viernes, 29 de julio de 2016

¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 18




—Eres preciosa —repitió Paula delante del espejo y luego hizo una mueca—. Sí, una verdadera Miss Universo, con el rímel corrido después de llorar a cántaros y de haber dormido vestida.


Él solo estaba tratando de que se sintiera mejor.


Así era Pedro. Así lo recordaba, con dos facetas distintas.


Seguro que él pensaba que las cosas no habían cambiado mucho. La pobre y patética Paula, llorando como un bebé. 


Pensó que le iba a mostrar quién era.


¿Qué podría hacer para impresionar a Pedro?


No encontró respuesta y fue a lavarse la cara antes de que Dario regresara.


Uno de los obreros le llevó el coche y ella le dio las gracias.


Dario llegó más tarde con Pedro. Cuando ella les abrió la puerta Dario tenía la mirada fija en el suelo. Pedro le dio un golpecito en el hombro y Dario comenzó a soltar todo un discurso.


—Lo siento de veras, mamá —tartamudeó sin mirarla—. No debería haber dicho esas cosas. Iré al colegio mañana y no protestaré si quieres que nos mudemos. Y puedes casarte con el señor Fox si con eso vas a ser feliz.


—Bueno… —Paula no tenía ni idea de qué contestar, pero no fue necesario hacerlo porque Dario preguntó:
—¿Puedo irme a la cama ya?


Paula se preguntaba qué le habría dicho Pedro para que mostrara tanto arrepentimiento.


—Sí claro —cuando Dario pasó delante de ella lo agarró por un brazo y lo atrajo hacia ella. Lo abrazó muy fuerte y lo besó, notando con alivio que él se dejaba—. Te quiero —le susurró.


—Yo a ti también —y dirigiéndose a Pedro le dio las gracias y se marchó.


Pedro sonrió.


—Gracias por traerlo, Pedro, y también por ayudarlo a disculparse.


—Solo le di unas ideas.


—Te creo.


—Deberías —insistió Pedro—. Las palabras no eran las mías, en especial lo último que dijo.


¿Se refería a su matrimonio con Carlos? Ella no comentó nada.


Pedro preguntó con picardía:
—Entonces, ¿habrá amonestaciones el próximo domingo?


—¿Por qué no me lo preguntas con claridad?


—De acuerdo —dejó de bromear—. ¿Vas a casarte con ese tipo?


—No.


—Mejor.


—En realidad no es algo que te afecte.


—¿No? —él la miraba fijamente.


—Lo digo porque no puedo permitir que vayas y te cases después de aceptar trabajar en la casa.


—¿Qué?


—Tu otro encargo se ha evaporado. ¿No era lo que te impedía aceptar Highfield?


—Nunca he hecho nada de esa envergadura —le advirtió.


—Entonces será una experiencia provechosa. Así es como los diseñadores se ganan su fama, ¿no es cierto?


—Bueno, sí… pero puede que no te guste lo que haga.


—Eso puede pasar con cualquier diseñador. Pero si no crees que puedas hacerlo…


—No he dicho eso —Paula confiaba en sus habilidades—. Ninguno de mis clientes se ha quejado.


—Bien entonces. Prioridad absoluta es la zona de recepción. Ven mañana y comentaremos tus ideas y tus honorarios.


Paula no podía permitirse rechazar ese trabajo, pero dudó.


—Mira, si me estás dando este trabajo por lástima…


—¿Lástima? —soltó una carcajada—. He creado un negocio multimillonario desde cero. ¿Crees que lo conseguí siendo un filántropo? Es estrictamente por negocio.


—¿Lo dices en serio? —ella no se refería solo al trabajo.


Él la entendió.


—¿Qué quieres? ¿Que ponga una cláusula en el contrato que diga: Guardaré las manos para mí solo? —ella lo fulminó con la mirada. Era obvio que para él era una broma. Y ella solo un pasatiempo— De acuerdo —continuó él—. ¿Qué te parece si ponemos: Yo no voy a intentar seducirte si tú no intentas seducirme a mí?


—Muy gracioso —Paulano recordaba haberlo intentado nunca.


—Lo siento. Solo que no veo qué hay de malo en que nos sintamos atraídos mutuamente.


—Tú no lo verías.


—¿Quién? ¿Yo, como Pedro Alfonso, o yo, como hombre?


—Ambos —era ridículo. ¿Por qué tenían esa conversación?—. Trabajaré para ti, pero eso es todo.


—Me parece justo —dijo él encogiéndose de hombros—. Quizás lo otro es demasiada molestia —maravilloso. Ella había pasado de ser preciosa a ser una molestia. Eso lo decía todo—. Te veré mañana —añadió—. Me viene mejor por la tarde —dicho eso, se marchó por el camino del jardín.


«Será difícil trabajar con él», pensó ella, pero no tenía otra opción. Necesitaba el dinero.


A menos que se tragara el orgullo ante su madre y le pidiera un préstamo. Llamó a su madre pero le respondió el contestador automático. Le dejó un mensaje para que la llamara lo antes posible, pero Rosa no lo hizo ni esa noche ni a la mañana siguiente.




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