sábado, 20 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 28






Cuando volvió de cenar, Pedro vio que no había luz bajo la puerta entre las suites. Al ver que estaba abierta, sintió la extraña necesidad de ir a ver si ella estaba bien.


Como un intruso, abrió la puerta y dejó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Caminó hacia las camas hasta que reconoció la de Paula por el halo de rizos dorados. 


Estaba hecha un ovillo y él no pudo evitar la tentación de darle un beso en la mejilla. Ella murmuró algo y se enroscó aún más. Pedro la arropó y echó un vistazo a Emma, que dormía plácidamente. La cubrió con la manta y volvió a su habitación.


Una vez en la cama, Pedro pensó en lo mucho que había cambiado su vida desde que se había trasladado a la granja. 


Le encantaba la casa y el estar aislado, pero la razón de que todo funcionase era Paula.


Sentía algo por ella que no había sentido nunca por ninguna otra mujer, y eso le daba miedo. Se dio cuenta de que la necesitaba. Y él, amante de su independencia, nunca había necesitado a nadie.


Se despertó con los mismos pensamientos. Tumbado en la enorme cama, pensó que lo que deseaba era tener a Paula a su lado, no en la otra habitación. Quería abrazarla, hacerle el amor y hacer que se sintiera segura. Sabía que la mayoría de sus preocupaciones eran por su hija. Él podría darle seguridad, pensó de repente, podría abrir una cuenta para Emma. Paula podría utilizarlo cuando lo necesitara y tal vez si era para la niña, sí aceptara el dinero. Pero ¿era eso lo que él quería? ¿Sólo la responsabilidad económica? Lo pensó mejor. Podría casarse con Paula y adoptar a Emma. 


Un mes antes la idea del matrimonio y los hijos lo hubiera aterrorizado, pero ahora le parecía bien. Sería la mejor situación para Emma y para Paula. Y para él. Saltó de la cama con la cabeza llena de planes.


Se duchó, se vistió y no lo pensó más. La última gran decisión que había tomado con tanta facilidad había sido dejar el negocio familiar para dedicarse a escribir.


Llamaron a la puerta. Era su ropa planchada. La colgó en el armario y fue a llamar a las chicas.


—¿Listas para el desayuno? —Paula llevaba la misma ropa que el día anterior.


—¡Sí! —gritaron al unísono, y se echaron a reír.


—Antes de bajar —alargó la mano hacia Paula—, tengo malas noticias. Han perdido tu vestido.


—Está en el armario —dijo ella.


—No, yo lo envié al servicio de planchado ayer.


—Lo encontrarán —dijo, intentando no parecer contrariada. Después pareció alegarse—. O no podré ir a la fiesta.


A él no le gustó que ella se sintiese atraída por la posibilidad de no ir a la fiesta.


—Después de desayunar voy a llevarte de compras. Sarah puede quedarse con Emma.


—Pero…


—No hay peros que valgan. Ha sido por mi culpa y voy a comprarte un vestido nuevo. El hotel se hará cargo —cruzó los dedos.


Ella intentó protestar más, pero él no lo permitió. Pedro rió para sí pensando en que no era típico de una mujer oponerse tanto a ir de compras y la admiró más aún. Iba a disfrutar con aquello.



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