martes, 2 de agosto de 2016

BAJO AMENAZA: CAPITULO 4





Pedro la miró, aturdido. Menos mal que estaba sentado. Si no, se habría caído redondo al suelo de la impresión.


Paula acababa de verbalizar su miedo más arraigado, solo que él no lo había sabido hasta ese momento. La constricción que sentía en el pecho le dificultaba la respiración. Se preguntó si iba a darle un ataque al corazón.


Ella permanecía sentada, esperando que dijera algo. Pero la mente se le había quedado en blanco. ¿Paula quería tomarse una excedencia? ¿Sabiendo que él apenas podía pasarse una mañana sin ella?


Entonces lo entendió. ¡Estaba bromeando!


—De acuerdo —dijo con una sonrisa—. ¿Qué pasa? ¿Es que quieres otro aumento? Si es así, ya lo tienes.


Paula se inclinó hacia delante.


— Sé que todo esto es muy repentino, Pedro, y lamento que mi ausencia te cause Algún inconveniente. Después de considerar seriamente todas mis opciones, creo que lo mejor para todos es que me vaya por algún tiempo.


No estaba bromeando.


Pedro tragó saliva, intentando refrenarse para no saltar por encima de la mesa y estrangularla. Paula había presenciado sus arrebatos de furia a lo largo de los años, pero nunca habían sido dirigidos contra ella. Se sintió desolado ante la idea de que pudiera marcharse tan fácilmente de una empresa que había ayudado a construir.


— ¿Puedo hacer algo para que cambies de idea o ya has tomado una decisión? — preguntó dócilmente. Solo sus manos crispadas sobre la mesa traslucían su agitación. Pero ella no pareció notarlo.


Paula suspiró y miró hacia la ventana un momento antes de volverse hacia él.


— No he querido molestarte con todo esto—dijo finalmente.


—Demasiado tarde. Ya me has molestado. Ahora, dime, Paula, ¿qué demonios te pasa?


Ella se recostó en la silla y le lanzó una mirada penetrante.


— ¿Serviría de algo que te dijera que se trata de algo personal y que no tiene nada que ver con la empresa?


—Me alegra saberlo. Pero ahora dime qué pasa.


—Me lo vas a poner difícil, ¿verdad? — dijo ella frunciendo el ceño.


Él se inclinó hacia delante.


—No sabes lo difícil que te lo voy a poner si en este preciso momento no empiezas á explicarme qué pasa —pronunció cada palabra vocalizando con cuidado.


Paula se irguió y apoyó las manos unidas sobre la mesa.


—Hace unas semanas, encontré una nota anónima en el buzón de mi apartamento. Era la primera vez que me pasaba una cosa así.


— ¿Qué decía la nota?


—No lo recuerdo exactamente. La firmaba «tu admirador secreto». Al principio, las notas no me preocuparon...


— ¿Las notas? ¿Es que recibiste más de una?


Ella asintió.


—Cada semana, más o menos, y decían cosas como: «Me alegro tanto de conocerte... Quiero pasar más tiempo contigo...», esa clase de cosas. A medida que pasaba el tiempo se hicieron más... más... personales — se sonrojó—. El que las escribía decía que quería abrazarme, besarme... y... eh... —Pedro se dio cuenta de que se sentía incómoda hablándole de aquel asunto—. Yo tiraba las notas en cuanto las veía. Intentaba no preocuparme porque sabía que no podía hacer nada. Y eso es justamente lo que me ha dicho la policía.


Pedro se quedó helado.


— ¿La policía?


— Sí. Eso es lo que he hecho esta mañana: ir a la policía.


A Pedro no le gustaba lo que estaba oyendo. Rachel había estado recibiendo anónimos que la habían obligado a acudir a la policía y no le había dicho nada. Se preguntaba por qué. 


¿De veras no lo consideraba más que su jefe?


— ¿Qué ha ocurrido para que acudieras a la policía?


Ella se mordió el labio y Pedro se dio cuenta de que estaba temblando.


— Anoche llegué tarde a casa y me fui derecha a la cama. Esta mañana me duché y me vestí, como siempre. Cuando me acerqué a la cómoda a recoger unos pendientes, vi que encima había una nota doblada. No sé cuánto tiempo llevaba allí —impresionado, Pedro estuvo a punto de saltar de la silla, pero sabía que debía refrenarse hasta que le contara todos los detalles —. Al principio, pensé que era de mi asistenta, que había estado en casa el día anterior. Pero generalmente me deja los mensajes junto al teléfono de la cocina. Cuando la abrí, vi que la firmaba «tu admirador secreto» —mientras hablaba, Paula se había estado mirando las manos. En ese momento levantó la mirada hacia él. Parecía aterrorizada. Intentó mantener la calma al hablar—. Quienquiera que sea, estuvo en mi apartamento ayer, o incluso anoche. Llamé inmediatamente a mi asistenta, pero me dijo que no había visto a nadie. Como le he dicho a la policía, creo que quienquiera que escribiera esa nota, tuvo que ponerla ahí mientras yo dormía — se tapó los ojos un momento y luego continuó— .Me entró pánico cuando vi la nota. Por un momento, imaginé incluso que ese tipo seguía allí, agazapado en el armario, pero luego recordé que lo habría visto al vestirme. Lo único que sabía era que tenía que salir del apartamento. Así que me fui a la policía.


— ¿Y te dijeron que no podían hacer nada?


— Más o menos. Después de esperar más de una hora para hablar con alguien, le conté lo que pasaba al hombre que me atendió. Me escuchó, me hizo unas preguntas y redactó un informe. Le di la nota que había encontrado encima de la cómoda, la única que conservaba. Me preguntó si había roto recientemente con algún novio que tuviera llave de mi casa. Le dije que no, por supuesto. Y él me dijo que, aunque la nota sugería que alguien había entrado ilegalmente en mi apartamento, no tenían suficiente personal para encargarse de esa clase de denuncias. Al final, me sugirió que me marchara de la ciudad una temporada.


— ¿Por eso quieres una excedencia?


Ella asintió.


—No creo que pueda pasar en mi casa ni una noche más sabiendo que alguien puede entrar sin yo saberlo. He pensado que podría tomarme un descanso y decidir qué hago. No es que no me guste trabajar aquí, pero hasta que encuentre una solución a este asunto, no creo que pueda serle muy útil a la empresa.


Esa vez fue a Pedro a quien le entró el pánico. De ningún modo iba a consentir que Paula se marchara Dios sabía dónde. Viviría angustiado por ella. ¿Y si aquel tipo la seguía? 


Pensando atropelladamente, dijo:
—Entiendo tu preocupación, Paual — empezó—. Creo que si nos sentamos y analizamos lo que ha pasado, podremos... —el interfono los interrumpió. Sin molestarse en ocultar su irritación, Pedro apretó el botón y gruñó—.¿Sí?.


— Siento interrumpir —dijo Julia—. Tengo a Marcelo en la línea tres. Dice que necesita hablar contigo. ¿Qué le digo?


—Pásame la llamada —dijo Pedro con resignación. Levantó el teléfono y dijo — : Hola,Marcelo, ¿qué tal te va?


—Esta vez estoy dispuesto a presentar la dimisión, Pedro. ¡Ya estoy harto!


Pedro miró a Marcelo.


—Parece que hoy a todos os da por lo mismo. ¿Qué pasa?
—La mujer de Thomas Crossland se presentó en la obra hace dos semanas y ha decidido supervisar personalmente la construcción de su casa. Me ha dejado bien claro que no está contenta con nuestro trabajo. Hoy me ha dicho que quería reunirse inmediatamente contigo, en la obra, ¿entiendes?, para que le expliques por qué no se toman en cuenta sus sugerencias.


— ¿Dónde está Thomas?


—Y yo qué sé. Se habrá escondido en alguna parte hasta que la casa esté terminada. Mira, sé que estás muy ilusionado con este proyecto, pero te lo digo desde ahora mismo: si conseguimos acabar la obra sin que nos demanden, podremos darnos por satisfechos.


Marcelo trabajaba con él desde el principio, y Pedro sabía que debía hacerle caso. Si decía que la situación era seria, tenía que creerlo. Percibiendo su irritación, Pedro utilizó un tono deliberadamente ligero al contestar:
— ¿Tan mal están las cosas?


— Peor que mal —contestó Marcelo —. ¿Cuándo puedes venir?


Pedro no había apartado los ojos de Paula durante la conversación. Su cerebro trabajaba a toda máquina. Tal vez aquello le viniera bien. No quería perder a Paula, ni siquiera unos días, y mucho menos semanas o meses. Revisó mentalmente sus compromisos y se dio cuenta de que nada había salido según sus planes desde que esa mañana, al llegar a la oficina, había descubierto que Paula no estaba en su puesto. Miró su agenda y le dijo a Marcelo:
— Creo que puedo estar en Asheville a eso de las cinco.


Marcelo soltó un suspiro de alivio.


—Estupendo. Iré a recogerte al aeropuerto. Estamos a unos cuarenta kilómetros de Asheville. Te contaré los detalles por el camino.


—De acuerdo. Ah, Marcelo...


— ¿Sí? —Marcelo parecía mucho más tranquilo.


—Tómate el resto del día libre. Órdenes del jefe.


La carcajada de Marcelo resonó en toda la habitación. Paula sonrió.


—No hace falta que me lo digas dos veces. Nos veremos sobre las cinco —dijo, y colgó.


Pedro cortó la conexión y marcó otro número. Cuando respondió una voz, dijo:
— Steve, ¿cuándo puedes tener listo el avión?


Steve Parsons, el piloto del jet de la compañía, contestó sin vacilar:


—Dentro de una hora. ¿Adonde vamos?


—A Asheville, Carolina del Norte. Paula y yo comeremos algo rápido y te veremos en el hangar —colgó sin mirarla y aguardó. No tuvo que esperar mucho tiempo.


—No puedo ir a Carolina del Norte contigo, Pedro. He de hacer las maletas para marcharme de la ciudad lo antes posible. Creía que te lo había dejado claro.


Pedro sonrió y extendió los brazos, desperezándose.


— ¿Es que no lo ves? Eso es exactamente lo que vas a hacer. Creo que Marcelo ha dado con la solución perfecta sin darse cuenta. Puedes marcharte de la ciudad y seguir trabajando al mismo tiempo.


Al ver la expresión enojada de Paula, estuvo a punto de echarse a reír. Ya se sentía mejor. Había ganado algún tiempo hasta que se le ocurriera otra solución.


—Irme a Carolina del Norte es solo un arreglo temporal, Pedro —dijo ella, como si intentara razonar con un niño obstinado.


Él asintió, sintiéndose mejor a medida que sopesaba su plan improvisado.


—Por supuesto que es temporal, pero el viaje nos dará tiempo para encontrar otra solución —contestó él, utilizando el mismo tono que ella.


—Ya he pensado en todas las opciones — empezaba a irritarse—. Y lo mejor es que me tome una excedencia.


— ¿Cómo lo sabes? Quizás a mí se me ocurra algo distinto. ¿Qué puedes perder?


Ella sacudió la cabeza.


— Solo sería posponer lo inevitable, Pedro, y tú lo sabes.


—Hazme caso, ¿quieres? — se levantó y rodeó el escritorio—. Vamos a comer algo antes de irnos al aeropuerto.


—No puedo irme contigo así, tan de repente. Necesito ropa y...


—Allí puedes comprar todo lo que necesites. Vamos —recogió su maletín, en el que siempre llevaba una camisa limpia, ropa interior y calcetines y, dejándose llevar por un impulso, la asió de la mano para levantarla de la silla. Aquel contacto inesperado los sorprendió a ambos.


Desde el día que la contratara, Pedro había evitado cuidadosamente cualquier contacto físico con Paula. Sabía que lo más sensato era mantenerse a una distancia prudencial de ella.


Paula se levantó y al instante apartó la mano, dejando claro que no estaba de acuerdo con aquella solución.


—Esto no es buena idea, ¿sabes? —dijo con obstinación.


— Al contrario —contestó él sonriendo—. Estoy convencido de que es una idea brillante. Venga, vamos a comer algo. Estoy muerto de hambre.


Paula lo siguió fuera del despacho, sin duda con la intención de seguir rebatiendo sus argumentos, pensó Pedro


Él se detuvo frente a la mesa de su secretaria.


—Julia, cancela todos los compromisos que teníamos esta semana —miró su reloj e hizo una mueca—. Seguramente Rich ya se habrá ido a comer.





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