jueves, 18 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 23





Paula tenía el New York Times extendido sobre la mesa de la cocina mientras leía la crítica de la película basada en el libro de Pedro. Los comentarios eran inmejorables y la recaudación de taquilla del primer día había sido un récord.


Llevaba puesta la bonita camiseta que él le había comprado bajo la camisa de franela y estaba deseando que el tiempo mejorara para poder llevarla sin nada encima. Había pensado en ella lo suficiente como para traerle un regalo. Y también había traído otro para Emma. Para él probablemente no fuera nada, pero para ella era algo importantísimo. Nunca recibía regalos. Paula volvió a llevar sus pensamientos al periódico. No podía creer que conociera a alguien famoso y era de lo más emocionante que Pedro hubiera conocido a los actores de la película.


Oyó que Pedro bajaba las escaleras y dio un salto para saludarlo.


—Estaba leyendo la crítica de tu película. Las críticas son muy buenas y las salas se han llenado de espectadores.


Pedro se quedó mirándola.


—¿Mi película?


No podía haberlo olvidado ya. Había vuelto el día anterior del preestreno.


—¡Sí! La que tú escribiste.


—Yo escribí el libro en el que está basado el guión.


—¿Tan distinto es el guión del libro?


—No lo sé. Normalmente sí lo son. No he visto la película —¿qué estaba diciendo? Había estado en el preestreno…—. Fui a cenar con unos amigos.


Paula intentó no pensar en que probablemente Joyce estaría entre esos amigos.


¿Cómo podía haberse perdido la película? Aquél era el tercero de sus libros que había sido llevado al cine.


—¿Has visto las otras dos?


—Sí. Y en algún momento veré esta también. ¿Has visto las otras dos?


Ella asintió, sonriendo.


—Y me parecieron buenas. No tanto como los libros, pero buenas.


Él pareció sorprendido.


—¿Has leído los libros?


—He leído todos tus libros.


—Bien… gracias —dijo él, aparentemente complacido.


Paula se giró para servirle una taza de café y se preguntó por qué habría reaccionado de ese modo. Vendía millones de libros y tenía que encontrarse con admiradores cada dos por tres.


Él tomó la taza de café y la miró.


—Deberíamos celebrarlo. Salgamos esta noche. Podemos ir a cenar y después ver la película.


Su tono era tan brusco que ella tardó un momento en darse cuenta de que la estaba invitando a salir. Antes de poder responder, él añadió:


—¿Crees que Emma aguantará un par de horas en el cine?


La desilusión llegó lentamente. Emma volvía a estar resfriada.


—Normalmente sí, pero tiene un catarro y está un poco protestona.


Como para darle la razón a su madre, Emma se despertó y empezó a llorar. Paula corrió a la habitación y la tomó en brazos para llevarla al salón.


—¿Quieres desayunar? He hecho la masa para tortitas.


—Suena bien —dijo él después de observarla un segundo—, pero creo que iré a dar un paseo primero, ¿dentro de media hora está bien?


—Perfecto —así tendría tiempo para dar de comer a la niña.
Pedro dejó la taza en el fregadero y salió al porche.


Paula volvió a acostar a la niña, enchufó la plancha para hacer las tortitas y retiró el periódico de la mesa, intentando no mostrar su desilusión. Desde luego, le hubiera encantado salir con Pedro a cenar y a ver la película, pero si Emma no se sentía bien, era imposible.


Mientras preparaba la mesa con el sirope y el zumo de naranja, lo oyó llegar.


Él entró en la cocina con el pelo revuelto y la cara congestionada por el frío.


—Huele genial ahí fuera. Estoy muerto de hambre.


¡Ella tuvo ganas de comérselo a él!


—¿Ha estado bien el paseo? —dijo ella, deseando que no fuera tan guapo y tan inalcanzable.


—Frío, pero muy bonito. Me gustan los paisajes invernales.


A Paula el frío le resultaba deprimente y siempre estaba deseando que llegara la primavera.


—¿Has desayunado ya? —preguntó él con el ceño fruncido después de mirar a la mesa.


—No, aún no —respondió ella, sorprendida. Ella siempre comía después que él. Esperarlo era parte de su trabajo.


—¿Y cómo es que la mesa está puesta para uno?


La mesa siempre estaba puesta para uno. Ella intentó buscar una respuesta que no lo dejara en evidencia cuando él añadió:
—Quiero hablar contigo. Siéntate.


—De acuerdo —dijo ella, poniéndose en guardia al instante.


¿Qué era todo aquello? Él siempre comía solo y no parecía gustarle conversar mientras tanto. Muchas veces se llevaba su plato de comida al piso superior o le pedía que le llevara la comida a su oficina.


¿De qué quería hablar?


Sintiéndose ridículamente nerviosa, Paula sacó un cubierto y un plato para ella, junto con la bandeja de tortitas.


¿Para qué quería sentarse con ella?


Después de sentarse, se acordó del café. Fue a buscarle una taza limpia y se sentó. Entonces sintió sed y se levantó a por un vaso de agua para ella, justo cuando se sentaba, el indicador de la plancha se iluminó, avisando de que las tortitas estaban listas, así que retiró la silla de la mesa.


—¡Siéntate! —exclamó Pedro, frustrado haciendo un gesto con la mano.


—Pero el resto de las tortitas ya están hechas.


—Bien —dijo con firmeza—, pero es la última vez que te levantas. Me vas a provocar una indigestión.


Paula retiró las últimas tortitas de la plancha y volvió a su sitio a escuchar las malas noticias que Pedro estaba seguramente a punto de darle.


Él acabó con tres tortitas y ella aún estaba con la primera. 


Aparentemente era incapaz de tragar.


Él se reclinó en la silla y declaró.


—He acabado mi primer borrador.


Aquello no parecían malas noticias. Paula consiguió tragar por fin.


—Eso está bien, ¿no? —entraba en territorio desconocido.


 Él no le había hablado de su trabajo hasta entonces.


—Es genial. Nunca había coincidido todo como en este libro.


—No pareces muy contento —dijo ella, después de estudiar la expresión de su rostro.


—Tengo miedo de que cuando empiece a revisarlo, lo acabe estropeando todo y tenga que empezar desde el principio.


Paula estaba asombrada. ¿Había escrito un libro entero y no sabía si le gustaba?


—¿Te ha pasado antes? Me refiero a lo de tener que empezar desde el principio.


—Nunca.


—¿Cuándo vas a empezar a revisar el borrador?


—Ahora —dijo él retirando la silla y levantándose.


—¿Cuándo sabrás si es bueno?


Él se echó a reír.


—Lo sabré enseguida. No estás comiendo.


Ahora que estaba tranquila, el apetito le vino de repente y se sirvió otra tortita.


—¿Me avisarás si es bueno?


—Lo sabrás. Si sigo ahí arriba mucho rato, es que todo va bien. Si no… ya me oirás.


Al levantarse él, ella empezó a retirar la mesa.


—Por favor, Paula siéntate y acaba. Necesitas comer. Una madre que está amamantando a su bebé necesita novecientas calorías extra.


Ella se quedó tan asombrada que no pudo ni protestar. 


¿Cómo demonios sabía él eso? Tomó otro bocado de tortita y se dijo que no era algo que los hombres supieran por sistema.




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