lunes, 29 de agosto de 2016

ESCUCHA TU CORAZON: CAPITULO 24





Pedro


Una nueva vida… eso es lo que ha conseguido Paula. Siento como si hubiera renacido de mis cenizas y mi vida empezara de cero. Siento que todos los problemas que tuve en el pasado han de quedar ahí y ahora tengo que pensar en el futuro.


Un futuro junto a Paula. Junto a mi chica de ciudad.


Los días con ella pasan rápidos y las noches todavía más. 


Me faltan horas para estar a su lado, acariciarla, besarla…


Hasta hace bien poco lo único que me movía a levantarme por las mañanas era sacar adelante la ganadería que heredé de mis padres y lo hacía por ellos. Ahora lo hago por mí. Por ella. Por nosotros.


Porque aunque todavía no llevemos mucho tiempo juntos yo ya siento que hay un nosotros.


En algunas cosas somos polos opuestos pero resulta que en otras somos muy parecidos. A los dos nos encanta disfrutar de una buena película con una taza de chocolate o unas palomitas. Claro que, para mí una buena película es una de acción y para ella una comedia romántica.


Le gusta el surf y eso sí que no lo hubiera imaginado nunca… Nos hemos recorrido todas las playas de la costa y, aunque me cuesta reconocerlo, ¡es mejor que yo!


Es trabajadora y responsable. Menos mal que está ella en la oficina del banco. Desde que ha llegado, Juancho está mucho más formal. Sobre todo después de nuestro pequeño incidente en la montaña. Maria todavía no se lo ha llevado al viaje que prometió pero él se está comportando. Ya veremos lo que dura.


Como todos los días entre semana, espero paciente en la posada a que llegue Paula para comer con ella. Es uno de los mejores momentos del día pero ¡cojones qué hambre paso! Es tan formal, tan formal que nunca se puede dejar nada pendiente y hay días que llega casi a las cuatro. ¡Eso no son horas!


Miro como avanza el minutero y trato de pensar en otra cosa que no sea el rugido de mi estómago.


—Elena, ¿me puedes traer un poco de pan?


La posadera se acerca con una cesta y la deja de golpe sobre la mesa, luego gira sobre sus talones y se dirige a la cocina mientras murmura entre dientes.


—¿Qué pasa?


—Que no entiendo por qué tienes que esperar todos los días a la señorita para comer.


—¿Perdona? —Me trago de golpe el pedazo de pan que me he metido en la boca porque no puedo creer lo que oigo.


—Lo que oyes.


—Yo creía que Paula te caía bien. No comprendo ese tono tan despectivo.


—Mira, Pedro, tu amiga me cae bien. Es simpática y educada pero no es como nosotros.


Enarco una ceja.


—¿Qué quieres decir?


—Que volverán a hacerte daño. Leñe, es igualita que la otra.


—No es cierto —protesto.


—Ya lo veremos, pero que conste que yo ya te lo he advertido —recalca—, y lo hago por tu madre y por lo mucho que la quería. No le hubiera gustado verte sufrir tanto.


—Hostia, Elena, ¿no ves que desde que ella llegó he vuelto a ser el de antes?


—Si fueras el de antes estarías comiendo ya. Mejor dicho, ya habrías comido.


—Estoy comiendo pan —respondo metiéndome otro trozo en la boca.


—Sabes muy bien a qué me refiero, pero no insistiré más.


Dicho esto, entra en la cocina y me deja con la palabra en la boca. De pronto, la sensación de felicidad que he tenido las últimas semanas se vuelve un poco agridulce. Encima, el hambre que tengo no ayuda a que me relaje, sino que me pone más nervioso.


Media hora más tarde Paula entra en la posada y cuando veo el brillo en sus ojos y su sonrisa cariñosa me tranquilizo al fin. Le doy un beso en los labios y el calor que desprenden los suyos me reconforta al instante. Elena no tiene ni idea de lo que dice.


Se sienta a mi lado y, por fin, pedimos que nos sirvan el menú. La posadera lo hace con una sonrisa que yo detecto que no es todo lo sincera que debiera. No me gusta que Elena tenga esos prejuicios con Paula pero, por desgracia, no puedo hacer nada.


Eso sí, no tengo ninguna intención de que mi chica descubra los poco amigables comentarios que han hecho sobre ella.


No la disculpo, porque me duelen sus palabras hacia alguien que quiero, pero entiendo que se preocupe por mí. Sabe cómo lo pasé la otra vez y por su amistad con mi madre siempre ha estado muy pendiente. En especial desde que volví de Madrid.


Pero esto es diferente. Ella es diferente. Es mi chica de asfalto. Y, aunque todavía no se lo he dicho, la quiero. 


Mañana es sábado y voy a prepararle un día especial. 


Vamos a ir a la ciudad.


—¿Te apetece pasar el día mañana en San Sebastián?


—Y a ti, ¿te apetece? ¿O lo haces solo por mí? —pregunta dubitativa.


—Me apetece porque quiero verte feliz a ti. ¿Te sirve?


—Me sirve —sonríe.


—Eso sí. El precio a pagar es caro… ¿crees que podrás disfrutar de la excursión sin haber dormido las ocho horas de rigor?


Pedro, cariño, contigo ya no recuerdo cuando dormí por última vez tanto rato —bosteza—. ¿Lo ves?


Ahora soy yo el que sonríe.


Mañana lo pasaremos bien, pero esta noche vamos a pasarlo mejor.





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