lunes, 15 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 14





Paula pasó por delante de la puerta de la oficina de Pedro de puntillas, cargada de sábanas y toallas limpias. Pudo verlo, dándole la espalda, inclinado sobre el teclado. El único ruido que salía de la oficina era el de las teclas del ordenador.


Ella se quedó mirándolo un momento después de darse cuenta de que era la primera vez que dejaba la puerta abierta mientras trabajaba. Hasta entonces siempre la había tenido cerrada mientras trabajaba.


Él se estiró y se puso las manos detrás de la nuca. Paula pudo observar a placer los músculos de su espalda con un punto de deseo que no había sentido hasta entonces.


Él se apartó de la mesa y empezó a girarse hacia la puerta.


Paula se apresuró a seguir hacia delante por el pasillo hasta la habitación del fondo, donde estaba el armario de la ropa blanca. Lo último que quería era que la pillara babeando ante él.


Lo oyó bajar las escaleras y esperó un momento antes de bajar también.


Se lo encontró en la cocina, sirviéndose una taza de café. 


Los primeros días se había llevado un termo, pero últimamente, bajaba siempre que quería tomarse una taza.


Paula carraspeó y él se giró para mirarla; después señaló el reloj digital del microondas.


—Pensaba que estaría en la cama.


—Estoy acabando —dijo ella, encogiéndose de hombros. Después señaló a la cafetera—. No está muy reciente. ¿Quiere que haga más?


Él se quedó mirándola sin decir nada hasta que ella sintió picores por todo el cuerpo.


Café recién hecho. No era una pregunta tan complicada. Le atacaba los nervios cuando la miraba de ese modo. Por fin parpadeó y dijo:
—Pues sí. Aún seguiré escribiendo un rato.


Después inclinó la cabeza hacia un lado y volvió a mirarla del mismo modo que antes.


Ella fue hacia la cafetera, la llenó de agua caliente y la cargó de café. Aún seguía mirándola.


—¿Quiere algo para comer?


Él pareció salir del trance y se pasó la mano por el liso estómago.


—No, aún me siento lleno después de la cena. El asado estaba delicioso —después se giró y fue hacia las escaleras


Paula pensó que la miraba muchas veces de ese modo, pero que no parecía estar mirándola a ella. Más bien parecía sumido en algún dilema mental y ella sólo era su punto de atención.


Sólo era un poco raro, nada más. A veces parecía que su mente estuviera muy lejos de allí. Ella suponía que era así como funcionaba la mente de los escritores. Para crear historias, siempre tenían que pensar en algo distinto de la realidad.


Mientras acababa de preparar la cafetera pensó que él tomaba mucho café, pero ella no estaba en posición de decirle nada al respecto.


Se estaba acostumbrando a su rutina. Él trabajaba hasta muy tarde por la noche y después se levantaba tarde por la mañana.


Eso a ella le venía bien, porque podía levantarse pronto y ducharse antes de que Emma se despertara, después darle de comer, vestirla y hacer algunas tareas. Después volvía a dar el pecho a Emma y la acostaba para que se echase su siesta de por la mañana. Para entonces ya era hora de prepararle el desayuno. La niña normalmente se despertaba después de que Pedro se hubiera subido ya a su oficina y Paula hubiera acabado de fregar los cacharros.


Mientras limpiaba sentaba a Emma en su sillita y la llevaba de una habitación a otra, y si salía al establo a dar de comer a Max, la colocaba en una mochilita para bebés sobre su pecho.


Después volvía a dar de comer a Emma y la acostaba mientras preparaba la comida, Pedro comía tan tarde que cuando Paula tenía que preparar la cena, Emma ya estaba dormida para toda la noche.


La parte del bebé estaba controlada. La de los animales era la que la tenía más preocupada. Hasta entonces Pedro no había dicho nada más acerca de librarse del caballo, pero ella sabía que volvería a sacar el tema en un momento u otro.


Tenía a Tollie y a Crew fuera de la casa. Parecían contentos de compartir el establo con Max, y todo en la casa marchaba sin problemas, pero seguía sin sentirse segura.


La preocupaba muchísimo que ocurriera algo que disgustara a Pedro y le hiciera desear buscar una nueva ama de llaves. 


Ella no tenía contrato laboral, sino tan sólo un acuerdo verbal y, técnicamente, con los dueños anteriores.


Lo último que Paula haría antes de irse a acostar sería dejar la cafetera encendida con café recién hecho para cuando Pedro volviera a buscarlo a la cocina.


Agotada, se puso el pijama y su vieja bata de franela. 


Decidió leer un rato antes de dormirse, pero quería hacerlo en la sala, donde la temperatura era mejor. Conocía el horario de Pedro lo suficiente como para saber que seguiría escribiendo al menos durante una hora más antes de bajar a buscar otra taza de café.


Se hizo un ovillo en el sofá frente al fuego con el libro en el regazo. Estaba calentita, cómoda y con un cansancio agradable tras un largo día de fructífero trabajo. La biografía de Benjamin Franklin era interesante, pero su mente volaba una y otra vez hacia Pedro.


Recordó cómo salió de la casa para ayudarla con el carrito y con la compra; se había comportado como si estuviera enfadado y había insistido en llevar el carrito él mismo hasta la casa.


Aquél había sido un pequeño gesto, pero a sus ojos lo hacía parecer un héroe. Hasta entonces, nadie se había preocupado por ella ni por su comodidad.


Ella apoyó la cabeza contra el respaldo del sofá. ¿Cómo sería el pertenecer a un hombre así? Alguien que la ayudara con las cosas pequeñas. A veces se sentía muy sola. Pedro tenía suficiente dinero para protegerla del mundo, para cuidar de Emma y darle a su hija todas las cosas que ella nunca había tenido. Como clases de baile.


Paula cerró los ojos y recordó cuando tenía unos ocho años… Estaba de camino a casa, de vuelta de un recado que le había encargado su madre de acogida. Había una academia de baile cerca de la tienda a la que ella tenía que ir, y cuando ella pasó por allí, las niñas estaban saliendo de clase. Todas llevaban medias rosas, mayas rosas y faldas de tul rosas. Incluso las zapatillas eran rosas. Las miró pasar riendo frente a ella.


Ella nunca había llevado ropa de colores suaves. No eran prácticas porque se ensuciaban con facilidad. En las casas de acogida solían tener cajas de ropa usada y en ella solía buscar la ropa que le valía. Solían ser camisetas y vaqueros, iguales para chicos y chicas, y nunca había nada rosa ni brillante.


Las niñas de la escuela de baile tenían a sus madres esperándolas en los coches frente a la puerta.


Nadie había esperado nunca a Paula.


Paula suspiró. Después de ese día, siempre que iba a hacer recados daba un rodeo para no pasar por allí.


¿Cómo sería pertenecerle a alguien? A alguien que se preocupase por ti. Pedro volvía a flotar en sus pensamientos. 


Qué tonta era. Los hombres como Pedro nunca se fijaban en las mujeres como ella. Les gustaban las mujeres con estilo y sofisticación. La imagen de Elena Sommers le vino a la mente. Ella era el tipo de mujer que Pedro elegiría.


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