lunes, 8 de agosto de 2016

BAJO AMENAZA: CAPITULO 26





Pedro la tomó en brazos y salió de la bañera. Deteniéndose junto a unos de los toalleros, dijo:
—Agarra una toalla, por favor. 


Paula se aferró a su cuello con un brazo y con el otro asió una toalla grande y la apretó contra su cuerpo. Cuando llegaron a la cama, Pedro la depositó sobre las sábanas. En algún momento, mientras ella estaba en la bañera, había quitado la colcha y retirado la sábana encimera. Pedro apoyó la rodilla a un lado de la cama, tomó la toalla y empezó secarla de la manera más sensual posible. Ella le tendió los brazos, invitándolo a tumbarse a su lado, pero Pedro evitó sus manos y la hizo tumbarse boca abajo. Paula recibió otra lección acerca del poder de las caricias antes de que Pedro se incorporara y se secara rápidamente. Cuando se tendió a su lado, Paula sintió ganas de agarrarlo por los hombros y zarandearlo. «Deja de atormentarme», deseaba decirle, pero no podía pensar con suficiente claridad.


Pedro se tumbó de lado y se restregó contra ella. Paula se tranquilizó un poco al ver que estaba tan excitado como ella. 


También se estaba atormentando a sí mismo. Paula no entendía la razón, pero era consciente de que no sabía casi nada del acto amoroso. Conocía la parte mecánica, desde luego, pero eso no bastaba para explicar las emociones que Pedro despertaba en su interior.


Él la besó suavemente en la frente y en los ojos cerrados. 


Besó cada uno de sus párpados antes de trasladarse a su boca. Paula se rindió a su ternura, dejándole que marcara el ritmo de las caricias. Pedro exploró su cuerpo con boca y manos, acariciando su piel mientras le lamía el cuello. Se colocó sobre ella, con las rodillas entre las suyas. Antes de que Paula pudiera tomar aliento, se inclinó sobre ella y tomó uno de sus pezones entre los dientes. Paula se arqueó sobre la cama. Desde los pechos, Pedro empezó a bajar siguiendo el eje de su cuerpo, trazando una senda de besos, lamiendo lentamente su vientre antes de continuar hacia abajo. Paula se tensó cuando sus labios alcanzaron la mata de rizos que coronaba sus muslos. Extendió los brazos, buscando los de Pedro, intentando detenerlo, deseando que la liberara de la terrible tensión que se había adueñado de ella. Pedro empezó a hacer los mismos movimientos que había hecho antes, pero con la lengua.


— ¡No! —gritó ella, intentando cerrar las piernas. 


Pero Pedro estaba entre sus muslos.


— Chist —musitó él poniendo la mano sobre su vientre y masajeándolo suavemente al tiempo que seguía atormentándola. Paula pensó que no podía aguantar más. Iba a explotar, y sería por culpa de Pedro. Si se detuviera...


Paula gritó al sentir que la liberación sacudía su cuerpo. 


Algo en su interior estalló en millares de partículas, liberando un placer arrebatador que se prolongó en oleadas sucesivas. 


Pedro se apartó de ella un momento y, abriendo un envoltorio de plástico que había sobre la mesita de noche, se cubrió rápidamente antes de penetrarla. Paula se tensó automáticamente al notar aquella sensación desconocida. Él se detuvo, y Paula se forzó a relajarse. «Es Pedro. Él nunca me haría daño.» Pasó los brazos alrededor de su cuello y alzó las caderas, animándolo a continuar. Se aferró a él para expresarle su amor, esperando más sin saber exactamente qué buscaba.


Pedro se movió lentamente, oscilando sobre ella. Pero, en lugar de aplacar la tensión de Paula, sus movimientos solo sirvieron para acrecentarla. Ella extendió los brazos, buscándolo, y lo apretó con fuerza por los hombros. Pedro tenía la piel húmeda, como si no se hubiera secado. El ritmo de su movimiento oscilatorio aumentó hasta que Paula lo sintió palpitar profundamente dentro de su cuerpo. Incapaz de controlarse, le rodeó la cintura con las piernas, y Pedro dejó escapar un leve murmullo de aprobación. La alzó por las caderas, dejando que cayera de espaldas contra las almohadas mientras aumentaba el ritmo de sus embestidas, hundiéndose en su interior hasta que Paula gritó de nuevo. Esa vez, Pedro se unió a ella: su cuerpo se convulsionó en el interior de Paula, cuyos músculos parecían palpitar alrededor de su miembro.


Pedro se dejó caer a un lado, con cuidado de no aplastarla. 


Aunque, de todos modos, en ese momento ella no lo habría notado. Estaba demasiado concentrada intentando recobrar el aliento. Oía la áspera respiración de Pedro junto a su oído. Apoyó la mano sobre su pecho y se preguntó si sería sano que un corazón palpitara tan aprisa. Pero a Pedro aquello no parecía preocuparle. De repente, saltó de la cama y entró en el cuarto de baño. Paula se preguntó si debía vestirse. Tenían que cenar. Quizá después de la cena podrían...


Pedro regresó a la cama e interrumpió sus pensamientos. La tomó en sus brazos y la estrechó contra sí con una pasión que despertó de nuevo el ardor de Paula. Esta se quedó tumbada a su lado, absolutamente satisfecha. Por su mente cruzaban los más extraños pensamientos. ¿Cómo era posible que nadie se hubiera molestado en hablarle de aquella experiencia catártica?, se preguntó. «Ahora comprendo por qué las mujeres que salían con Pedro se negaban a aceptar que su relación hubiera acabado.» Lo que acababa de compartir con él era decididamente adictivo.


 Y ella ya estaba enganchada.


Procuró aquietar su respiración. Creyó que Pedro se había quedado dormido, pero de pronto habló con voz ligeramente enronquecida.


— ¿Te he hecho daño?


Ella abrió los ojos.


— ¿Daño? —repitió, deseando comprender por qué le hacía aquella pregunta. Los hombres eran criaturas extrañas. Pedro se movió y apoyó la mano sobre su vientre.


— ¿He sido muy brusco?


—Eh, no. No, qué va. En absoluto.


Él deslizó un brazo bajo su cabeza y la atrajo hacia sí. 


Paula lo miró con preocupación.


— ¿Y yo? ¿Te he... te he hecho daño?


Pedro se echó a reír.


—No, cariño, nada de eso —la besó lentamente en los labios.


—No tenía ni idea de que fuera así —reconoció ella—. He perdido el control. Qué experiencia tan deliciosa.


Él permaneció en silencio varios minutos. Cuando al fin habló, Paula no lo entendió del todo:
—Yo tampoco sabía que podía ser así — dijo.


¿Qué quería decir?, se preguntó ella. Sabía muy bien que Pedro tenía más experiencia que la mayoría de los hombres. O, al menos, eso creía ella. Si no, ¿cómo podía estar tan versado en el arte de complacer a una mujer? En fin, no iba a hacerle más preguntas absurdas. Mantendría los ojos abiertos y aprendería de él lo más aprisa que pudiera.


Pasaron varios minutos antes de que Paula reuniera el valor necesario para imitar algunos de los movimientos que Pedro había puesto en práctica con ella. Empezó por besarle uno de los pezones. Pedro había mantenido los ojos cerrados hasta ese momento, pero de repente los abrió, sorprendido, y contuvo la respiración. Sin embargo, no apartó a Paula. De modo que esta siguió imitando sus movimientos. Le alegró ver que no solo se habían abierto sus ojos: otras partes de su anatomía también empezaron a despertar a la vida.


Pedro siguió conteniendo el aliento mientras Paula besaba su cuerpo. «Está bien», pensó ella. «Lo intentaremos.» 


Deslizó la boca sobre él, pero Pedro se incorporó de repente. 


Paula se apartó de él.


—Lo siento. De veras, lo siento mucho. No quería hacerte daño.


Pedro la atrajo hacia sí y la apretó con fuerza.


—No, no es eso. Es solo que ahora mismo estoy un poco sensible. Yo... eh... creo que tal vez deberíamos ir a comer algo. Tengo la sensación de que esta noche necesitaré mucha energía.


Al día siguiente, al abrir los ojos, Pedro se encontró la habitación llena de sol. Esa noche había olvidado cerrar las cortinas. Contempló a Paula, tumbada a su lado. Miró el reloj y vio que era casi mediodía. No le extrañó, teniendo en cuenta que no se habían dormido hasta el amanecer. Sonrió al pensar en cómo habían ocupado las horas anteriores.


Esa noche, había descubierto a una Paula completamente nueva. Nunca hubiera soñado que bajo aquella apariencia formal se escondía una lujuriosa sirena. ¿Quién lo habría imaginado?


Paula era una amante entusiasta. Pedro no sabía si podría hacer que se levantara de la cama. Pero no importaba. 


Tenían todo el fin de semana para organizar su nueva vida juntos, En cualquier caso, Paula tenía que avisar con treinta días de antelación de que dejaba su apartamento, así que no había prisa. Irían a su casa a cualquier hora y recogería su ropa. Harían el resto de la mudanza en cualquier momento de las semanas siguientes.


Pedro se puso de lado, la miró y la estrechó entre sus brazos. Ella murmuró algo parecido a: «ya no más, por favor». Lo cual era una suerte, pensó él, apartándole el pelo de la cara. Durante las últimas dieciocho horas había hecho verdaderos milagros. No estaba seguro de poder mantener ese ritmo sin dejarse la vida en el empeño.


Antes de quedarse dormido, pensó: «Pero qué maravilla». 


El lunes por la mañana, Pedro y Paula llegaron a la oficina a la hora de costumbre, antes que los demás empleados, y se fueron a sus despachos para enfrentarse al papeleo acumulado durante la semana anterior.





2 comentarios: