lunes, 13 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 40




Desde que su padre lo enviara por primera vez a aquel campamento militar, no había sentido tanto miedo. Estaba allí, delante de aquella puerta entornada, sabiendo que su futuro dependía de las palabras que salieran por su boca en los próximos minutos. Hernan le había dicho bien claro que lo perseguiría hasta los fuegos del infierno si la hacía sufrir pero, ¿quién lo protegía a él de ella?


Empujó suavemente la puerta para verla antes de entrar. La habitación le llamó la atención pues parecía la de una niña pequeña, en tonos rosa pastel y amarillos, con estantes llenos de juguetes, una enorme casa de muñecas en el suelo junto a la ventana y un caballito de madera con un gran oso de peluche encima. Sonrió al recordar el regalo de Navidad que le daría al día siguiente. Esperaba que le agradase. 


También había comprado algo para su bebé.


Abrió la puerta un poco más y vio los pies de Paula estirados en una cama de madera donde solo cabría una persona. No debía demorar más la situación. Era lo más difícil que había hecho nunca pero tenía que hacerlo, por el bien de los dos.


Entró en el cuarto y la vio acostada con los ojos cerrados y la respiración tranquila. Pensó que estaba dormida hasta que ella se movió y abrió lentamente los ojos. De inmediato las lágrimas aparecieron rodando por sus mejillas como si al verlo se hubieran abierto las compuertas de una presa.


Paula hizo un gesto de pesar por provocar esa desazón en ella y se acercó a la cama para consolarla. Se sentó en el mismo sitio donde, sin saberlo, se había sentado su madre e intentó abrazarla pero ella se le adelantó y le puso una mano en la mejilla.


—Tu ojo… Está hinchado. Mi padre no debía haberte pegado. Lo siento.


—Tu padre tenía todo el derecho a pegarme, Pau. Soy un idiota.


—No, no digas eso.


Se miraron fijamente con tristeza en los ojos. Él vio su sufrimiento reflejado en las profundidades de esa verde mirada. Ella comprobó que aquellos momentos no eran fáciles para él tampoco.


—¿Por qué tiene que ser todo tan difícil? —preguntó Pau.


 Seguía teniendo la mano en su mejilla.


—¿Quién dice que deba serlo? —Movió la cabeza hasta que le dio un sensual beso en la palma de la mano. Un beso que hizo que la piel de ella se erizara al instante. Cerró los ojos conmovida por la sensación y deseó con todas sus fuerzas que él la abrazara.


Como si le hubiera leído el pensamiento, Pedro la abrazó con fuerza de repente. No podía mantenerse alejado de esa mujer cuando la tenía tan cerca. Su cuerpo ardía por ella, y no solo en el plano físico, sino también en el psíquico, en el sentimental.


Se le escaparon lágrimas contenidas mucho tiempo atrás. 


Unas lágrimas que prometían más que sus palabras. 


Lentamente aflojó el abrazo y la miró con las pestañas húmedas.


—¿Te casarás conmigo? —le preguntó seriamente con el alma encogida en un puño.


Pedro, no hace falta…


—¿Lo harás? —insistió él.


—¿Por qué?


—¿Por qué? ¿Tú qué crees? —Le puso una mano en el vientre de forma cariñosa. Luego se inclinó sobre ella y le besó la abultada barriga con un amor que la embargó hasta la médula.


Pau le acarició esos cabellos rubios rebeldes pero suaves mientras él dejaba su mejilla apoyada en la tripa.


—Tu mamá se va a casar conmigo, ¿tú qué dices? —le preguntó en un murmullo dirigido al interior de la barriga.


Paula soltó una carcajada entre lágrimas. Ese gesto había superado todas sus defensas. Le levantó la cabeza y lo acercó a sus labios. Le besó la frente, luego una ceja, el puente de la nariz, la mejilla morada, la comisura de los labios, el fuerte mentón, el nacimiento de la mandíbula, el contorno de la oreja.


—Me vas a matar —le dijo Pedro cogiéndola con sus fuertes manos y manteniéndola a escasos milímetros de su boca—. ¿Te casarás conmigo?


—Dime por qué debería hacerlo —le respondió seria y decidida. No le tembló la voz ni un ápice, cosa que la sorprendió porque no era eso lo que sentía en su interior.


—Porque vas a darme un hijo. Porque no podemos estar separados. Porque me siento tan perdido sin ti que no sé dónde estoy la mayoría del tiempo. Porque he dejado atrás mi complicada vida para hacerme un hueco en la tuya, si me dejas. Porque sé que tú sientes por mí lo mismo que yo por ti, aunque no nos lo hayamos dicho nunca porque somos así de tontos. —Sonrió maliciosamente—. Porque sabes que nadie te puede hacer sentir lo que sientes conmigo. Porque nuestros cuerpos explotan cuando se tocan piel con piel. Porque a esta distancia no puedo evitar pensar en los momentos que hemos pasado juntos. Cuando te tengo cerca ardo por poseerte, por tocarte, por saborearte. Porque hacerte el amor cada día y cada noche es una urgencia vital para mí. Porque no soporto pensar que otro hombre pueda arrancar de ti gemidos como los que oigo cuando estoy contigo. Porque sé que no encontraré otra mujer que llene mi vida como lo haces tú. Y porque me quieres, Pau, sé que me quieres —concluyó.


—¿Y tú? ¿Me quieres? —preguntó ella bajando la mirada después de la diatriba de razones que le había soltado.


—Te amo, mi vida. Más que a cualquier otra cosa en este mundo. —Pedro le puso un dedo bajo el mentón e hizo que lo mirara—. Se acabaron los remordimientos, los secretos, los sentimientos escondidos. No voy a permitir, nunca más, que estés lejos de mí. Pienso dedicar el resto de mi vida a cuidarte, a mimarte, a darte placer, a colmarte de felicidad.  —Le acarició la cara con los nudillos y ella cerró los ojos ante tan delicado contacto—. A partir de hoy, tú y mi hijo seréis mi única razón para existir, ¿entendido? —Pau asintió conmovida—. ¿Quieres decir algo más antes de que te bese? —le preguntó haciendo que ella abriera los ojos de inmediato. Lo miró sonriente y negó con la cabeza—. Bien, pero antes contéstame a una cosa: ¿Te casarás conmigo?


—Sí, sí, sí, me casaré contigo.


Pedro la besó en los labios con una urgencia que demostraba cuánto la había echado de menos. La reacción de Pau fue muy similar, devoraba los labios de él con una pasión contenida que los invadió a ambos. Luego el beso se fue haciendo más lento, más pausado. Sus lenguas se tocaron sensuales en una danza primitiva que llegaba a los lugares más recónditos de sus cuerpos.


Las manos de Pedro se desplazaron por su cintura hasta llegar a los pechos henchidos coronados por aquellos pezones duros y dispuestos para ser tocados por sus dedos. 


Pau jadeó al sentir el contacto. Con el embarazo tenía algunas partes de su cuerpo mucho más sensibles que antes y el solo roce de los dedos de Pedro por encima del vestido la hizo gemir y apretarse a él.


—Nos esperan para la cena —dijo Pedro chupando uno de sus pezones por encima de la fina tela del vestido.


—Que esperen, yo llevo esperando más —respondió entre jadeos.



* * * * *


Mientras tanto, en el salón de la casa familiar de los Chaves, el silencio reinaba entre los allí presentes. No habían oído gritos ni golpes, lo cual era una buena señal, pero empezaban a sentirse un tanto incómodos los unos con los otros cuando el tiempo se alargó demasiado. La conversación formal se había acabado hacía tiempo, Hernan y Alma se lanzaban miradas cómplices a espaldas de Simon y Carmen que no escondía sus arrumacos de recién casados.


En el momento en que la situación se hizo insostenible del todo se oyó el ruido de una puerta al cerrarse. Todos se pusieron en pie y comenzaron a hacer cosas por la casa para dar la sensación de que llevaban ocupados todo el tiempo de la espera.


Pedro y Pau aparecieron en la escalera cogidos de la mano, con los rostros ruborizados y una pícara sonrisa. Entraron en el salón donde la mesa de la cena seguía puesta pero nadie estaba sentado. Justo cuando iban a entrar en la cocina, Carmen les dijo que la cena estaba lista y que se sentaran a la mesa. Todos salieron en tropel con fuentes y platos en las manos, parloteando y esquivando las miradas de sorpresa de la pareja que seguían cogidos de la mano y esperaban que alguien les preguntara si había habido reconciliación. Al parecer, después del tiempo que habían tardado en la habitación, todos lo daban por hecho.


—Antes de que empecemos la cena me gustaría decir unas palabras, con su permiso, señor —dijo Pedro visiblemente nervioso. Hernan asintió y Pedro miró a su madre que tenía la mirada vidriosa. Le hizo un guiño y se aclaró la garganta—. Creo que no hace falta que os diga que Paula y yo hemos hablado sobre nuestra situación y hemos arreglado las cosas. —Carmen hizo palmas brevemente. Simon la sujetó del brazo para que Pedro pudiera continuar—. Toda mi vida he estado viviendo al límite de las posibilidades que me marcaban las misiones a las que me mandaban. Nunca me había importado arriesgar mi vida o resultar herido pues sabía que era demasiado bueno para perderla. Me equivoqué, por supuesto. Me metí en una misión completamente diferente a las que estaba acostumbrado el día que me reencontré con Paula. Yo ni siquiera la había reconocido, fue ella quien me reconoció pero hubo algo que me despertó en el interior. Aquella noche, poco a poco, comenzó una historia imposible de controlar y sin quererlo me enamoré de ella.
»Dios sabe que luché por salir de aquella situación. Le dije que no podíamos estar juntos, mintiéndole a ella y a mí mismo. Me alejé a sabiendas de que estaba en peligro, pero me debía a mi trabajo e hice lo imposible por estar al tanto de lo que sucedía, incluso me alié con Simon, que ya es un logro. —Simon lo miró amenazante, pero sin maldad—. Y cuando peor estaban las cosas la abandoné, me metí en una misión que no tenía nada que ver conmigo y casi me matan. Eso impidió que pudiera estar con la mujer que tanto amaba. No pude protegerla y esto es algo que tardaré mucho en perdonarme. —Pau le había cogido la mano y se la apretaba dándole ánimos. No tenía por qué hacer eso, pero para él era necesario confesar lo que sentía. Se volvió hacia Pau y la miró con todo el amor del mundo—. Casi te pierdo y no me lo hubiera perdonado nunca. Si no hubiera sido tan idiota me habría dado cuenta de que no puedo estar sin ti, tú eres todo lo que soy. —Acercó los labios a los de ella y la besó ligeramente en un gesto cariñoso y de afecto que la complació enteramente.


—¿Y ahora qué? —preguntó Simon impaciente. Carmen le dio un codazo por su impertinencia.


—¿Ahora? Ahora empieza mi vida, realmente. Le he pedido a Pau que se case conmigo y ella ha accedido. No habrá más secretos, ni más sorpresas entre nosotros. Vamos a tener un hijo que nacerá sano y… —Pedro oyó un carraspeo que provenía de Pau. La miró y alzó una ceja en gesto interrogante. Ella se levantó y le apretó más la mano.


—Verás, es que hay algo que aún no sabes y que creo que deberías saber si vamos a ser sinceros.


—¿Si? —preguntó intrigado.


Fue consciente, por las sonrisas que lucían los miembros de la mesa, que era el último en enterarse de la noticia que Paula iba a comunicarle en aquel momento.


—Es que no vamos a tener un hijo.


—¿No? —se sobresaltó.


—No. Vamos a tener dos.




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