domingo, 14 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 11





Paula lo oyó salir al porche y se dio cuenta de que había pasado a su lado mientras ella dormía en el sofá.


Qué estúpida, se dijo a si misma. ¿Qué pensaría de ella, durmiendo en pleno día? Fue corriendo a la cocina a preparar una salsa de tomate para la cena de aquella noche.


En cuando Pedro cruzó la puerta, ella pudo sentir su presencia observándola. Paula puso una sonrisa forzada. Él tenía la cara congestionada por el frío y barba de dos días.


Paula contuvo un suspiro. Estaba tan guapo como si estuviera recién afeitado.


—¿Un paseo agradable? —preguntó ella alegremente.


Él se quedó mirándola, con la mandíbula tensa.


—Muy revitalizante —dijo él, con un tono muy cortante. Ella se puso tensa al oírlo—. He pasado por el establo para ver si el caballo tenía agua y comida.


Estaba enfadado por lo de Max, Paula se secó las manos en el delantal y después se giró hacia la cocina para darle vueltas a la salsa. Tendría que buscar algún lugar para el pobre animal.


—Oh —dijo ella, intentando mantener una voz neutra—. No tenía que preocuparse por eso. Iba a hacerlo yo esta tarde.


Él había dejado bien claro que no quería animales allí y ella se regañó a sí misma por no haber buscado antes un sitio para Max.


Él ignoró su comentario.


—Después de pasar por el establo he estado en la casita de piedra para ver si todo estaba bien allí.


Ella se quedó muy quieta, con la cuchara suspendida sobre la cacerola de la salsa. ¿Había estado en su casa? Él era realmente el propietario, pero era su hogar. Lentamente, se giró para mirarlo.


—No puede seguir viviendo allí —dijo él por fin.


Se le cayó la cuchara a la cazuela y apenas se dio cuenta de que las salpicaduras le quemaron las manos. Tuvo que hacer dos intentos antes de conseguir hablar.


—¿Por qué no? —estaba hablando de su hogar y el pánico casi no la dejaba respirar—. ¿Qué ha ocurrido?


Él pareció disgustarse ante su pregunta.


—No ha pasado nada, ése es el problema —se sacó las manos de los bolsillos y señaló en dirección a la casa—. No se ha hecho ninguna mejora en… ¿Cuánto tiempo? ¿Ochenta años? —ella no sabía qué decir. ¿Acaso estaba enfadado porque ella no había mejorado nada allí?—. No puede vivir allí hasta que contrate a alguien para que haga una reforma.


¿Reforma? ¿Qué quería decir? ¿Dónde iba a vivir ella mientras tanto?


Ella tomó aliento mientras se frotaba las manos en el delantal. Él estaba enfadado y no quería que tomase ninguna decisión precipitada.


—No pasa nada —dijo ella a toda prisa—. No tiene que hacer nada de eso. Emma y yo somos muy felices allí, créame.


—Paula, no hay nada que esté bien de esa casa. La instalación eléctrica es una trampa y no hay calefacción. No tiene agua caliente y la nevera y la cocina son piezas de museo. ¿Quiere que continúe?


Sintiéndose muy desgraciada, Paula sacudió la cabeza. Tenía razón, pero todo funcionaba. Tenía mucho cuidado con el propano y con la electricidad, así que abrió la boca para decírselo, pero él no la dejó.


—Ése no es lugar para un bebé.


No, eso era cierto, pero era mejor que vivir en los hogares para sin techo o algunos de los hogares de acogida en los que ella había vivido. Estaba limpio. Pero él nunca había estado en un hogar de acogida, o se daría cuenta de lo maravillosa que era la casita de piedra y lo segura que se sentía ella allí.


—Pero yo estoy acostumbrada y…


—Paula, vivir en la casa de piedra en las condiciones actuales no es una opción. Punto —la interrumpió con cara de pocos amigos.


—Oh —estaba claro que no serviría de nada discutir, así que se tragó las ganas de llorar. Tal vez si le daba tiempo para enfriarse, podría convencerlo de que ella podía seguir viviendo allí. Podía hacer las reparaciones que quisiera, pero ella podría seguir viviendo allí mientras.


Se quedaron mirándose el uno al otro hasta que por fin él carraspeó ligeramente y señaló la habitación detrás de la cocina donde ella había dormido esos días.


—Puede quedarse allí. Si no se siente a gusto, puedo buscarle un apartamento en el pueblo.


Su alivio quedó atemperado por el hecho de que él no parecía convencido con ninguna de las dos opciones, pero aquello era más de lo que Paula podía esperar. La
sorprendía que le hubiera ofrecido quedarse en la casa por lo poco que había parecido gustarle en encontrarla allí cuando llegó. ¿Habría querido decir que él le pagaría el apartamento en el pueblo? ¿Cómo iría hasta la granja? No tenía medio de transporte y el autobús sólo pasaba unas cuantas veces al día. Se sabía el horario de memoria y era consciente de la imposibilidad de trabajar allí desde por la mañana hasta después de la cena y usar el autobús.


—¿Paula? —dijo él, impacientándose.


Ella sabía que él no la quería en la casa, pero le había dado la opción e iba a elegir la única viable para ella, aunque sabía que conllevaba algún riesgo.


—Me gustaría quedarme aquí.


Una expresión que pareció de alivio le cruzó el rostro. 


Después asintió brevemente y se dirigió a las escaleras.


«No seas tonta», se dijo a si misma, consciente de que había interpretado mal su reacción. No es nada personal.


Simplemente quería que ella estuviera en la casa, para ocuparse de él.


No era nada personal.


Aunque a una parte de ella le hubiera gustado que hubiera sido por motivos personales. Era una soñadora. Pedro era un hombre sofisticado y de éxito. ¿Cómo iba a fijarse en una chica como ella?




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