miércoles, 13 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 2





Pedro Alfonso abrió las puertas y los dos salieron a un magnífico jardín. Unos altos árboles bordeaban el impecable césped. A un lado, había una pista de tenis y más allá se podía ver una piscina con una caseta al lado, que Paula dio por sentado que eran los vestuarios. La zona en la que se encontraban era tan grande como el jardín comunitario que ella compartía con el resto de residentes de su bloque de pisos. Si se pidiera que cien personas ocuparan aquel espacio, no tendrían que luchar por hacerse sitio.


Se sentaron en unas sillas de madera que había en torno a una mesa de cristal. Inmediatamente, una mujer salió de la casa, como si la hubiera llamado un silbato solo audible para ella.


Pedro le indicó que les sirviera el té y algo frío para él, junto con algo para comer.


A continuación, centró su atención en Paula.


–Entonces, ¿la persona a la que mi hombre acudió es amigo de su padre?


–Así es. Stan creció con mi padre y cuando yo me mudé a Londres después de la universidad… Bueno, él y su esposa me acogieron. Me hicieron sitio en su casa hasta que yo conseguí independizarme. Hasta me pagaron los tres meses de fianza del primer piso que alquilé porque sabían que mi padre no podía permitírselo. Por lo tanto, sí, estoy en deuda con Stan y esa es la razón de que haya aceptado este trabajo, señor Alfonso.


Pedro, por favor. ¿Y trabajas de…?


–Diseño páginas web, pero, ocasionalmente, trabajo como hacker. Las empresas me contratan para ver si sus cortafuegos están intactos y son seguros. Si hay algo que pueda piratearse, yo lo descubro.


–No se trata de un trabajo que yo asocie inmediatamente con una mujer –murmuró él. Paula se tensóvinmediatamente–. No lo he dicho como un insulto, sino simplemente como un hecho. Hay un par de mujeres en mi departamento de informática y programación, pero principalmente son hombres.


–¿Por qué no le ha pedido a alguno de sus empleados que resuelva su problema?


–Porque es un asunto algo delicado y, cuanto menos se hable de mi vida privada dentro de las paredes de mis oficinas, mucho mejor. Entonces, tú sabes diseñar páginas web. Trabajas como freelance y afirmas que puedes acceder a cualquier sitio de la web.


–Así es. A pesar de no ser un hombre.


Pedro notó el tono defensivo de la voz de Paula y sintió que se despertaba su curiosidad. Su vida se había acomodado en una rutina previsible en lo que se refería a los miembros del sexo opuesto. Su único error, que cometió cuando tenía dieciocho años, había sido suficiente para desarrollar un saludable escepticismo en lo que se refería a las mujeres.


 Había llegado a la conclusión de que llamar sexo débil a las mujeres había sido un error de abrumadora magnitud.


–Por lo tanto, si me pudiera explicar la situación –dijo Paula mirándolo a los ojos. Se sentía intrigada y emocionada ante la posibilidad de resolver el problema que él pudiera tener. 


Casi no se dio cuenta de que el ama de llaves le colocaba delante una tetera y un plato de deliciosas pastas.


–Llevo un tiempo recibiendo correos electrónicos anónimos –comenzó él. Se sonrojó un poco. No le gustaba tener la sensación de admitir que tenía las manos atadas en lo que se refería a solucionar su propio dilema–. Empezaron a llegar hace unas semanas.


–¿A intervalos regulares?


–No –respondió él mesándose el cabello–. Al principio no les hice mucho caso, pero los dos últimos han sido… ¿Cómo podría describirlos? Un poco… contundentes –admitió. 


Agarró la jarra de limonada y se sirvió un vaso–. Si me has investigado, habrás visto que soy el dueño de varias empresas informáticas. A pesar de ello, reconozco que mis conocimientos sobre los entresijos de los ordenadores son escasos.


–En realidad, no tengo ni idea de las empresas que posee o que no posee. Le investigué porque quería asegurarme de que no había nada raro sobre usted. He hecho antes esta clase de cosas. No estaba buscando detalles, sino simplemente cosas que pudieran resultar sospechosas.


–¿Sospechosas? ¿Pensaste que yo era sospechoso?


Parecía tan escandalizado e insultado que Paula no pudo evitar echarse a reír.


–Podría haber tenido artículos periodísticos sobre tratos sospechosos, vínculos con la Mafia… ya sabe a lo que me refiero. Si hubiera habido algo poco recomendable sobre
usted, yo podría haberlo encontrado, por escondido que estuviera, en pocos minutos. No encontré nada.


Pedro estuvo a punto de atragantarse con su limonada.


–¿Vínculos con la Mafia…? Porque soy italiano, claro. Eso es lo más ridículo que he escuchado nunca.


Paula se encogió de hombros.


–No me gusta correr riesgos.


–Yo no he hecho nada ilegal en toda mi vida –dijo con un gesto que era peculiar de un extranjero–. Te aseguro que hasta pago mis impuestos, lo que no es habitual entre los más ricos. Sugerir que yo podría estar relacionado con la Mafia porque soy italiano…


Pedro se inclinó hacia delante y la miró fijamente. Ella se sonrojó y tragó el té que tenía en la boca haciendo un gesto de dolor.


No era su estilo preguntarse lo que los hombres pensaban de ella. Más o menos lo sabía. Llevaba toda la vida sabiendo que, para los hombres, era una más. Incluso su trabajo los ayudaba a sacar aquella conclusión.


Era demasiado alta, demasiado angulosa y demasiado descarada para poder resultar objeto de atracción sexual y mucho menos cuando el hombre en cuestión tenía el aspecto de Pedro Alfonso. Se encogió solo de pensarlo.


–No, has estado viendo demasiadas películas de gángsteres. Estoy seguro de que debes haber oído hablar de mí.


Él siempre estaba en los periódicos, normalmente relacionado con grandes acuerdos comerciales y de vez en cuando en las columnas de sociedad con una hermosa mujer del brazo. No estaba seguro de por qué había dicho aquella última frase, pero, dado que la había dicho, esperaba con verdadera curiosidad lo que ella pudiera responder.


–No.


–¿No?


–Supongo que piensa que todo el mundo ha oído hablar de usted, pero, en realidad, yo no leo los periódicos.


–No lees los periódicos… ¿Ni siquiera las páginas de sociedad?


–Sobre todo no leo las páginas de sociedad –replicó ella–. No todas las chicas estamos interesadas en lo que los famosos hagan.


Trató de experimentar de nuevo el familiar sentimiento de satisfacción por no ser una mujer al uso, de las que se siente muy interesada en los chismes sobre los ricos y famosos. 


Sin embargo, por una vez, aquel sentimiento pareció eludirla.


Por una vez, deseó ser una de esas chicas que sabían cómo aletear las pestañas y atraer a los hombres. Quería ser parte del baile en vez de ser la muchacha inteligente y algo masculina que se aburría sentada en una silla. Quería ser miembro del club invisible del que siempre se había sentido excluida porque no parecía conocer las palabras adecuadas para poder entrar.


Contuvo una oleada de insatisfacción consigo misma y tuvo que ahogar la ira que sintió hacia el hombre que estaba sentado frente a ella por ser el que había generado aquel sentimiento. Hacía mucho tiempo que había conquistado la inseguridad que podría suponerle su aspecto físico y estaba perfectamente satisfecha con su aspecto. Tal vez podría no ser del gusto de todo el mundo, y mucho menos del de él, pero llegaría su momento y encontraría a alguien. A la edad de veintisiete años, distaba mucho de ser una solterona y, además, su carrera estaba despegando. Lo último que quería o necesitaba era que un hombre la desviara de su camino.


Se preguntó cómo habían terminado hablando de algo que no tenía nada que ver con el trabajo para el que se la había contratado. ¿Era aquello parte del hecho de que él estuviera conociéndola, tal y como ella había hecho cuando buscó toda aquella información sobre Pedro en Internet para asegurarse de que no había nada de lo que preocuparse sobre él?


–Me estaba hablando sobre los correos que ha recibido… –dijo ella para devolver la conversación a lo que la había llevado allí.


Pedro suspiró y la miró largamente antes de contestar.


–Los primeros no tenían mucha importancia. Un par de notas de una línea que sugerían que podrían tener información en la que yo podría estar interesado. Nada de lo que preocuparse.


–¿Acaso recibe correos como ese con frecuencia?


–Soy un hombre rico. Recibo muchos correos que tienen poco o nada que ver con el trabajo –comentó él con una sonrisa que hizo que Pula experimentara de nuevo un extraño hormigueo–. Tengo varias cuentas de correo electrónico y mi secretaria es muy eficiente a la hora de deshacerse de los que son basura.


–Sin embargo, esos consiguieron pasar esa criba.


–Esos fueron directamente a mi dirección de correo electrónico personal. Muy pocas personas tienen esa dirección.


–Está bien –dijo ella frunciendo el ceño–. Entonces, dice usted que los primeros eran inocuos, lo que sugiere que el tono cambió después.


–Hace unos días, llegó la primera exigencia de dinero. No me malinterprete. Me piden dinero muchas veces, pero normalmente es por razones de trabajo. Alguien quiere que lo patrocine o algo así. También están los que necesitan dinero para parientes moribundos o para pagar abogados antes de que puedan reclamar sus herencias, que por supuesto desean compartir conmigo.


–¿Y su secretaria se ocupa de todo eso?


–Sí. Normalmente los borra. Me llegan algunos, pero, en general, tenemos ciertas organizaciones benéficas a las que damos dinero y todas las peticiones de inversión se reenvían automáticamente al departamento de finanzas de mis empresas.


–Sin embargo, estos pasaron la criba y llegaron a su dirección personal. ¿Tiene alguna idea sobre cómo el remitente pudo acceder a esa información?


Estaba empezando a creer que aquel asunto excedía sus conocimientos. Los piratas informáticos normalmente buscaban información o, en algunos casos, trataban de atacar las cuentas, pero aquello era evidentemente… algo personal.


–¿No le parece que sería mejor que la policía se ocupara de este asunto? –añadió antes de que él pudiera responder.


Pedro sonrió. Entonces, tomó un sorbo de limonada y la observó por encima del vaso mientras bebía.


–Si leyeras los periódicos, sabrías que la policía no ha tenido mucho éxito en lo de salvaguardar la intimidad de los famosos. Yo soy un hombre muy reservado. Cuanto menos se sepa públicamente de mi vida, mejor.


–Entonces, mi trabajo es descubrir quién se encuentra detrás de esos correos.


–Correcto.


–Y en ese momento…


–Yo me ocuparé personalmente del asunto.


–Debería haberle dicho desde el principio que no puedo aceptar este trabajo si existe alguna posibilidad de que usted pudiera… utilizar… la violencia para solucionarlo.


Pedro soltó una carcajada y se reclinó en su silla. Estiró las largas piernas y las cruzó por los tobillos. Entonces, entrelazó los dedos sobre el vientre.


–Tienes mi palabra de que no utilizaré la violencia para solucionarlo.


–Espero que no se esté burlando de mí, señor Alfonso. Estoy hablando totalmente en serio.


Pedro, por favor. Me llamo Pedro. No seguirás teniendo la sensación de que soy miembro de la Mafia, ¿verdad? ¿Que tengo un montón de armas bajo la cama y gorilas a mis órdenes?


Paula se sonrojó. ¿Dónde estaban sus modales descarados? Casi nunca se quedaba sin palabras, pero lo estaba en aquellos momentos, sobre todo cuando unos ojos oscuros la observaban atentamente y le hacían sentirse más incómoda de lo que ya se sentía. Una oleada de calor que la avergonzó se apoderó de ella. Su cuerpo respondía ante el magnetismo sexual de Pedro. Su química la envolvía como una tela de araña, confundiendo sus pensamientos y acelerándole el pulso.


–¿Te parezco un hombre violento, Paula?


–Yo nunca he dicho eso. Simplemente soy… cautelosa.


–¿Te has visto antes en situaciones incómodas?


–¿Qué quieres decir?


–Antes me sugeriste que me investigaste para asegurarte de que yo no era sospechoso. Me dijiste también que en situaciones como esta tienes mucho cuidado, situaciones en las que el ordenador no viene a ti, sino que tú te ves obligada a ir al ordenador. ¿Es todo esto porque has tenido malas experiencias?


–Soy una persona muy cuidadosa –admitió ella. Entonces, respiró profundamente y siguió hablando–. Y sí, he tenido algunas malas experiencias en el pasado. Hace unos meses, se me pidió un favor para el amigo de un amigo. Entonces, descubrí que lo que él quería era que yo pirateara la cuenta de su exesposa para ver en qué gastaba el dinero. Cuando me negué, se mostró bastante molesto.


–¿Bastante molesto?


–Había bebido demasiado. Pensaba que si me presionaba un poco, yo haría lo que él quería. Por supuesto –se apresuró a añadir–, son situaciones bastante molestas, pero nada de lo que no me pueda ocupar.


–Te puedes ocupar de los hombres que se muestran molestos…


Fascinante. Estaba en compañía de alguien de otro planeta. 


Ella podría tener la piel más cremosa que había visto nunca y un rostro angelical cuyo aspecto era increíblemente femenino a pesar de aquel atuendo tan agresivo, pero ciertamente no se parecía a ninguna mujer que él hubiera conocido nunca.


–Pues dime cómo lo haces –añadió con genuina curiosidad.


Se dio cuenta de que ella se había tomado la mitad de las pastas. Tenía buen apetito. Miró el cuerpo de Paula y vio que, a pesar de estar medio escondido bajo aquellas ropas tan poco apropiadas para una mujer, este era largo y esbelto.


Paula captó su cambio de atención. Su instinto fue cubrirse el cuerpo, pero decidió que era mejor adoptar una postura más relajada.


–Tengo cinturón negro de kárate.


–¿De verdad?


–Sí –respondió ella mirándolo a los ojos–. No sé qué tiene eso de raro –añadió–. Había muchas chicas en mi clase cuando asistía a las clases. Por supuesto, unas cuantas lo
dejaron cuando empezamos a subir de nivel.


–¿Y cuándo exactamente fueron esas clases?


Paula se preguntó qué tenía aquello que ver con el trabajo para el que había acudido a la casa de Pedro. Por otro lado, se dijo que nunca venía mal que alguien supiera que no era la clase de mujer con la que meterse.


–Empecé cuando tenía diez años y las clases continuaron hasta la adolescencia con un par de pausas entre medias.


–Entonces, cuando las otras chicas estaban experimentando con el maquillaje, tú aprendías el valor de la defensa personal.


Paula se sintió incómoda cuando él, inconscientemente, volvió a tocarle aquel punto débil. El lugar en el que yacían sus inseguridades.


–Creo que toda mujer debería saber cómo defenderse físicamente.


–Es una ambición muy loable –murmuró él–. Ahora, vayamos dentro. Iremos a mi despacho para que podamos continuar nuestra conversación allí. Está empezando a hacer demasiado calor aquí.


Pedro se puso de pie y miró hacia los jardines. Esbozó una sonrisa cuando ella, automáticamente, tomó el plato y todo lo que pudo para llevarlo a la cocina.


–No te preocupes –dijo. Brevemente, tocó la mano de Paula y ella la retiró como si se hubiera quemado–. Ya lo recogerá Violet.


Paula musitó automáticamente que resultaba muy ilustrativo ver cómo vivía la otra mitad. Sin saber por qué, Pedro le hacía sentirse a la defensiva. Más aún, torpe e incómoda, como si volviera a tener dieciséis años


–Creo que tu madre debe de ser una mujer muy fuerte para inculcarle esas prioridades a su hija –comentó él.


–Mi madre murió cuando yo tenía tres años. Un accidente cuando regresaba en bicicleta de hacer la compra.


Pedro se detuvo en seco y la miró fijamente hasta que ella se vio obligada a mirarlo a él.


–Te ruego que no me digas tonterías como que lo sientes mucho –replicó ella levantando la barbilla y mirándolo sin parpadear–. Eso ocurrió hace mucho tiempo.


–No. No iba a decir eso…


–Mi padre fue la influencia más fuerte en mi vida. Mi padre y mis cinco hermanos. Todos me dieron la seguridad en mí misma de poder hacer lo que quisiera con mi vida y me aseguraron que solo por ser mujer no tenía que olvidarme de mis ambiciones. Me licencié en matemáticas.
El corazón le latía a toda velocidad, como si hubiera estado corriendo un maratón. Lo miró fijamente y las miradas de ambos se cruzaron hasta que la actitud defensiva de ella cedió y dio paso a algo más, algo que casi no podía comprender, algo que le hizo decir rápidamente y con una tensa sonrisa:
–No veo cómo nada de todo esto es relevante. Si me llevas a tu ordenador, no debería tardar mucho tiempo en averiguar quién te está causando esos problemas.






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