sábado, 30 de julio de 2016
¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 19
Por la mañana Dario y ella fueron al colegio. Mientras pasaban por el patio, alguien gritó:
—¡Eres hombre muerto, Chaves!
Paula se volvió pero no pudo saber quién había sido. Había varios sospechosos.
—Mamá —Dario la estiró del brazo para que no se parara.
Entraron en el despacho de la directora y la señora Leadbetter apareció enseguida. Al principio estuvo cortés y conciliadora, pero poco a poco el encuentro se deterioró.
Paula quería saber qué medidas iban a tomar para proteger a su hijo contra los bravucones acosadores, y escuchó incrédula que en el colegio no los había.
Luego, Paula pasó al tema de los estudios, sugiriendo que Dario necesitaba un poco más de estímulo. La directora contestó que los resultados mediocres de Dario demostraban que no era más brillante que los demás. Y que no era un colegio privado donde se podía prestar atención especial a los alumnos. En vista de que no había forma de ganar, Paula decidió marcharse.
De regreso a la casita, recibió la llamada de su madre, que le comentaba lo contenta que estaba porque Anabella había regresado de Estados Unidos. Al parecer se lo estaban pasando muy bien, yendo de compras, almorzando y haciendo cosas juntas mientras Anabella se reincorporaba a la vida social.
Paula escuchaba cada vez más irritada. Su vida se estaba desintegrando y su madre solo podía hablar de vestidos, restaurantes y fiestas.
—¿Mamá? —dijo interrumpiendo el monólogo de su madre—. ¿Podrías prestarme algo de dinero?
—Vaya, Paula… —la madre estaba claramente molesta por la interrupción— ¿Es esa la forma de pedirlo?
—Probablemente no —se excusó Paula
—¿Para qué quieres el dinero? —Paula no quería reconocer que estaba en la ruina—. ¿No estarás metida en algún lío?
—continuó la madre—. Hoy en día se oye cada cosa… Incluso los jóvenes de la casa real, inyectándose cocaína…
—La cocaína se esnifa, mamá.
—¿Desde cuándo eres tan experta? ¿No habrás…?
—Por favor, mamá. No llego a fin de mes sin necesidad de convertirme en drogadicta. No. No necesito el dinero para mi próxima dosis. Lo necesito para zapatos para Dario y el alquiler para Pedro Alfonso, mi nuevo casero. ¿Te acuerdas? Ah, sí. También estaría bien poder comer.
—¡No exageres, Paula! —su madre se impacientaba—. Tienes el dinero de tu tía abuela y tus honorarios como diseñadora. Si no llegas a fin de mes, tendrás que cortar tus gastos.
—Olvídalo, mamá. Tengo que irme. Ya te llamaré.
Después de colgar se quedó pensando en que debería haber llevado mejor la conversación. Había pedido dinero a su madre, pero ya no lo quería. Prefería pedírselo a Pedro.
Se dirigió a la casa grande seguida por Dario. Fue hasta la puerta principal y llamó varias veces antes de que Pedro apareciera.
—Espero que no te importe si Dario se queda por aquí hasta que encuentre una solución.
—¿Sigue dando problemas el colegio? —preguntó Pedro.
—Algo así —Paula no quería confesar la verdad.
—Mami explotó como una bomba. Podía oírla desde el pasillo…
—¿Ah sí? —Pedro parecía interesado.
—Una mujer imposible… —murmuró Paula.
—Mamá le dijo a la señora Leadbetter que, con tan pocas expectativas, estaría mejor como jefa de la casa de monos del zoológico.
—¡Dario! —Paula lo miró amenazadora, demasiado tarde para que se callara.
—Me imagino que eso le gustaría —comentó Pedro viendo ese nuevo aspecto de Paula—. Recuérdame que procure no caerte mal.
—Es una bruja vieja y tonta —dijo Dario refiriéndose a la directora.
—¡Dario! —lo regañó ella de nuevo.
—Eso es lo que tú la llamaste —le recordó Dario.
—Sí, bueno, yo puedo decirlo.
Sabía que no estaba siendo razonable y vio que Dario le hacía un gesto a Pedro y que él le contestaba con una sonrisa.
—¿Entonces no vas a volver? —preguntó Pedro al niño.
—¡Ni sobre el cadáver de mamá! Y estoy citándola a ella. Mamá me va a dar clases en casa, aunque estoy seguro de que puedo aprender todo lo necesario en internet.
—No estoy totalmente de acuerdo contigo —repuso Pedro.
Tampoco lo estaba Paula, pero a nadie parecía interesarle su opinión.
—Ella no es muy buena en matemáticas, ¿sabes? —le confió Dario a Pedro.
Demasiadas verdades para el gusto de Paula.
—Si me permitís interrumpir este debate sobre la educación, ¿quieres que hablemos sobre lo que necesitas de decoración interior, o no?
No era la forma de hablarle a un cliente, pero Pedro no era como todos.
Dario y Pedro volvieron a mirarse y Pedro abrió más la puerta.
—Entra, hijo. Si quieres puedes ir a entretenerte en el ático.
—Si a mamá le parece bien…
—Sí claro.
—Qué bien. Hasta luego.
—Entra —Pedro la hizo pasar a la sala.
—No he hecho prácticamente nada excepto pedirle a Rebecca que comprara unas sillas.
Paula las había visto el día antes.
—¿Tengo que incluirlas en mi proyecto? —esperaba que no.
—Puedes regalarlas cuando hayas terminado.
—Bien —no le había dado carta blanca, pero sería más fácil empezar desde cero.
—¿Tienes alguna preferencia en cuanto a colores y estilo?
—Nada en especial —contestó él. Pero no me gustan los colores pastel, los púrpuras ni los motivos florales. Ni encajes ni tonterías en las ventanas. Quiero que se adapte a la antigüedad de la casa, muebles sólidos y buenos, pero cómodos. Si fuera posible, me gustaría mantener la iluminación original y los suelos.
—Estupendo —Paula anotó sus comentarios—. ¿Quieres que las mesas y otros muebles sean reproducciones o antiguos?
—Antiguos, si encuentras los apropiados.
—Creo que podré encontrarlos. Tengo algunos contactos en casas de subastas. ¿Querrías ver los muebles antes de que puje?
—Si es posible —confirmó él—. Aunque si estoy fuera tendrás que usar tu criterio. Te daré una tarjeta de crédito.
Paula no estaba segura de querer esa responsabilidad y él se dio cuenta.
—Mira, no te pediría que hicieras esto si no tuviera plena confianza en ti. Y, además, tú tienes más idea que yo. Creciste en una casa repleta de antigüedades.
—¿No querrás que la copie? —ella adoraba su antigua casa a pesar de que era muy formal.
—No sé qué quiero exactamente —reconoció él—. Pero esa es la base de un negocio floreciente. Crear algo que el cliente acabe deseando.
—¿Es eso lo que tú haces?
—Básicamente.
—¿Qué es exactamente lo que haces?
—Al principio hice dinero construyendo un buscador para internet y vendiéndoselo a una empresa de software. Actualmente estoy montando un proveedor a la medida de los negocios globales.
Ella lo había preguntado y trató de aparentar que se enteraba.
Él se dio cuenta.
—Como si te hablara en griego, ¿verdad?
—Mejor en suajili. Sé algunas palabras de griego.
—No es tan aburrido como parece —le aseguró él riendo.
—Estoy segura.
—De acuerdo. Prometo que no volveré a hablarte de informática.
—A Dario le parece interesante.
—Sí, ya me he dado cuenta —contestó Pedro poniéndose serio—. Es un chico muy inteligente. Supongo que ya lo sabes.
—Sí —confirmó ella y no pudo resistir bromear—. Increíble, ¿no?, siendo yo su madre.
—Yo no he dicho eso —contestó él—. Ni siquiera lo he pensado. Siempre me pareciste bastante inteligente.
Parecía sincero pero Paula hizo una mueca.
—Esa no es una opinión muy generalizada.
—Tu madre tiene mucha parte de culpa —comentó él—. Y Anabella también —oír el nombre de su hermana hizo que Paula se sintiera celosa y no tuvo fuerzas para decirle que estaba de regreso en Gran Bretaña. Él aseguraba que ya no la quería, pero… ¿sería verdad?—. Por cierto que la oferta sigue en pie.
—¿Qué oferta?
—La de pagar la educación de Dario —lo decía en serio. ¿Por pura generosidad? ¿O hacía el papel de señor del castillo haciendo favores?
¿Acaso importaba la razón? La cuestión era si ella tenía derecho a rehusar. Si Pedro hubiera sido un extraño, quizás, pero no lo era.
—Piénsalo, ¿de acuerdo?
Paula asintió y volvió al tema de la decoración.
Fueron pasando de habitación en habitación mientras ella tomaba notas de lo que le gustaba y lo que no. No sería un trabajo difícil. Y si conseguían llegar a una forma de trabajar que excluyera las observaciones personales y los episodios apasionados, sería un trabajo muy agradable.
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