lunes, 1 de agosto de 2016

BAJO AMENAZA: CAPITULO 3




Desde entonces, Paula y él formaban un equipo. Llevaban ocho años trabajando codo con codo, con eficacia y sin roces de ningún tipo. Pedro tenía la impresión de que eso se debía más a la diplomacia de Paula que a sus habilidades comunicativas. Tras conocerla mejor, descubrió que era tan conservadora y bien educada como le había parecido durante la entrevista. Y, además, tenía una sólida ética de trabajo, cosa que él apreciaba enormemente.


Paula llevaba años sin faltar un día al trabajo, pese a las olas de calor abrasador, las trombas de agua y las tormentas de cellisca que estallaban de vez en cuando en invierno. De modo que... ¿dónde se había metido?


Pedro no quería ni pensar qué ocurriría si Paula no estuviera allí para ayudarlo a dirigir la compañía. Ella se encargaba de todos los asuntos administrativos, dejándole las manos libres para hacer lo que mejor se le daba: construir edificios comerciales.


Cuando Paula llevaba ya tres años trabajando en la empresa, contrataron a más gente, incluyendo a Julia. Poco después, el departamento de contabilidad necesitó un jefe y Pedro contrató a Arthur Simmons. Y, al final, Rich Harmon se convirtió en director administrativo.


Paula no dejaba de asombrarlo. A menudo, lo acompañaba a las cenas de negocios. Rara vez hablaba; los clientes pensaban que estaba allí en calidad de florero. Aquella creencia le daba a Pedro cierta ventaja sobre ellos, porque Paula tenía un don: era un genio interpretando las expresiones, el lenguaje corporal y todo lo que se daba por sentado, pero que no se decía en voz alta. Luego le contaba la impresión que le había producido la gente y le explicaba cómo ofrecerles lo que querían de la mejor manera posible. Juntos preparaban la presentación de los proyectos, utilizando los datos que ella recopilaba. Al cabo de un par de años, Paula se había convertido más en una socia que en una mera asistente. Pedro le había ofrecido más de una vez hacerla socia de la empresa, pero ella siempre se negaba a discutir aquella cuestión.


Su relación actual inquietaba a Pedro, no solo porque Paula no quisiera ser socia de la empresa, como merecía, sino por la atracción que sentía hacía ella. Le desagradaba la idea de estar aprovechándose de ella. Paula era su igual en los negocios, pero ambos sabían que, socialmente, Pedro no estaba a su altura.


Él nunca le había demostrado la atracción que sentía por ella desde el día que la conoció. El miedo a que Paula dejara la empresa si le sugería que salieran juntos le impedía hacer o decir cualquier cosa que la ofendiera.


Unas semanas atrás, habían cenado juntos para celebrar otro éxito de Construcciones Alfonso: su primer trabajo fuera del Estado. El proyecto no solo era fuera de Texas; tampoco se trataba de un edificio comercial. Uno de sus clientes le había pedido a Pedro que construyera una residencia de verano para su mujer y para él en las montañas, cerca de Asheville, en Carolina del Norte.


Pedro desoyó los malos augurios de Marcelo Jackson, el supervisor jefe y director de proyectos de la empresa. 


Marcelo le había dicho que construir una casa era muy diferente a construir un edificio comercial. Para empezar, el jefe de obra tenía que vérselas con la esposa del cliente,la cual podía resultar un verdadero incordio. Pedro se rió y le dijo que él tenía experiencia de sobra para afrontar aquella situación. A Marcelo no le hizo ninguna gracia, pero aceptó el trabajo, como Pedro esperaba. Marcelo fue invitado a la cena de celebración, pero declinó la invitación alegando que la hora de las celebraciones llegaría cuando hubieran acabado el proyecto.


Pedro y Paula no lo veían del mismo modo. Estaban entusiasmados pensando que se abrían nuevos mercados para la empresa. Se pasaron toda la cena recordando los años que llevaban trabajando juntos y contándose anécdotas. Él se sentía alegre y tranquilo, como le ocurría siempre que estaba con Paula.


Paula Chaves era su mejor amiga. En realidad, era su única amiga. Pedro no tenía tiempo para dedicarse a la vida social. 


Se sentía a gusto con Paula. Y, además, confiaba en ella. Y confiaba en muy poca gente...


¿Dónde se habría metido Paula esa mañana?


El sonido del interfono interrumpió sus pensamientos. Pedro parpadeó, preguntándose cuánto tiempo llevaba soñando despierto.


— ¿Sí? —preguntó. Y supo exactamente cuánto tiempo había pasado ensimismado en sus cavilaciones cuando Julia dijo:
—El señor Simmons está aquí.


—Gracias —dijo, consiguiendo no gruñirle en la oreja—. Dile que pase.


Pedro se irguió en la silla y se preparó para otra reunión insoportablemente aburrida y tediosa.


Simmons entró en el despacho sigilosamente y cerró la puerta tras él. Miró a su alrededor.


— ¿No iba a estar presente la señorita Chaves? —preguntó, sin molestarse en ocultar la contrariedad que le producía la idea de tener que vérselas a solas con Pedro.


— Se ha retrasado por alguna razón — contestó este con aspereza—. Pero estoy seguro de que podremos revisar los informes sin su ayuda.


Simmons se sentó en una de las sillas de cuero que había frente al escritorio de Pedro. Puso un montón de carpetillas justo delante de él y se subió las gafas de montura metálica sobre el puente de la nariz, por el que volvieron a deslizarse al cabo de un momento hasta recuperar su posición original. 


Se aclaró la garganta cuidadosamente.


—Esperaba que la señorita Chaves pudiera... —empezó antes de que Pedro lo interrumpiera.


—Yo también, pero la señorita Chaves no está aquí. Así que empecemos de una vez.


Simmons dio un respingo y Pedro maldijo para sus adentros. «Paula», pensó, «será mejor que tengas una buena razón para dejarme solo con Arthur. Si no, me las pagarás».


Cuarenta y cinco minutos después, justo cuando los ojos de Pedro habían empezado a girar hacia su nuca, sus plegarias se vieron recompensadas. Paula abrió la puerta del despacho tan impecablemente vestida como siempre y con su maletín en la mano. Parecía la personificación de la mujer de negocios moderna.


Pedro le dieron ganas de arrojarse a sus pies y de pedirle que no volviera a abandonarlo nunca más. Pero, tras comprobar que estaba a salvo, sintió que un principio de irritación se colaba en su conciencia. ¿No podía haber llamado? Si no pensaba llegar a la hora de siempre, ¿no podía haberse tomado la molestia de avisarlo?


La miró a los ojos y comprendió que, fuera lo que fuera lo que la había retrasado, no era nada bueno. Paula nunca le había parecido tan frágil. Tenía la misma mirada angustiada que el día que supo que su madre padecía una enfermedad terminal. ¿Qué demonios le habría ocurrido?


Paula se acercó al escritorio y se sentó elegantemente junto a Arthur.


—Lamento el retraso —dijo tranquilamente—. Y bien, ¿por dónde iban? —preguntó, mientras hojeaba el montón de papeles que Simmons había dejado frente a su silla al principio de la reunión.


Cuando finalmente acabó la reunión, a Pedro le dolía la mandíbula de tanto apretarla. Paula acompañó a Arthur hasta la puerta, le dijo unas palabras amables y sonrió al escuchar su respuesta casi inaudible. Luego cerró la puerta y se volvió hacia Pedro.


—Siento haber llegado tan tarde y no haberte avisado —regresó a su silla y se sentó antes de continuar—. Necesito tomarme una excedencia, Pedro. Si no te viene bien, naturalmente entenderé que quieras reemplazarme.





2 comentarios: