sábado, 20 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 27




Pedro sabía que Paula estaba muy nerviosa, pero no sabía qué hacer al respecto. Quería que se lo pasara bien. Cuanto más se acercaban, más calladas estaban tanto ella como Sarah, pero era la primera vez que iban a Nueva York.


El conductor se detuvo frente al Hotel Plaza, saltó de su asiento y corrió a abrirles la puerta.


Pedro salió el primero, seguido por Paula con Emma y Sarah.


—Estamos encantados de tenerlo de vuelta, señor Alfonso —dijo el recepcionista al verlos entrar.


Las chicas estaban asombradas admirando la suntuosa decoración del hotel, y el recepcionista sonrió al verlas. Se podía contar con la discreción del Plaza y actuarían como si Pedro llegara siempre acompañado por una mujer, una adolescente y un bebé.


—Sus habitaciones están listas. Si necesitan algo, háganmelo saber. James los acompañará.


Pedro le dio las gracias y echó a andar después de empujar a Paula y a Sarah, que parecían incapaces de andar y de hablar. El botones les dijo que las maletas ya estaban en sus habitaciones y Pedro, al llegar, quedó complacido al ver la cuna en su sitio. Eran dos suites comunicadas y el botones le dio a Pedro las llaves después de ofrecerle la ayuda de una doncella para desempaquetar sus cosas. Pedro miró a las chicas, que seguían deslumbradas por las chimeneas de mármol y los edredones de seda, y sacudió la cabeza. 


Seguro que Paula no quería que nadie desempaquetara sus cosas.


—Podemos apañárnoslas, pero necesitamos que baje ciertas prendas al servicio de planchado. ¿Puede enviar a alguien a que las recoja? —premió al botones con una propina y éste asintió.


—¿Paula? ¿Sarah? ¿Deshacemos las maletas ahora y vamos luego a hacer turismo?


Ambas asintieron con la cabeza pero no se movieron. Él quedó en pasar a por ellas en quince minutos y fue a la habitación contigua. Sacó su traje, unos pantalones y una camisa para enviarlo a planchar y pensó que el vestido de Paula probablemente necesitaría también un planchado.


No podía creer que hubiera llevado tan poco equipaje. 


Cualquier otra mujer hubiera llevado el doble, sin contar con las cosas de la niña. Llamó a la puerta de la otra suite y Sarah le abrió.


—¿Dónde está Paula? —Sarah señaló la puerta cerrada del baño—. ¿Ha sacado su vestido de la maleta? Lo mandaré a que lo planchen.


—Está aquí —Sarán abrió el armario y sacó el vestido de dama de honor azul eléctrico más horrible del mundo. Debía de habérselo puesto en la boda de alguien con un gusto atroz.


Pedro se llevó el vestido a su cuarto pensando qué hacer con él. Era el vestido de Paula, ¿tenía derecho a pasar por encima de sus decisiones? Tenía que hacerlo, porque sospechaba que ella nunca había estado en una fiesta como la del día siguiente y quería que se lo pasara bien. Él sabía cómo se vestían las otras mujeres y no quería que ella se sintiera mal.


Cuando la mujer del servicio de planchado subió a buscar su ropa, Pedro se la dio junto con un billete de una cantidad sustanciosa.


—Quiero que este vestido desaparezca. Pónganlo en una bolsa y no lo saquen de allí hasta que yo se lo diga. Si la señorita Chaves pregunta por él, díganle que lo han perdido. ¿Me ha entendido?


No dejaría que Paula se sintiera avergonzada con aquel vestido, pero sabía que ella era muy orgullosa como para aceptar un sustituto a no ser que fuera una emergencia.


La mujer, mirando al vestido y luego a Pedro, pareció entender lo que se le pedía y sonrió.


Nada más cerrar la puerta, Pedro llamó a la gerencia del hotel:


—Necesito hablar con una empleada… alguien con estilo.


El gerente lo puso con su ayudante y Pedro le pidió que concertara citas en un salón de peluquería para el día siguiente. Después le pidió el nombre de una tienda donde tuvieran ropa adecuada para la edad de Paula.


Pedro sabía que era la única forma de controlar la situación sin herir los sentimientos de Paula.


Pasaron la tarde en el Empire State Building, en Times Square y en Central Park. Para cuando volvieron al hotel estaban agotados.


—Tengo una cena de trabajo con mi editora. ¿Queréis pedir la cena al servicio de habitaciones y quedaros aquí?


—Una idea genial.


—¿Pido por vosotras? —Pedro sabía que si Paula veía los precios del servicio de habitaciones, no disfrutaría de la comida.


Las dos querían comer hamburguesas con patatas y Pedro llamó para hacer el pedido pensando en que le apetecía mucho más quedarse con ellas y comer hamburguesas que ir a cenar fuera. Pero aquello era parte de su trabajo y era necesario.


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