sábado, 30 de julio de 2016

¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 21




Durante las semanas siguientes Rebecca demostró que era una buena amiga convenciendo a Paula para que intentara matricular a Dario en el colegio al que iba a asistir Eliot. 


Paula no habría dicho por modestia que Dario era muy inteligente, pero Rebecca no tuvo reparos y, días después, Darioestaba haciendo una prueba de admisión y confirmando su alto nivel. Cuando Paula comentó que las mensualidades eran muy altas, el director le dijo que era casi seguro que Dario tendría una beca para el año siguiente.


Paula solo tenía que conseguir el dinero para el primer año y el problema se resolvió cuando, por medio de Dario, recibió un cheque de Pedro como anticipo. Seguro que no era coincidencia.


Desde entonces se vieron muy poco. Él estaba siempre de viaje o en Londres o encerrado en su oficina del ático. Solo se comunicaban por correo electrónico cuando necesitaba su aprobación para algo.


Las pocas veces que se encontraron fueron muy corteses. 


Para Paula no era más que una fachada. Prefería al Pedro remoto y frío aunque parte de ella deseaba que él la acariciara y la estrechara entre sus brazos para quitarle el dolor que sentía en su interior.


Nada en el comportamiento de Pedro sugería que sintiera lo mismo. El corazón de ella daba saltos al verlo, pero la cara de él permanecía impávida como si fuera de piedra. 


¿Qué mejor prueba de que ella había hecho lo que debía rechazando su capricho pasajero?


Ya había terminado el comedor y la sala de estar cuando él le pidió alguna idea para los dormitorios.


—Doy por supuesto que te interesa el trabajo.


—Sí, gracias.


—Esperaré tu presupuesto.


Ella asintió y supuso que la conversación había terminado. 


Se dirigía hacia la puerta cuando él la detuvo.


—Antes de que me olvide. Tu hermana llamó.


—¿Mi hermana? —repitió sorprendida.


—Anabella —le recordó.


—Al parecer ha regresado a Inglaterra.


—Sí.


—No me dijiste nada —ella no contestó—. Dijo que le gustaría venir algún día de esta semana.


—Bien —respondió Paula en tono apesadumbrado.


Él la miró intrigado. ¿Qué esperaba? ¿Que diera saltos de alegría por saber que Anabella iría a Highfield como invitada?


—Si no tienes sitio, Dario puede venir a casa mientras ella esté aquí.


—¿Qué? —Paula había perdido el hilo.


—La casita es un poco pequeña —añadió él.


—Quieres decir ¿para que Anabella pueda quedarse en la habitación de Dario?


—Sí, eso quería decir —volvió a mirarla intrigado.


—De acuerdo —asintió Paula.


—Podría compartir la habitación de Eliot en la casa de invitados.


—Eres muy amable.


—En realidad es porque me gusta tener a Dario cerca de mí.


Y a Dario le gustaba estar cerca de él.


—De todos modos, le dije que tú la llamarías para confirmar. Al parecer ha perdido tu número.


Pero su madre lo tenía. Más bien parecía una artimaña para hablar con Pedro. Pero Paula no lo comentó.


Tampoco le dijo nada a Anabella cuando llamó dos días después.


—Tenías que llamarme. ¿No te dio Pedro mi mensaje?


—Lo siento. Se me olvidó por completo.


—No cambias nada, ¿verdad? —exclamó Anabella suspirando—. Todavía tienes la cabeza como un colador. Iré mañana. Espero que me hagas algo de sitio en tu casita —dijo Anabella con ironía.


Pedro ha dicho que Dario puede quedarse en su casa —dijo Paula.


—¡Qué suerte tiene! —murmuró Anabella—. Pregúntale si se quiere cambiar conmigo.


—¿Supones que Pedro te querría como huésped suyo? —el tono de Paula era de que lo dudaba mucho.


—¿Quién sabe? —replicó Anabella—. Recuerda que Pedro y yo fuimos pareja. ¿Cómo es ahora nuestro mozo de cuadra convertido en millonario? ¿Sigue estando bueno?


Paula no pudo resistir contestarle:
—Si te gustan los hombres gordos y calvos con gafas


—¿De verdad? ¡No me lo creo! —exclamó Anabella, pero sonaba decepcionada, como si lo creyera.


Paula se sonrió. Se estaba convirtiendo en una mentirosa compulsiva.


—Bueno… Al menos es rico —se consoló Anabella.


—Pero no estúpido —dijo Paula para consolarse, pero no lo consiguió. El joven Pedro tampoco era estúpido pero se había enamorado de Anabella.


—¿Qué quieres decir?


—Nada. ¿A qué hora vendrás?


—Por la tarde, supongo. Esta noche voy a una fiesta y no me despertaré hasta tarde.


—Te veré entonces —no consiguió decir que tenía ganas de verla, ni Anabella tampoco.


«No puedo enfrentarme a esto», pensó Paula cuando colgó el teléfono.


Pero tendría que hacerlo. Igual que aquel verano diez años atrás cuando había visto a su hermana seducir al chico del que ella estaba enamorada.


Solo podía esperar un milagro. Que Pedro fuera demasiado remilgado para ir con una hermana cuando acababa de intentar irse a la cama con la otra. Quizás verlos juntos tendría el efecto de curarla definitivamente.


No. Su única esperanza era que Anabella se hubiera vuelto gorda o calva en los dos años en que no la había visto.


Pero eso no parecía probable.







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