domingo, 14 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 10





Tres días después, el suministro eléctrico había vuelto a la normalidad en la zona. Pedro decidió que necesitaba que Paula y Emma volvieran a la casita de piedra. Ella le suponía una distracción demasiado grande. Estaba consiguiendo escribir muchísimo, mucho más de lo que había esperado, pero era permanentemente consciente de que ella estaba allí.


No quería investigar mucho la situación, pero el caso es que iba a peor y tenía que detenerlo.


No tenía tiempo en su vida para ella ni para su bebé, y cuanto antes dejaran de vivir bajo el mismo techo, mejor.


Bajó al primer piso y la encontró tumbada en el sillón, profundamente dormida, abrazada a la niña. Era normal que necesitara una siesta, trabajaba sin parar todo el día mientras la niña dormía y a veces la había oído por la noche. 


Parecía que tenía la mala suerte de tener una hija noctámbula.


Inquieto por sus pensamientos hacia ella, se quedó mirándolas unos minutos, hasta que cayó en la cuenta. Ésa era la razón exacta de que necesitara que ellas vivieran en otro sitio.


Eran una distracción, y él no permitía distracciones en su vida.


En silencio, fue hasta el trastero y se puso una gruesa chaqueta, unas botas de nieve y agarró una pala antes de salir al exterior.


Le había pedido a Elena que le enviara sus esquíes de fondo. Le encantaba esquiar por el campo y aquél era un sitio genial para hacerlo. Se preguntó si Paula sabría esquiar y después se sorprendió de haber pensado eso: una de las cosas que le gustaba del esquí de fondo era la soledad.


Se detuvo frente al establo y buscó por allí hasta que encontró el contenedor de pienso de Max. Se acercó al caballo con cuidado, sin saber si la bienvenida que le estaba dando sería sincera. Aquél no era su trabajo, pero tampoco quería que Paula saliera al exterior con tanta nieve.


Se quedó mirando al enorme animal. Él nunca había tenido una mascota y ahora en su casa vivían un perro ciego, un gato arañado y un caballo cojo. Se preguntó por qué ella acogería a todos aquellos animales desgraciados.


Pedro salió del establo y continuó hasta la casita de piedra. 


Hasta entonces no se había dado cuenta de lo pequeña que era, pues lo único que veía de ella desde su oficina era el tejado.


Excavó en la nieve para hacer un camino hasta la puerta y poder abrirla. Cuando entró y empezó a quitarse la chaqueta, se dio cuenta de que hacía tanto frío fuera como dentro. Miró a su alrededor y vio descorazonado que la casa se componía únicamente de dos cuartos. De hecho, era uno divido en dos. La mitad de la casa donde estaba parecía una combinación de cocina y salón dominada por una enorme chimenea de piedra. Frente a la chimenea había un viejo sofá y en uno de sus extremos descansaba un montón de mantas. La única iluminación venía de una bombilla en el techo. La instalación eléctrica, parcheada en distintos puntos, corría por el techo hasta un enchufe colocado en la piedra, que alimentaba una pequeña estufa. Era el único aparato eléctrico de la sala.


Contra la pared había una encimera que hacía las veces de cocina. Había algunas estanterías con algunas ollas y sartenes, platos y comida enlatada. La pequeña cocina de propano parecía haber sido instalada en los años veinte, al igual que el fregadero de porcelana.


Una única tubería de agua entraba en la casa del exterior a través de la pared, al igual que en el caso de la electricidad. 


El pequeño frigorífico de propano completaba el mobiliario de la cocina.


La casa estaba dividida en dos con unos paneles de madera y la parte trasera dejaba ver una habitación muy pequeña con una cama de hierro y un pequeño vestidor, sin puertas. 


La iluminación era similar a la de la sala principal.


En una esquina estaba el diminuto cuarto de baño que parecía tener ochenta años.


Todo en la casa parecía viejo y desgastado, pero ordenado y limpio.


Pedro salió de la habitación preguntándose cómo podía Paula vivir allí en el siglo XX y después se dio cuenta de que aquella casa no era de Paula, sino suya. Probablemente ni siquiera los muebles fueran de Paula. Aquello lo convertía en un propietario ruin en el peor sentido de la palabra. Su ira se vio alimentada por un irracional sentimiento de culpa. Tenía que haber visitado aquella parte cuando compró la propiedad, pero no se le había pasado por la cabeza. Estaba demasiado ocupado asegurándose de que sus propias necesidades estaban cubiertas.


Salió al exterior cerrando la puerta de un portazo tras de sí.


 ¿Qué iba a hacer?


De ningún modo podía enviarla a vivir allí de nuevo hasta que no hiciese una reforma profunda de la casa. Se preguntó si sería posible acondicionarla lo suficiente como para que fuera habitable.


Demonios, tal vez si quitase la instalación eléctrica y los resultados de las antiguas reformas, pudiera hacer que lo declarasen un lugar de importancia histórica, se dijo con ironía. ¿Cuántas casas como aquélla quedaban en América?


Se abrió paso entre la nieve en dirección a la calidez y confort de la casa de madera mientras pensaba en el problema de dónde viviría Paula.


La granja estaba tan alejada que si viviera en el pueblo, tendría un largo camino todos los días. Además estaba el problema de que ella no tenía coche.


Irritado por aquella nueva contrariedad, intentó poner sus pensamientos en orden. No quería que ella viviera en la ciudad, sino allí, donde no tuviera que preocuparse por ella.


Pedro se detuvo bruscamente. ¿Por qué había pensado eso? Ella era su ama de llaves. Le gustaba cómo se ocupaba de las cosas y quería que ella estuviera disponible, eso era todo. No había necesidad de complicar la situación.


Aún molesto, alcanzó el porche y la puerta de entrada.


Unos cuantos días antes ni siquiera se hubiera planteado la posibilidad de dejar que se quedara en la casa con él, pero para entonces ya sabía que era capaz de escribir con ella allí.


Tal vez se acabara acostumbrando.


Después se le ocurrió que tal vez fuera ella la que no quisiera permanecer en la casa grande y por algún motivo, también aquello lo disgustó.


Estaba pasando demasiado tiempo pensando en Paula.


Se sacudió la nieve de las botas y se las quitó. Decidió que si ella quería el trabajo, tendría que quedarse allí.



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