lunes, 29 de agosto de 2016
ESCUCHA TU CORAZON: CAPITULO 26
Pedro
Pese a ser una ciudad, San Sebastián tiene algo especial que me hace volver una y otra vez. Creo que es la única urbe en la que me siento cómodo. Tal vez sea por el mar, por esa hermosa playa de la Concha o, quizás, porque me conquistó cuando la conocí la primera vez con mis padres.
La primera visión que tuve de ella fue desde lo alto del monte Igueldo. Recuerdo haber subido en el funicular con la excusa de que allí arriba había un parque de atracciones, para luego quedarnos allí, sentados sobre un muro observando la bahía. Me olvidé de los coches de choque, de los toboganes y de las montañas rusas, y me prometí a mí mismo que volvería, cuando fuese mayor, con mi mujer.
Paula no es mi mujer, pero, ahora mismo, es algo parecido así que nuestra primera parada es el monte Igueldo. Quiero que tenga el mismo recuerdo de la ciudad que tengo yo.
Nos sentamos en una cafetería que hay dentro del parque y que goza de unas magníficas vistas y pedimos un par de Coca-Colas que bebemos en silencio.
—Dime, Pedro —dice, pensativa—. ¿Por qué cambiaste de actitud conmigo?
¿Qué por qué dejé de ver en ella a la chica pija y materialista para dejar que apareciera la chica que se preocupa por los demás, la chica que es divertida, trabajadora y que no es solo una apariencia? ¿Cómo explicarlo? Puede que sea algo tan simple como que, aunque no quieras, esa persona te gusta.
—A veces solo hay que darse cuenta de quién es esa persona que ocupa tu último pensamiento antes de irte a dormir.
—¿Era yo?
Asiento con la cabeza.
—Al principio eras tú porque me desesperabas. Venga a gastar agua y a subir la calefacción.
Se ríe.
—Luego seguías siendo tú porque me daba de cabezazos por haberme portado como un capullo contigo. Cada día intentaba alejarme de ti y, sin embargo, no lo conseguía.
—Fuiste un capullo, no voy a negarlo. ¿Y ahora?
—Ahora pienso en ti a todas horas: de día y de noche, con la cabeza, con el corazón y con… esto… con cada parte de mi cuerpo.
Paula sacude la cabeza y se carcajea al comprender a qué parte de mi cuerpo me refiero.
—¿Y tú? ¿Por qué cambiaste conmigo?
—¡Yo no cambié! —se defiende.
—Claro que sí. Siempre estabas quejándote. Quejándote del frío, de que estamos en medio de la nada, del poco trabajo en tu oficina…
—¡Pero es que sigo pensando lo mismo!
La observo extrañado. Entonces, ¿qué hace conmigo? Si esta no es la vida que quiere…
—No me mires así, Pedro. Que no me termine de gustar la vida en el campo no quiere decir que tú no me gustes. Me gustaste desde el primer momento. Si no hubieses venido a tocarme las narices con lo del agua, es posible que nunca te hubiera dado una mala respuesta. Y si luego no me hubieras tratado como lo hiciste…
Tal vez tenga razón.
—¡Por Dios! Llevamos ya varios meses juntos, ¿es que tienes dudas?
—No, claro que no.
Aparto todas las inseguridades de mi mente pero no consigo que escampen del todo. Está visto que la canción de esta mañana me ha dejado tocado. Lucía me hizo daño, mucho daño y, pese a haber superado nuestra ruptura, hay cosas que no se pueden olvidad.
Mucho menos perdonar.
Pero Paula es diferente. O eso creo. En los meses que llevamos juntos me lo ha demostrado. Me centro en ella y en su hermosa sonrisa, y recupero la ilusión por la excursión de hoy.
La visita a San Sebastián es un regalo para ella. El único asfalto que Paula ha pisado hasta ahora es el de Pamplona y tengo la sensación de que esta ciudad la va a enamorar.
Bajamos del monte Igueldo y nos detenemos en el Peine de los Vientos. Aquí descubro que Paula no solo es una enamorada de la moda, sino también del arte y conoce al dedillo la obra de Chillida.
Paseamos por el paseo desde la playa de Ondarreta hasta la de la Concha y nos adentramos en el casco antiguo donde nos ponemos hasta arriba de pinchos y txacolí.
—Ahora, para rematar la jornada voy a llevarte a un sitio elegante de los que te gustan. Sé que te dije que conmigo nunca tendrías ese tipo de cosas, pero…
Paula se gira hacia mí y me planta un beso en los morros.
Así de sopetón, para luego decir:
—Puede que entonces yo me piense lo de ir de senderismo.
La cojo de la mano y continuamos el paseo hasta el hotel María Cristina. Un lugar con clase y que refleja los años de la belle epoque. Estoy convencido de que es la clase de sitio que le gusta a Paula. Se encuentra frente al moderno Kursal y, además, es el alojamiento habitual de los actores durante el Festival de Cine de San Sebastián. Yo creo que acierto seguro.
La sonrisa de oreja a oreja que pone cuando llegamos al lugar es una pista inequívoca de que sí he dado en el clavo.
—Gracias —susurra feliz—. Sé que estos sitios tan rimbombantes no te van.
—Me parece que me estás cambiando… iría adonde fuera si estuvieras a mi lado.
Paula se abraza a mí como respuesta y yo no puedo sentirme más lleno de felicidad. Nunca hubiera imaginado que una mujer como ella pudiera dármelo todo. Y, aunque me resulta extraño, hasta este momento he sentido que lo tenía todo si estaba conmigo. La de vueltas que da la vida…
Entramos en la cafetería y nos sentamos, dispuestos a tomar un café, relajarnos y charlar. Justo cuando nos sirven, toda la alegría del día se esfuma para mí. Escucho una voz.
Una voz aguda que es inconfundible.
Me giro, pensando que sé lo que me voy a encontrar: a Lucía, con su perfecta media melena rubia, vestida de punta en blanco y pintada como una puerta. Probablemente tomando algo con una amiga o con un ligue ricachón.
Casi acierto, aunque lo que descubro no es lo que me hubiera gustado ver.
No hay duda de que es mi ex y, sí, tan pintada y arreglada como siempre. Y, efectivamente, acompañada por un tipo que parece haber salido de una película de Hollywood y que no puede vestir más pijo.
Lo que no esperaba es ver que no están solos. Junto a ellos hay un carrito de bebé. El crío, que descansa en brazos de Lucía, no debe tener más de tres meses y lleva puesto un faldón que parece sacado del siglo XV.
Aun así, su ropa no es lo que me impacta. Ni lo que me jode.
No puedo creerlo. Un bebé.
Me levanto y, como si fuera un autómata, me acerco a ellos.
Sé que no se merece ni que le dirija la palabra pero lo que estoy viendo me duele tanto, tanto, que no soy capaz de mantener la boca cerrada.
Paula, que debe pensar que me he encontrado a algún conocido me sigue para saludar y yo, que solo pienso en aquello que perdí, no le advierto de que a pesar de que sí es una conocida, no tengo ningún interés en que la salude.
—Lucía. —Mi voz es seca y distante.
—¿Pedro? —se gira hacia mí sorprendida y un poco parada.
Estoy seguro de que por su cabeza pasan los mismos pensamientos que por la mía.
—Has tenido un niño.
—Sí —sonríe nerviosa.
—No… no lo entiendo. —No soy capaz de procesar lo que digo, demasiados recuerdos que se agolpan en mi cabeza.
Paula se acerca a mí y me coge del brazo. Ha escuchado el nombre con el que me he dirigido a mi ex y sabe sumar dos más dos.
Le tiende la mano a la rubia de mi ex y se presenta.
—Soy Paula, la novia de Pedro. —Me gusta que quiera marcar el terrero pero no es necesario que lo haga. Nunca volvería a estar con Lucía. Lo único que echo de menos es lo que me hizo perder.
—Encantada.
Ella y su ex le dan la mano, educados, aunque se les nota incómodos. Seguro que él lo sabe todo.
—No puedo creerlo, Lucía. ¿Cuánto tiempo hace, dos años?
—No te hagas mala sangre, Pedro.
—Con él sí que puedes ser madre, ¿verdad? Él sí que te da lo que tú quieres. Él…
—Déjalo. Estaba en mi derecho de hacer lo que hice.
—¿En tu derecho? ¿Y mis derechos? Yo quería ese bebé. Yo lo hubiera criado.
—Olvídalo. Rehaz tu vida como he hecho yo.
—Ya lo he hecho. —Agarro a Paula con fuerza y la acerco más a mí. Eso me da seguridad a la hora de responder.
—¿Con ella? —Lucía enarca una ceja, incrédula—. ¿Es que no aprendes? —Mira a Paula de arriba abajo—. Esta chica es como yo, no creo que vaya a comprometerse de por vida con un ganadero.
—Yo… —Paula abre la boca para defenderse pero yo la interrumpo.
—Ella no es como tú. Puede que lo parezca pero no podría ser más distinta —afirmo orgulloso de tenerla conmigo.
Lucía y su estirado acompañante nos miran sin decir nada.
Antes de que pueda decir algo más, Paula me estira del brazo para que nos alejemos.
—Vamos. Tomaremos ese café en otro lado.
—Pero… —Esta era mi sorpresa para ella, no quiero fastidiársela.
—Pedro, en serio, no importa. Por mí como si nos tomamos ese café en el bar más cutre de la ciudad.
La sigo y, mientras lo hago, no puedo evitar dar gracias a Dios, al destino, o a quienquiera que haya sido el responsable, por traerla a mi vida.
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Muy buenos capítulos! Me quedé con ganas de leer más! Pobre Pedro... Que mal momento para Pau también!
ResponderBorrarExcelentes los caps. Qué situación más incómoda x favor.
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