jueves, 14 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 4





Pedro no pasó nada por alto. Ella era una persona diferente cuando se concentraba frente a un ordenador. Mirando la pantalla y analizando lo que aparecía en ella, rezumaba seguridad en sí misma. Sin poder evitarlo, se preguntó cómo serían sus diseños.


Por el contrario, sin un ordenador que absorbiera su atención, se mostraba tensa y a la defensiva, lo que resultaba una mezcla extraña e intrigante de independencia y vulnerabilidad.


Pedro sonrió y le indicó que abandonara el despacho en primer lugar.


–Por lo tanto, tenemos un hombre o una mujer que va a un cierto café con acceso a Internet, o más probablemente a varios de ellos, con el único propósito de mandarme a mí correos electrónicos. Sus propósitos siguen sin estar muy claros, pero, si conozco tan bien las motivaciones humanas como creo, me huelo que me pide dinero por una información que él o ella podría tener.


Llegaron a la cocina sin que Paula se diera cuenta. Inmediatamente, él le dio un vaso de limonada y luego él se sirvió agua fría. Entonces, le indicó la mesa de la cocina y los dos tomaron asiento el uno frente al otro.


–Generalmente –dijo Paula tras tomarse un sorbo de limonada–, este debería ser un caso bastante sencillo. Localizaríamos el ordenador e iríamos al café. Normalmente, estos lugares tienen circuito cerrado de televisión. Se debería encontrar al culpable sin demasiado problema.


–Sin embargo, si es lo suficientemente inteligente como para ir de un café a otro…


–En ese caso, se tardaría un poco más, pero lo podría encontrar igualmente. Por supuesto, si no tienes secretos podrías salir bien parado de esta situación.


–¿Existe un adulto sin uno o dos secretos ocultos?


–En ese caso…


–Sin embargo, tal y como lo has dicho, implicando algo malo, algo que ha de ocultarse… No se me ocurre ningún secreto inconfesable que yo pudiera tener bajo llave, pero hay ciertas cosas que preferiría que no salieran a la luz.


–¿De verdad te preocupa tanto lo que el público piense de ti? Tal vez tenga que ver más bien con tu empresa… Lo siento, pero no sé cómo funciona el mundo de los negocios a gran escala, pero supongo que, si lo que sea sale a la luz y afecta a las acciones de tu empresa, puede que entonces tampoco te haga mucha gracia.


–Tengo una hija.


–¿Que tienes una hija?


–Creía que te habías enterado de eso cuando me investigaste por Internet –dijo Pedro secamente.


–Ya te dije que había examinado la información muy por encima. Hay muchos artículos sobre ti y, sinceramente, ya te dije que quería acotar la búsqueda a los artículos que pudieran indicar que tenía que tener cuidado con quién me relacionaba. Como te he dicho, me limito a buscar y leer la información que es relevante para mí. Una hija, entonces…


–Sí. Veo que aún no puedes borrar la incredulidad de tu voz… Estoy seguro de que te has encontrado con mucha gente que tenga hijos.


–Sí, claro, pero…


–¿Pero?


–¿Por qué me da la sensación de que te estás burlando de mí? –le preguntó ella muy arrebolada.


–Discúlpame –dijo él con una sonrisa–, pero es que te sonrojas de un modo tan bonito…


–¡Eso es lo más ridículo que he escuchado en toda mi vida! –exclamó Paula. Ciertamente, era ridículo. ¿Bonita ella? 


Aquello era algo que ciertamente no era. Tampoco iba a permitir que aquel hombre, aquel dios que podría poseer a cualquier mujer que deseara, le afectara de aquel modo.


–¿Por qué es ridículo?


–Sé que probablemente eres uno de esos hombres que dice piropos y halagos a todas las mujeres que te encuentras, pero me temo que yo no me dejo llevar por cumplidos sin contenido alguno…


¿Por qué demonios estaba reaccionando de aquella manera? ¿Por qué se había puesto a la defensiva por una tontería como aquella?


En lo que se refería a los negocios, Pedro raramente perdía de vista a su objetivo. En aquellos momentos, no solo lo había perdido, sino que tampoco le importaba.


–¿Te dejas llevar por los cumplidos que sí consideras auténticos?


–Yo… yo…


–Estás tartamudeando. No quería hacer que te sintieras incómoda.


–No… no me siento incómoda.


–Me alegro entonces.


Paula lo miró sin saber cómo reaccionar. No solo era sexy e invitaba al pecado. Era un hombre muy guapo. En las fotos no lo había parecido, pero Paula tampoco las había mirado detenidamente. En aquel momento, deseó haberlo hecho para que, al menos, pudiera haberse preparado para la clase de efecto que él podría ejercer sobre ella.


No obstante, tenía que admitir que ella se habría seguido considerando por encima de cualquier hombre, por muy guapo que él pudiera ser. En lo que se refería a asuntos del corazón, siempre se había enorgullecido de ser una mujer práctica. Conocía sus limitaciones y las aceptaba. Cuando llegara el momento de que quisiera tener una relación, sabía que no elegiría al hombre que se dejara llevar por el aspecto, sino por el que disfrutara con la inteligencia y la personalidad.


–Me estabas hablando de tu hija…


–Mi hija –suspiró Pedro mientras se mesaba el cabello con las manos.


Fue un gesto de duda que parecía no concordar con su personalidad. Aquello llamó mucho la atención a Paula.


–¿Dónde está? Creía que me habías dicho que no tenías familia. ¿Dónde está tu esposa?


–Dije que no tenía familia viviendo aquí –le corrigió Pedro–. Y, efectivamente, no tengo esposa. Ella murió hace dos años.


–Lo siento mucho.


–No hay necesidad alguna de lágrimas o compasión –comentó él–. Además, cuando digo esposa, debería decir exesposa. Bianca y yo ya llevábamos divorciados bastante tiempo.


–¿Cuántos años tiene tu hija?


–Dieciséis. Y, para evitarte que tengas que hacer cuentas, digamos que ella llegó inesperadamente a mi vida cuando yo tenía dieciocho años.


–¿Tuviste una hija a los dieciocho años?


–Bianca y yo llevábamos saliendo más o menos tres meses cuando ella me dijo que la píldora le había fallado y que yo iba a ser padre –dijo con un gesto adusto en el rostro. El pasado aún le provocaba un cierto amargor de boca.


Desgraciadamente, no podía evitar compartir cierta cantidad de información confidencial porque le daba la sensación que, fuera lo que fuera lo que buscaba la persona que le había enviado aquellos correos, el asunto tenía que ver con su hija.


–Y a ti no te hizo mucha gracia.


–Bueno, digamos que tener una familia no ocupaba un puesto muy alto en mi listado de prioridades. De hecho, sería más exacto decir que ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Sin embargo, como era de esperar, hice lo que debía y me casé con ella. La unión era del gusto de ambas familias hasta que se hizo evidente que la familia de mi esposa no era tan rica como parecía. Sus padres tenían muchas deudas y yo era una pareja muy conveniente para su hija por las ventajas financieras que me acompañaban.


–¿Ella se casó contigo por tu dinero?


–A nadie se le ocurrió investigar un poco –comentó él mientras se encogía de hombros–. Me estás mirando como si acabara de aterrizar de otro planeta.


Ella se aclaró la garganta con gesto nervioso.


–No estoy muy familiarizada con las personas que tan solo se casan pensando en el dinero –contestó ella con sinceridad.


Pedro levantó las cejas.


–En ese caso, sí que venimos de planetas diferentes. Mi familia tiene, como yo, mucho dinero. Créeme si te digo que estoy bien familiarizado con las tácticas que las mujeres son capaces de emplear para tener acceso a mi cuenta corriente –dijo él mientras cruzaba las piernas con gesto relajado–, pero, se podría decir que, el gato escaldado, del agua fría huye.


Paula prestaba atención a todo lo que él le decía. Tal vez por eso Pedro había terminado dándole más detalles de los que había pensado en un principio. No le había mentido cuando le había dicho que su desgraciada experiencia con su ex le había dejado algo tocado en lo que se refería a las mujeres y a lo que estas eran capaces de hacer para asegurarse un trozo del pastel. Él era un hombre rico y a las mujeres les gustaba el dinero. Por lo tanto, era obligatorio para él andarse con cuidado en su relación con el sexo opuesto.


Sin embargo, la mujer que tenía sentada frente a él no podía haber estado menos interesada en sus ganancias. Pedro jamás se había encontrado con aquella situación en toda su vida, y le resultaba sexy y muy atractivo.


–¿Quieres decir que no tienes intención alguna de volver a casarte? Lo entiendo. Supongo además que tu hija debe de significar mucho para ti.


–Por supuesto –dijo él–. Aunque voy a ser el primero en admitir que las cosas no han sido fáciles entre nosotros. Al principio, tuve relativamente poco contacto con Raquel debido al afán de venganza de mi esposa. Ella vivía en Italia, pero viajaba mucho y habitualmente cuando yo organizaba una visita. Era capaz de sacar a nuestra hija del colegio sin aviso previo para asegurarse de que mi viaje a Italia fuera una pérdida de tiempo.


–Es horrible…


–En cualquier caso, cuando Bianca murió, Raquel como era de esperar vino a vivir conmigo. Sin embargo, a la edad de catorce años era prácticamente una desconocida para mí. Además, se mostraba bastante hostil. Francamente, todo fue una pesadilla.


–Seguramente echaba de menos a su madre…


Paula apenas si recordaba a su propia madre, pero la echaba mucho en falta en su vida. Debía de haber sido muy traumático para una niña de catorce años perder a su madre, sobre todo cuando a esa edad era cuando más se necesitaban sus consejos.


–Gracias a las malas costumbres de mi ex, iba bastante retrasada en el colegio. Además, se negaba a hablar inglés en la clase, por lo que prácticamente resultaba imposible enseñarle nada. Al final, la única opción me pareció llevarla a un internado. Por suerte, parece sentirse mucho mejor allí. Al menos, no ha habido llamadas amenazando con la expulsión.


–Un internado…


Pedro frunció el ceño.


–Lo dices como si fuera una cárcel.


–No me puedo imaginar el horror de verme separada de mi familia. Mis hermanos eran muy malos conmigo cuando yo era pequeña, pero éramos una familia. Mi padre, mis hermanos y yo.


Pedro inclinó la cabeza y la miró. Sintió la tentación de preguntarle si esa era la razón de que hubiera elegido una profesión asociada más frecuentemente al sexo masculino y de que llevara ropa más propia de un hombre. Sin embargo, la conversación ya se había desviado demasiado del asunto que tenían entre manos. Cuando miró el reloj, descubrió que había pasado más tiempo del que había pensado en un principio.


–Mi instinto me dice que esos correos están relacionados de algún modo con mi hija –admitió–. La razón debería indicar que se relacionan más con el trabajo, pero no me imagino por qué alguien no se dirigiría directamente a mí si tuviera algo que ver con mis empresas.


–No. Y si eres tan honesto como dices que eres…


–¿Acaso dudas de mi palabra?


Paula se encogió de hombros.


–No creo que eso sea en realidad asunto mío. La única razón por la que lo mencioné es porque podría ser pertinente para descubrir quién está detrás de todo esto. Por supuesto, seguiré trabajando para solucionar el problema, pero si se llega a establecer que la amenaza tiene que ver con tu trabajo, tal vez pudieras señalar tú mismo al culpable.


–¿Cuántas personas te imaginas que trabajan para mí?


–Ni idea –admitió ella–. ¿Unas cien?


–Veo que leíste muy por encima todos esos artículos que encontraste en la red…


–Las empresas que tengas no me interesan –le informó ella con aire de superioridad–. Tal vez a mí se me den bien las matemáticas, pero los números solo me importan en lo que se refiere a mi trabajo. En realidad, se me da bien el cálculo, pero es realmente la parte artística de mi trabajo la que más me gusta. De hecho, solo hice matemáticas en la universidad porque Sergio, uno de mis hermanos, me dijo que era una carrera de hombres.


–Miles.


Paula lo miró sin comprender durante unos segundos.


–¿De qué estás hablando?


–Miles. En varios países. Soy el dueño de varias empresas y doy trabajo a miles de empleados, no cientos. Sin embargo, eso no importa. Esto no tiene nada que ver con mi trabajo, sino con mi hija. El único problema es que la relación que los dos tenemos no es muy buena y si le cuento mis sospechas, si le pregunto sobre sus amigos, sobre si alguien se comporta de un modo raro, si le hago demasiadas preguntas… Bueno, no creo que el resultado de esa conversación fuera muy bueno. ¿Y qué habrías estudiado si no hubieras hecho matemáticas?


El tiempo había pasado sin que estuvieran más cerca de solucionar el problema. Sin embargo, él se sentía empujado a hacerle aún más preguntas sobre sí misma.


Paula lo miró con sorpresa. Le había sorprendido el cambio de tema.


–Dijiste que solo estudiaste matemáticas porque tu hermano te dijo que no podías.


–Nunca me dijo que no podía –replicó ella sonriendo. Sergio era dos años mayor que ella y Paula estaba convencida de que el único propósito que él tenía en la vida era meterse con ella. Era abogado y trabajaba en Dublín, pero aún seguía sacándola de sus casillas como cuando eran niños–. Me dijo que era un tema de hombres, lo que inmediatamente me animó a estudiarlo.


–Crecer siendo la única mujer en una familia de hombres te llevó a pensar que eras capaz de hacer todo lo que tus hermanos hacían.


–Me pregunto qué tiene que ver todo esto con la razón por la que he venido aquí –dijo ella. Se sacó el teléfono móvil para mirar la hora y se sorprendió al ver el tiempo que había pasado–. Siento no haber podido solucionarte el problema inmediatamente. Comprendería perfectamente que decidieras confiarle este asunto a otra persona, alguien que pueda concentrarse exclusivamente en esto. No debería llevarte mucho tiempo, pero algo más que un par de horas.


–¿Habrías estudiado Arte? –le preguntó él, como si no hubiera escuchado nada de lo que Paula acababa de decir. 


Paula le lanzó una mirada de exasperación.


–En realidad, lo hice. Realicé algunos cursos. Fue una buena decisión. Me ayuda en mi trabajo.


–No tengo interés alguno en confiarle este problema a nadie más.


–No me puedo concentrar exclusivamente en este trabajo.


–¿Por qué no?


–Porque yo ya tengo un trabajo de nueve a cinco. Y vivo en Londres. Cuando llego a mi casa, normalmente después de las siete, estoy agotada. Lo último que necesito es tratar de solucionar tu problema a distancia.


–¿Y quién ha dicho nada de hacerlo a distancia? Tómate unos días y vente aquí.


–¿Cómo dices?


–Una semana. Seguramente te deben algunos días de vacaciones… Tómatelos y vente aquí. Tratar tan solo de resolver esto no es la solución. No tendrías suficiente tiempo para hacerlo bien y, además, aunque podría ser que con esto tuvieras que descubrir algo de mi pasado, también podría tener algo que ver con la vida de mi hija. Con algo que esta persona considera que es un riesgo si se supiera. ¿Has pensado eso?


–Se me había pasado por la cabeza –admitió ella.


–En ese caso, si te mudaras aquí, podríamos atacar doblemente este problema.


–¿Qué quieres decir?


–Mi hija ocupa varias habitaciones de la casa, lo que significa que ha ido extendiendo sus cosas por todas partes. Tiene un millón de libros, prendas de vestir, al menos un ordenador, tabletas… Si esto tiene que ver con Raquel, podrías tener más a mano revisar todas sus cosas.


–¿Quieres que invada su intimidad registrando sus cosas?


–Si es para bien…


Los dos se miraron y, de repente, Paula se vio seducida por la tentación de aceptar su oferta, de correr riesgos.


–¿De qué sirven los escrúpulos? Sinceramente, no veo el problema. ¿No crees que tu empresa te dejaría tomarte una semana de vacaciones?


–No se trata de eso.


–Entonces, ¿de qué se trata? ¿Un novio posesivo, tal vez? ¿Es que no te pierde de vista ni siquiera cinco minutos?


Paula lo miró con desdén.


–Yo jamás mantendría una relación con alguien que no me quisiera perder de vista ni siquiera cinco minutos. ¡No soy una de esas mujeres patéticas que ansían la atención de un hombre grande y fuerte!


De repente, se imaginó a Pedro, grande, fuerte y poderoso, protegiendo a su mujer, haciendo que ella se sintiera pequeña, frágil y delicada. Paula jamás se había considerado una mujer delicada. Era demasiado alta, demasiado masculina, demasiado independiente. Resultaba ridículo experimentar aquella extraña sensación en el estómago y estar dando gracias a Dios porque él no pudiera leerle el pensamiento.


–Así que no hay novio –murmuró Pedro–. Entonces, explícame por qué encuentras razones para no hacer este trabajo. No quiero tener que contárselo a nadie más. Tal vez tú no seas lo que yo esperaba, pero eres buena en tu trabajo y confío en ti. Si alguien tiene que registrar las cosas de mi hija, es imperativo que lo haga una mujer.


–No me parece ético registrar las cosas de otra persona…


–¿Y si por hacerlo le libras de una situación peor? Creo que Raquel no está preparada para enfrentarse a revelaciones que podrían dañar los cimientos de su joven vida. Además, yo no estaría mirando por encima de tu hombro. Podrías imponerte tu propio horario. De hecho, yo estaré en Londres la mayor parte del tiempo y solo regresaría aquí algunas tardes.


Paula abrió la boca para protestar. Todo aquello era tan repentino, tan fuera de lo común… Sin embargo, él siguió hablando antes de que ella pudiera articular palabra.


–Además, mi hija regresa dentro de unos días. Este trabajo tiene una fecha límite muy concreta. Entiendo que tengas reservas, pero yo debo solucionar este problema y creo que tú eres la más indicada. Por lo tanto, te lo ruego.


Paula escuchó sus palabras y apretó los dientes de frustración. En muchos sentidos, lo que él decía tenía sentido. Aunque aquel trabajo le llevara un par de días, no lo podría resolver si trabajaba a distancia durante media hora todas las tardes. Además, si tenía que ver si su hija había utilizado sus ordenadores para algo que pudiera relacionarse con aquel asunto, tenía que estar en la casa, donde tenía todos los equipos a mano. No era algo que quisiera hacer, dado que su opinión era que todo el mundo se merecía tener intimidad, pero en ocasiones la intimidad tenía que quebrantarse como medio de protección.


Sin embargo, irse a vivir a aquella casa, compartir el espacio con él… Pedro Alfonso tenía la capacidad de ejercer una turbadora influencia sobre su pulso. ¿Cómo iba a poder vivir bajo el mismo techo que él?


No obstante, el pensamiento la atraía con la fuerza de lo prohibido.


Pedro la observaba atentamente y sospechó que tenía ventaja. Bajó los ojos.


–Si no haces esto por mí… y sé que resulta muy inconveniente para ti… entonces, hazlo por mi hija, Paula. Tiene dieciséis años y es muy vulnerable.









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