciendo que el corazón de Paula diera un vuelco—. Trabajas mucho y quiero que sepas lo que te lo agradezco.


Ella se sintió enrojecer y él, con una carcajada, le tomó las dos manos. Eso hizo que se sintiera segura y empezara a relajarse.


—Paula, quiero…


Las puertas del ascensor se abrieron y una pareja madura se unió a ellos, dejando a Paula deseosa de saber lo que él quería decirle.


Cuando las puertas se abrieron en el piso inferior, la multitud fue hacia él. Ella, asustada, se quedó atrás.


—Tranquila —le dijo él, tomándola de la mano—. Sólo será un segundo.


Ella no había esperado encontrar tantos flashes y cámaras, sino más bien una pequeña reunión para celebrar el lanzamiento de un libro. Allí había varios cientos de personas y parecía que todos quisieran estar con Pedro. Él se abrió camino hacia una señora un poco mayor que se había conseguido abrir paso hasta él. La presentó como la asistente de su editora.


—Allison, ¿puedes acompañar a Paula a tomar algo?


La mujer asintió con amabilidad y Pedro le aseguró a Paula que pronto estaría con ella.


Allison la llevó hacia el bar, que estaba mucho más tranquilo.


—¿Mejor?


—No esperaba que hubiera tanta gente —suspiró Paula.


—Oh, pues menos mal que es así —rió Allison—. La editorial no hace esto por todos sus autores.


La decoración de la sala era preciosa. Además, había copias del libro en todas las mesas. Acababa de presenciar lo realmente importante que era Pedro. Hasta entonces no se había dado cuenta de ello.


—¿Qué quieres tomar? —preguntó Allison.


—Un zumo de naranja está bien.


Allison pidió un martini con dos aceitunas para ella y el zumo para Paula.


—Así que tú te ocupas de Pedro en la granja…


—Si —dijo ella, algo incómoda—. Venía en el paquete de la casa.


—Debe de ser un buen lugar para escribir. El borrador de su última novela es lo mejor que ha escrito. Y lo más rápido, también.


—Parece que le gusta estar allí —dijo ella, halagada.


—Eso parece. ¿Quién lo iba a decir? El urbanita de Pedro Alfonso en medio de la nada.


Ahora se daba cuenta de que Pedro tenía su mundo en la granja, pero también en aquellas fiestas sofisticadas y en los hoteles caros.


Al otro lado de la sala, Paula vio a Elena. Llevaba un vestido negro muy sencillo, pero le sentaba muy bien. Hacía una bonita pareja con Pedro. Ella lo estaba conduciendo hacia un hombre de pelo gris que Allison identificó como el crítico literario del New York Times, un contacto muy importante. 


Elena, dijo, lo cuidaba bien.


Paula deseaba hacerle un montón de preguntas, pero no iba a meterse en la vida de Pedro haciéndole preguntas personales a una mujer casi desconocida.


Cuando Pedro acabó de hablar con el crítico, Paula vio que la miraba y se dirigía hacia ella, hasta que Elena lo agarró por el brazo y lo dirigía a un grupo que acababa de entrar por la puerta. Allison se puso tensa.


—Es la competencia. Llevan años intentando quitárnoslo.


—¿Por qué invitáis a la competencia?


—Esta claro que no estaban en nuestra lista —dijo ella con una carcajada—. Habrá sido cosa de Elena. Está tratando de tensar la situación. Otra vez.


Allison se excusó rápidamente y se marchó. Pedro se despidió de esa gente y fue hacia ella, pero Elena volvió a interceptarlo. Si seguían así, tardaría toda la noche en llegar a la mesa, pero Paula estaba disfrutando con el espectáculo de ver a la gente a su alrededor. La dependienta había acertado y la mayoría de las mujeres iban de negro. Vio que empezaban a ir hacia las mesas. Debía de acercarse la hora de la cena. Para su horror, vio que había un montón de cubiertos en la mesa cuya función desconocía. No quería avergonzar a Pedro


En ese momento una pareja interrumpió sus pensamientos presentándose como Robert e Irene Evans. Serían compañeros de mesa. Paula sonrió, pero sus nombres no le decían nada. Cuando se estaban sentando, llegó Pedro, que los saludó al pasar a su lado y fue junto a Paula.


—Robert fue mi primer editor. Él compró mi primer libro.


—Me retiré habiendo encontrado la joya de mi carrera —dijo Robert, guiñándole un ojo.


Pedro se sentó riendo al lado de Paula.


—A los dos nos fue bien —colocó la mano sobre el respaldo de la silla y le acarició la espalda descubierta—. ¿Estás pasándolo bien?


Antes de poder contestar llegó Elena y se sentó en el otro extremo de la mesa.


Pedro, tu sitio es éste —dijo, señalando la silla a su derecha. Paula no había visto las tarjetas.


—Estoy bien aquí —dijo encogiéndose de hombros—. Allison puede cambiarme el sitio —y empezó a hablar con la mujer que se sentaba a su otro lado, su editora.


Elena le dedicó a Paula una mirada de puro veneno, como si ella tuviese la culpa de todo.


El camarero trajo unas ensaladas y Paula se fijó en qué cubierto utilizaba la señora Evans. Aquella técnica le fue muy bien.


Durante toda la cena Elena no paró de levantarse y llevarle gente, como si él fuera el sultán prestando audiencia. Pero no llevaba tan mal lo de ser el centro de la atención.


Paula empezaba a sentirse cómoda. La conversación era agradable y si no miraba al sitio de Elena, se sentía mucho más integrada de lo que hubiera imaginado nunca.


En ese momento sonó el móvil de Pedro, él contestó y después de hablar unos segundos, colgó.


—Paula, era Sarah. Emma está despierta.


Paula dejó la servilleta sobre la mesa y se levantó. Pedro y Robert la imitaron. Paula sonrió a todo el mundo y se despidió.


—Te acompañaré —dijo Pedro, dejando su servilleta sobre la mesa, pero Elena se levantó de un salto.


Pedro, has quedado para tomar unas copas después de cenar con Conrad Bertles.


—Lo había olvidado —gruñó Pedro, y Elena pareció a punto de explotar.


—Puedo subir sola —dijo Paula, que no quería acabar una velada tan perfecta con una escenita de Elena.


Pedro se despidió de ella, pero mientras salía, Paula pensó que él había querido que ella se quedara, y le encantaba. 


Por su parte, había conocido a gente importante, había utilizado los cubiertos correctamente y no le había costado tanto mezclarse en el ambiente de Pedro. Eran las doce, hora de que las cenicientas volvieran a casa.



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