martes, 2 de agosto de 2016
BAJO AMENAZA: CAPITULO 6
Había perdido a su madre cuatro años atrás y todavía la echaba de menos. Le había costado mucho acostumbrarse a su ausencia. Y Pedro le había prestado todo su apoyo. De modo que tenía corazón, aunque no quisiera que se corriera la voz. Eso podía arruinar su reputación de hombre de negocios duro e implacable.
— ¿Paula?
Ella se incorporó, sobresaltada, y abrió los ojos.
— ¿Sí? —dijo con voz crispada.
Él sonrió.
—No, no vamos a estrellarnos, así que relájate si es posible.
Ella frunció el ceño.
— ¿De qué estás hablando?
—No sé por qué, pero acabo de darme cuenta de que te da miedo volar.
Quién iba a decir que su capacidad de observación acertaría en algo así, habiendo tantas cosas que le pasaban inadvertidas, pensó Paula, irritada.
—No sé de dónde has sacado esa idea — contestó con toda la dignidad que pudo reunir.
Él alzó una ceja con fingida sorpresa.
— No me digas —dijo, divertido —. Cuando despegamos, te aferraste a los brazos de la butaca con tanta fuerza que has dejado las marcas de las uñas en el cuero.
Ella miró rápidamente los brazos de la butaca para asegurarse de que no había hecho tal cosa, pero al oír la risa de Pedro comprendió que se había traicionado.
—No vuelo muy a menudo —admitió, intentando conservar su aplomo, que parecía disolverse rápidamente.
—Sí, eso ya lo sé. Y también sé que estuviste a punto de revelarte cuando subimos al avión.
—Eso es porque no hay ninguna razón para que yo haga este viaje —contestó ella poniéndose a la defensiva.
— A mí se me ocurren unas cuantas a bote pronto, pero este no es momento para discutirlas.
Paula miró a su alrededor y volvió a aferrarse a los brazos de la butaca.
— ¿Porqué? —preguntó.
Pedro le lanzó su sonrisa de medio lado, aquella sonrisa que hacía que a Paula se le derritiera el corazón por muy enfadada que estuviera con él, y dijo:
—El comandante dice que aterrizaremos dentro de media hora, más o menos. Pensé que querrías saberlo.
Ella asintió y se levantó.
—Gracias —dijo, envolviéndose de dignidad como si de un manto protector se tratara—. Voy a refrescarme un poco —se fue al aseo y cerró la puerta firmemente tras ella antes de mirarse al espejo.
Su reflejo no resultaba tranquilizador. Por alguna razón, su tez había adquirido un color bilioso.
Se lavó la cara y las manos y se frotó las mejillas para ver si recuperaban su color. A veces, las agudas observaciones de Pedro la pillaban con la guardia baja. Ya que iba a pasar con él los días siguientes, debía cuidar cada expresión y cada palabra. Pedro no debía adivinar lo que se escondía bajo su fachada de profesionalidad.
Tras secarse la cara, cepillarse el pelo y repasarse los labios, Paula regresó a su asiento. Pedro ya estaba sentado en el asiento de al lado. En cuanto ella se abrochó el cinturón, la tomó de la mano derecha con firmeza y dijo:
— Tranquilízate, Paula. No permitiré que te pase nada.
Paula no sabía si se refería a su misterioso admirador o a aquel vuelo interminable, pero no le importaba. Sus palabras llegaban demasiado tarde. Algo le había ocurrido, algo sobre lo que Pedro Alfonso no tenía control alguno. Tenía el corazón de Paula en sus manos, aunque él no lo supiera.
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Me encanta lo que depende Pedro de Pau.
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