jueves, 14 de julio de 2016
RENDICIÓN: CAPITULO 5
Ya estamos…
Pedro abrió la puerta de la suite y se hizo a un lado para que Paula pudiera pasar.
Habían pasado tan solo unas pocas horas desde que él la había convencido para que se mudara a su casa. Veía que ella tenía sus dudas, pero la quería a su lado y era un hombre acostumbrado a conseguir lo que deseaba a cualquier precio. Por lo que a él se refería, su propuesta era de lo más lógica. Si Paula tenía que buscar pistas entre las cosas de su hija, el único modo en el que podría hacer era estando allí, en su casa. No había otra manera.
Desgraciadamente, no había anticipado aquella eventualidad. Había pensado que se trataría simplemente de seguir una serie de pistas en su ordenador para llegar directamente a quien fuera responsable del envío de los correos.
Dado que aquello no iba a ser tan fácil como había pensado en un principio, había sido un golpe de suerte que la persona que iba a trabajar en el caso fuera una mujer. Ella comprendería cómo funcionaba la mente femenina y sabría cómo encontrar la información que pudiera resultarle útil.
Además…
Miró a Paula mientras ella entraba en la suite. Había algo en aquella mujer… A pesar de que una parte de él desaprobaba por completo su manera de ser, otra se sentía profundamente intrigada.
¿Cuándo había sido la última vez que había estado en compañía de una mujer que no dijera lo que quería que él escuchara? ¿Acaso había estado alguna vez en compañía de una mujer que no dijera tan solo lo que quería que él escuchara?
Pedro era producto de una vida de privilegios. Había crecido rodeado de servicio doméstico, chóferes y, de repente, su vida había cambiado por completo al convertirse en padre. Había empezado a no tener la libertad de cometer errores de juventud y poder aprender de ellos con el tiempo. Había adquirido una serie de responsabilidades sin invitación alguna y, además de eso, se había dado cuenta de que lo habían utilizado por su dinero.
Casi sin salir de la adolescencia, había descubierto la amarga verdad: su fortuna siempre sería un objetivo para ciertas personas. Jamás podría relajarse en compañía de cualquier mujer sin sospechar que ella estaba buscando una oportunidad. Siempre tendría que estar de guardia, siempre vigilante, siempre asegurándose de que nadie se acercaba demasiado.
Era un amante generoso y no tenía ningún problema en compartir su cama con una mujer, pero sabía muy bien dónde marcar la línea y era firme a la hora de asegurarse de que ninguna mujer se le acercaba demasiado, ciertamente no lo suficiente para que pudiera albergar esperanzas de que lo que había entre ellos durara.
Resultaba poco frecuente encontrarse en una situación como aquella. Estar cerca de una mujer cuando el sexo no formaba parte del menú. Más inusual aún resultaba encontrarse en aquella situación con una mujer que no realizaba esfuerzo alguno por agradarle.
–Esperaba un simple dormitorio –dijo Paula tras volverse para mirarlo–. Pósteres en las paredes, peluches… Esa clase de cosas.
–Raquel ocupa un ala entera de la casa. En realidad, hay tres dormitorios, junto con un salón, un estudio, dos cuartos de baño y un gimnasio –comentó mientras se acercaba a ella–. Esta es la primera vez que he entrado en esta parte de la casa desde que mi hija regresó por última vez del internado para pasar las vacaciones. Cuando vi el estado en el que se encontraba, llamé inmediatamente a Violet, quien me informó que, tanto ella, como el resto de los miembros del servicio, tenían prohibida la entrada.
Pedro tenía la desaprobación reflejada en el rostro. Paula lo comprendía perfectamente. Parecía que había estallado una bomba en aquel lugar. El suelo del pequeño vestíbulo apenas resultaba visible por la ropa y los libros que había tirados por el suelo. A través de las puertas abiertas, pudo ver que el resto de las habitaciones parecían estar en un estado de caos muy similar.
Revistas por todas partes, zapatos que se habían quitado de una patada y que habían caído en lugares dispares, libros de texto abiertos por el suelo… Revisar todo aquello iba a llevarle mucho tiempo.
–Los adolescentes son personas muy reservadas –dudó Paula–. No les gusta que se invada su espacio.
Entró en el primero de los dormitorios y luego hizo lo mismo con el resto de las estancias. Era plenamente consciente de que Pedro la estaba observando. Tenía la extraña sensación de estar siendo manipulada. ¿Cómo había terminado allí?
Se sentía implicada en todo aquello. Ya no estaba haciendo un trabajo fuera de su horario laboral para ayudar al amigo de su padre. Estaba metida en los asuntos personales de una familia y no estaba del todo segura de por dónde empezar.
–Haré que Violet ordene estas habitaciones a primera hora de la mañana –dijo Pedro por fin cuando ella regresó a su lado–. Al menos, te resultará más fácil empezar.
–Probablemente no sea muy buena idea. A los adolescentes les gusta escribir cosas en trozos de papel. Si hay algo que descubrir, seguramente será ahí donde lo encontraré y eso es precisamente la clase de cosas que alguien que venga a limpiar tirará a la basura. ¿Es que no tienes ningún tipo de comunicación con tu hija? –le preguntó después de pensarlo un instante–. Es decir, ¿cómo es posible que ella haya conseguido que sus habitaciones se mantengan en este estado?
Pedro miró a su alrededor y se dirigió a la puerta.
–Rachel ha pasado aquí la mayor parte del verano mientras que yo he estado en Londres. Venía de vez en cuando.
Evidentemente, ha intimidado a los del servicio doméstico para que no se acerquen a sus habitaciones y ellos han obedecido.
–¿Que venías de vez en cuando?
Pedro se detuvo y la miró con frialdad.
–Estás aquí para tratar de solucionar un problema informático, no para juzgar mis habilidades como padre.
Paula suspiró con evidente exasperación. Había tenido que trasladarse hasta allí con gran celeridad. Pedro incluso la había acompañado a su despacho con el pretexto de ver a qué se dedicaba su empresa. Había impresionado a su jefe de tal manera que Jake no había tenido problema alguno en darle a Paula la semana de vacaciones.
Por lo tanto, tras encontrarse en una situación que ella ni siquiera había elegido, no iba a permitir que él la sermoneara de aquella manera tan condescendiente.
–No estoy expresando mi opinión sobre tus habilidades como padre –replicó ella–. Estoy tratando de comprender una situación. Si veo todo lo que ocurre en esta casa, tendré mejor idea de cómo y dónde proceder. Es decir, si descubro quién es responsable de esos correos, podría ser que no supiéramos por qué los está enviando. Podría cerrarse en banda y negarse a decir nada. Entonces, podría ser que tú siguieras con un problema entre manos que tiene que ver con tu hija.
Habían llegado ya a la cocina, que era enorme y estaba dominada por una gran mesa de roble. Todo en aquella casa era muy grande, incluso los muebles.
–Podría ser que los correos no tuvieran nada que ver con Raquel. Esa es otra posibilidad –comentó él mientras sacaba una botella de vino del frigorífico y dos copas de uno de los aparadores.
Olía muy bien a comida. Paula miró a su alrededor buscando a Violet, que parecía ser una presencia invisible aunque constante en la casa.
–¿Dónde está Violet? –le preguntó ella.
–Se marcha por las noches. Trato de que el personal del servicio doméstico no se vea encadenado a la casa por las noches –respondió mientras le ofrecía una copa de vino–. Nos ha preparado un estofado de carne de ternera. Está en el horno. Podemos tomarlo con pan, si te apetece.
–Por supuesto –dijo ella–. ¿Así es como funcionan las cosas cuando estás aquí? ¿Te preparan las cenas para que lo único que tengas que hacer sea encender el horno?
–Una de las empleadas se suele quedar cuando Raquel está aquí –respondió Pedro sonrojándose. Entonces, se dio la vuelta para que ella no lo viera.
En aquel momento, Paula comprendió la situación con tanta claridad como si la estuviera viendo con sus propios ojos.
Pedro se sentía tan incómodo con su hija que prefería tener presente a una tercera persona. Seguramente, Raquel sentía lo mismo. Dos personas, padre e hija, que se sentían como dos desconocidos en aquella casa.
Pedro no había formado parte de la infancia de la pequeña.
Había visto cómo sus esfuerzos se veían rechazados por una vengativa esposa y, en aquellos momentos, se encontraba junto a una adolescente a la que no conocía. Él, por naturaleza, tampoco era la clase de persona que se relacionara fácilmente con otros. En ese ambiente, cualquier persona malintencionada podría haber encontrado un recoveco para poder tratar de desestabilizarlos.
–Entonces, ¿nunca estás a solas con tu hija? En ese caso, por supuesto que no tienes ni idea de lo que pasa en su vida, en especial dado que pasa la mayor parte de su tiempo fuera de casa. Sin embargo, me decías que podría ser que esto no tuviera que ver directamente con Raquel. ¿Qué querías decir exactamente con eso?
Ella observó cómo Pedro llevaba la comida a la mesa y volvía a llenar las copas de vino.
–Lo que estoy a punto de decirte se queda entre las paredes de esta casa, ¿está claro?
Paula se quedó inmóvil, con la copa a medio camino entre los labios y la mesa. Lo miraba con profundo asombro.
–¿Y te ríes de mí por pensar que podrías tener vínculos con la Mafia?
Pedro la miró y sacudió la cabeza antes de esbozar una ligera sonrisa.
–Está bien, tal vez he sido un poco melodramático.
Paula se quedó sin aliento al ver aquella sonrisa. Resultaba tan encantadora, tan espontánea… Parecía que, cuanto más tiempo pasaba en compañía de Pedro, más intrigante y complejo volvía él a sus ojos. No era simplemente un hombre muy rico que le había encargado un trabajo, sino un hombre cuya personalidad tenía tantas facetas que resultaba imposible de asimilar. Lo peor de todo era que estaba empezando a sentirse atrapada y bastante asustada.
–Yo no suelo dejarme llevar por el melodrama –añadió él–. ¿Y tú?
–Nunca –respondió Paula mientras se relamía los labios con nerviosismo–. ¿Qué es lo que ibas a decirme que tiene que quedarse entre estas paredes?
Él la miró durante unos instantes.
–Es poco probable que nuestro hombre se haya adueñado de esta información, pero, por si acaso, se trata de datos que no me gustaría que me hija conociera y, ciertamente, mucho menos que llegaran a la opinión pública.
Se tomó el vino que le quedaba en la copa y comenzó a servir la comida en los platos, que ya estaban sobre la mesa junto con los cubiertos y las copas
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