viernes, 19 de agosto de 2016
MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 24
Pedro llevaba cuatro horas trabajando en la revisión de su borrador y el resultado era mucho mejor de lo que se hubiera atrevido a imaginar. Nunca hasta entonces había podido escribir con compañía, y aunque en la granja se sucedían las interrupciones, el borrador le había salido solo.
Deseaba salir a celebrarlo, pero entendía que Paula no pudiera llevar a Emma, pues se podía echar a llorar en mitad de la película y el resto de espectadores no tendrían por qué ser comprensivos con la situación.
Entonces vio el autobús escolar que dejaba a dos chicos en la carretera, en la entrada de la granja de los vecinos. El chico debía de tener unos diez años y la chica debía de estar en la adolescencia. ¿No solían las chicas hacer de canguros a esa edad? Tal vez pudiera convencer a Paula de que dejaran a Emma con una canguro, pero primero tendría que ver a la chica. Si llevaba un pendiente en la nariz y pintalabios negro, el trato sería inviable.
Pedro bajó y oyó que Paula estaba charloteando con Emma en su cuarto. Como deseaba que la velada fuera una sorpresa, no le dijo adonde iba y, después de abrigarse, salió de la casa.
Pedro se dirigió a la granja de los vecinos, cruzó la cerca y vio unos quince ponis que salieron corriendo y relinchando hacia el establo al verlo. Cuando Pedro llegó frente a la casa, una mujer salió al porche. Probablemente el ruido de los ponis la hubiera alertado.
—¿Puedo ayudarlo en algo? —dijo sonriendo.
Pedro se presentó, ella le dijo que era Ellen Schmidt y le dio la bienvenida a la comarca. Después Pedro le explicó el motivo de su visita y le preguntó si su hija cuidaba niños. La mujer le explicó que sí, que tenía bastante experiencia con los cinco niños de los vecinos y que a pesar de sus quince años era muy madura y responsable.
—¿Puedo hablar con ella? —preguntó Pedro, sonriendo ante el orgullo de madre de Ellen.
—Claro. Está en el establo, dando de comer a los ponis. Iré con usted.
La madre la llamó e inmediatamente una cabecita morena asomó por la puerta del establo. Pedro se fijó en que no llevaba piercing ni maquillaje.
—Sarah, éste es Pedro Alfonso. Vive en la casa de en frente y quiere saber si querrías cuidar a Emma.
—¿A la niña de Paula? Claro que sí.
—¿Estás libre esta noche? —preguntó Pedro sin dejar de estudiarla.
—Sí.
—¿Estará usted en casa? —le preguntó a la madre—. Por si su hija necesita ayuda…
La mujer asintió. Parecía divertida.
—Mi marido y yo estaremos aquí toda la noche.
—Ahora sólo tengo que convencer a Paula de que deje a la niña en casa.
—Buena suerte —recomendó la mujer—. Paula es muy protectora. Tal vez se sentirá más cómoda si Sarah va un rato antes y puede hablar con ella.
A Pedro le pareció bien y volvió a casa.
Paula lo esperaba en el porche con Emma en brazos.
—Acaban de traer un paquete para ti.
—¿Lo has dejado en la oficina? —llevaba tiempo esperando las pruebas de su último libro.
—No creo que quepa —dijo ella, sonriendo.
En la entrada Pedro vio una enorme cesta de fruta envuelta en papel de celofán, tres ramos de flores y dos cajas muy grandes. Pedro leyó las tarjetas y vio que los regalos eran de su agente, su editor, el estudio y su cuñado, que estaba empeñado en producir su siguiente película.
—Parece que están contentos con el éxito que ha tenido la película —dijo él.
Ella sonrió y asintió con la cabeza. Después le dijo:
—¿Has salido a dar un paseo porque no te está yendo bien la corrección?
Él se sintió conmovido porque se preocupase por él.
—No. De hecho, va mejor de lo que esperaba. He ido a casa de los vecinos a ver si Sarah quería cuidar a Emma esta noche para que nosotros saliéramos a celebrarlo —y esperó su reacción.
Paula agarró con más fuerza a su hija.
—Oh… no sé, nunca la he dejado sola. Sólo tiene tres meses.
Pedro recordó a su madre contando con orgullo cómo había conseguido recuperar la figura y ponerse su traje de esquí sólo dos semanas después de tenerlo. Lo dejó con una niñera y se marchó dos semanas a esquiar. Su madre no había sido una madre tan entregada como Paula.
Pedro iba a protestar cuando sonó el timbre.
—Espero que no sea otra cesta de fruta —dijo Paula, y abrió la puerta.
Era Sarah. Pedro las observó un rato mientras jugaban con Emma y después decidió subir a trabajar. No quería presionar a Paula a hacer algo que la hiciera sentirse incómoda. No entendía sus pocas ganas de separarse del bebé, pero era su elección. Al cabo de un rato llamaron a la puerta.
—Sarah está libre esta noche. ¿Tu oferta de ir al cine sigue en pie?
Pedro no quiso valorar la alegría que sintió en ese momento.
Después de todo, era sólo una película.
Él se encargó de buscar los horarios de las películas en Internet y cuando ella se ofreció a preparar la cena temprano, él sacudió la cabeza.
—No, vamos a cenar fuera. Será tu noche libre —se la tenía merecida—. Dile a Sarah que venga a las seis y así nos dará tiempo a cenar y ver la película.
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