miércoles, 13 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 3





El despacho al que Pedro la condujo le permitió darse cuenta del esplendor de la casa en la que se encontraba. Al contrario de muchas mansiones, que devoraban dinero y que raramente se encontraban en las mejores condiciones, y que cuyas imponentes fachadas daban paso a interiores tristes y dilapidados, aquella casa era tan magnífica en el interior como en el exterior. La decoración prestaba una gloriosa atención a todos los detalles. Todas las estancias por las que pasaron estaban magníficamente decoradas. Por supuesto, en muchas ocasiones Paula solo podía intuir lo que había al otro lado de las puertas medio abiertas, pero vio lo suficiente para darse cuenta de que en aquella mansión se había invertido mucho dinero, lo que era algo increíble teniendo en cuenta que no se utilizaba con regularidad.


Por fin, llegaron al despacho. Las paredes estaban cubiertas por estanterías y un imponente escritorio antiguo dominaba la estancia, coronado por un ordenador, un portátil y un pequeño montón de libros de leyes. Paula observó las cortinas color burdeos, el sobrio papel pintado y los lujosos sofás y sillones.


No habría asociado aquella decoración con él.


–Esto supone un cambio a lo que estoy acostumbrado en Londres. Soy un hombre más moderno, pero este despacho tan clásico me resulta muy tranquilizador –comentó como si le hubiera leído a ella el pensamiento mientras encendía el ordenador–. Cuando compré esta casa hace ya varios años, estaba prácticamente en ruinas. Pagué lo que se me pidió por su historia y porque quería asegurarme de que el dueño y su hija pudieran encontrar una vivienda dentro del estilo al que habían estado acostumbrados antes de que se les acabara el dinero. Ellos se mostraron sumamente agradecidos y solo me sugirieron que tratara de conservar un par de habitaciones con una decoración lo más cercana posible a la original. Esta fue una de ellas.


–Es muy bonita –afirmó ella desde la puerta. Efectivamente los colores oscuros resultaban relajantes. Pedro tenía razón.


Cuando lo miró, vio que él tenía el ceño fruncido.


–No hay necesidad de permanecer junto a la puerta –dijo él sin mirarla–. Creo que tendrás que pasar y colocarle a mi lado frente al ordenador si quieres solucionar mi problema. 
Ah, muy bien. Siéntate.


Pedro se levantó para que ella pudiera tomar asiento. El cuero estaba templado por el contacto con su cuerpo y ese calor pareció filtrarse por el de Paula cuando ella por fin se colocó frente a la pantalla del ordenador. Cuando él se inclinó para escribir sobre el teclado, ella tuvo que contenerse para no dejar escapar ningún ruido que expresara su sobresalto.


El antebrazo de él estaba a pocos centímetros de sus senos. 


Nunca antes la proximidad del cuerpo de otra persona la había turbado de aquella manera. Se obligó a centrarse en lo que estaba apareciendo en la pantalla y a recordar que estaba allí por sus habilidades profesionales.


¿Por qué la estaba afectando de aquel modo? Tal vez llevaba demasiado tiempo sin un hombre en su vida. La familia y amigos estaban muy bien, pero tal vez su vida de celibato le había hecho convertirse en un ser inesperadamente vulnerable a un hombre atractivo.


–Bueno…


Paula parpadeó para salir de sus pensamientos y se encontró mirando directamente a unos ojos oscuros que estaban demasiado cercanos a los suyos.


–¿Bueno?


–El primer correo. Demasiado familiar, demasiado coloquial, pero nada que llame demasiado la atención.


Paula miró por fin la pantalla y leyó el correo. Poco a poco, comenzó a centrarse a medida que fue estudiando los correos que él le iba enseñando, buscando pistas, haciéndole preguntas. Los dedos se movían rápidamente sobre el teclado.


Entendía perfectamente por qué él había decidido que alguien ajeno a su empresa se encargara de aquel pequeño problema.


Si valoraba su intimidad, no querría que ninguno de sus empleados tuviera acceso a lo que parecían ser amenazas veladas, sugerencias de algo que podía dañar su negocio o arruinar su reputación. Sería carnaza para sus empleados.


Pedro se apartó del escritorio y se dirigió a una de las cómodas butacas que había al otro lado. Paula estaba completamente absorta en lo que estaba haciendo, por lo que él se tomó su tiempo para estudiarla. Se sorprendió un poco al descubrir que le gustaba lo que veía.


No se trataba solo de que sus rasgos le resultaran cautivadores. Ella era poseedora de una viva inteligencia que suponía un refrescante cambio de las hermosas, pero poco inteligentes mujeres con las que salía. Observó el cabello marrón chocolate, las espesas y largas pestañas, los sensuales y gruesos labios… Resultaban muy sexys en aquellos momentos, porque, justo en aquel instante, los tenía ligeramente entreabiertos.


Ella frunció el ceño y se pasó la lengua por el labio superior. 


En ese momento, el cuerpo de Pedro pareció cobrar vida. Su libido, que había estado bastante apagada desde que rompió su relación con una rubia a la que le gustaban mucho los diamantes hacía dos meses, cobró vida de repente.


Fue una reacción tan inesperada que estuvo a punto de lanzar un gruñido. Se rebulló en la silla y sonrió cortésmente cuando ella lo miró brevemente antes de volver a centrarse de nuevo en la pantalla del ordenador.


–Sea quien sea quien ha mandado esto, sabe muy bien lo que está haciendo.


–¿Cómo dices? –preguntó Pedro cruzando las piernas para tratar de mantener la ilusión de que tenía por completo el control de su cuerpo.


–Han tenido mucho cuidado de tomar todas las medidas posibles para evitar que se descubra quién los envió. ¿Por qué no borraste los primeros mensajes?


–Me daba la sensación de que merecía la pena conservarlos –dijo él. Se puso de pie y se dirigió hacia la puerta del jardín.


En un principio, había querido que aquella reunión fuera breve y funcional, pero, en aquellos momentos, su mente se negaba a centrarse en el asunto que tenían entre manos. No hacía más que mirar a la mujer que estaba frente a su ordenador, concentrándose completamente en la pantalla. 


Se preguntó qué aspecto tendría sin aquella ropa tan poco atractiva. Se preguntó si ella sería diferente a las otras mujeres desnudas que habían ocupado antes su cama.


Sabía que lo sería. Su instinto se lo decía. De algún modo, no se la imaginaba tumbada provocativamente, esperando que él la poseyera, con una actitud pasiva y dispuesta a satisfacerlo.


No. Aquel no era el modo en el que se comportaban las chicas que tenían cinturón negro de kárate y sabían cómo piratear un ordenador.


Consideró prolongar la tarea. Quién sabía lo que ocurriría entre ellos si ella se quedaba a su lado más tiempo del que Pedro había pensado en un principio…


–¿Qué crees que debo hacer ahora? Porque, por la expresión de tu rostro, veo que no va a ser todo tan fácil como habías pensado en un principio.


–Normalmente, resulta bastante fácil resolver algo como esto –confesó Paula–. La gente suele ser bastante previsible en lo que se refiere a dejar pistas, pero, evidentemente, quien está detrás de esto no ha utilizado su propio ordenador. Ha ido a un café con acceso a Internet. De hecho, no me sorprendería si hubiera ido a varios porque ciertamente podríamos descubrir el que usa si lo hubiera utilizado varias veces. No sería difícil encontrar qué terminal es la suya y no tardaríamos en identificarlo. Por supuesto, podría ser un hombre o una mujer…


–¿De verdad? Espera. Hablaremos de eso mientras tomamos algo, e insisto en que te olvides del té a favor de algo un poco más emocionante. Mi ama de llaves prepara unos cócteles muy buenos.


–No puedo –dijo Paula con cierta incomodidad–. No suelo beber y, de todos modos, tengo que conducir.


–En ese caso, limonada recién hecha.


Pedro se acercó a ella y extendió la mano para ayudarla a levantarse de la silla a la que ella parecía estar pegada.


Durante unos instantes, Paula no supo reaccionar. Cuando por fin le agarró la mano, dado que no se le ocurría otra cosa que pudiera hacer sin parecer ridícula e infantil, experimentó una descarga eléctrica a través de todo su cuerpo que le hizo sentirse tremendamente afectada por el hombre que tenía frente a ella.


–Eso estaría bien –dijo, casi sin aliento. En cuanto pudo, apartó la mano de la de él y resistió la tentación de frotársela contra los pantalones.




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