lunes, 13 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 39




La puerta de la habitación de Paula estaba entornada cuando Alma llegó arriba. Oía los sollozos rotos de la chica ahogados contra la almohada.


Tocó levemente a la puerta pero no le contestó. Entró y cerró cuidadosamente. Se acercó a la cama y se sentó en el borde del colchón esperando que ella notase su presencia.


Cuando Pau olió el perfume de la persona que tenía a su lado, se incorporó y se abrazó a ella como si se le fuera la vida. Tenía temblores y estaba pálida como una hoja de papel. Alma le acarició la espalda con fruición y le susurró palabras calmantes como si aún fuera una niñita pequeña. 


Cuando comenzó a tranquilizarse, oyó que ella le decía:
—Echo de menos a mi madre.


—Lo sé, pequeña. Todos la echamos de menos, pero sé que tú más.


Lloró un rato más y luego, poco a poco, se fue calmando hasta que comenzó a respirar con normalidad.


—Pau, sé que yo no soy tu madre, ni pretendo serlo, pero te voy a hablar de la misma forma que le habría hablado a mi hijita si hubiese tenido una alguna vez. —Hizo una pausa para que ella entendiera sus palabras y se acomodara en la cama, estirando las piernas y apoyando la dolorida espalda sobre las almohadas del cabezal—. Eres una mujer muy fuerte y muy bella, cariño, y tu padre me ha contado los horrores que has tenido que soportar durante este año. No todas las mujeres podrían decir y aguantar lo que te ha pasado a ti, y por eso eres digna de admiración, pero, a veces, sigo pensando que no eres más que una niña caprichosa que se cierra en banda cuando las cosas no salen como tú quieres.


—Eso no es verdad…


—No, ya lo sé, pero es lo que pienso cuando te veo comportarte así. Mira, cariño, en esta vida lo malo viene solo y lo bueno hay que pelearlo. Si nos conformamos, si nos volvemos cómodas y esperamos a que la gran felicidad nos encuentre, lo único que tendremos será soledad y unos terribles sentimientos de arrepentimiento por haber dejado pasar el tiempo sin hacer nada. Yo lo hice y ahora estoy intentando recuperar el tiempo perdido, pero ya no sé si es demasiado tarde.


—No lo es. Mi padre está muy contento últimamente e imagino que tendrás algo que ver. —Alma se sonrojó hasta la raíz de su pelo cano, pero hizo un ademán para restarle importancia al comentario y poder seguir.


Pedro no es una persona fácil, nunca lo ha sido, y no estoy segura de que el tiempo y ese trabajo que tiene que lo lleva de aquí para allá arriesgando la vida no lo haya hecho más difícil en el trato que antes. Pero lo que sí tengo claro y estoy segura al cien por cien es que te ama como a nadie en el mundo. Nunca había visto el brillo de sus ojos iluminar una habitación como lo vi el día que comimos juntas y apareció en casa. En ese momento supe que estabais hechos para estar juntos.
»Esta tarde, antes de venir, estaba nervioso. Se ha probado tres camisas antes de decidirse por la que lleva puesta, que dicho sea de paso, no es ninguna de las tres iniciales. —Pau sonrió entre lágrimas—. No lo había visto tan nervioso desde que se fuera a la academia militar. Ahora va a ser padre e imagino que eso es algo que no esperaba y que le da miedo, pero es mi hijo, y estoy segura de que será un buen padre si tú lo aceptas, ¿sabes por qué? —Pau negó con la cabeza y bajó la mirada a su barriga puntiaguda—. Porque te quiere, cielo. Te quiere tanto que no sabe lo que hacer para no arruinarlo todo.


Paula la miró con ojos amables y un brillo de esperanza. 


Quizás fuera cierto, al final.


—Te contaré un secreto —dijo Alma, acercándose a ella y bajando la voz—. Él no tenía que haber estado en la misión en la que le dispararon. Se presentó voluntario porque tenía que alejarse de ti. Tú no querías verlo ni hablar con él y, tonto de él, en lugar de insistir, decidió marcharse y no luchar por lo que quería.


—Supongo que si sabes eso ya conoces la historia —susurró avergonzada. Alma asintió—. Lo denuncié porque pensaba que él era quien me perseguía y me amenazaba. Me equivoqué y después me daba vergüenza hablar con él o pedirle disculpas por miedo al rechazo. Fui igual de cobarde que él.


Alma asintió de nuevo y le cogió la mano que le temblaba.


—Sí, no fuisteis nada inteligentes ninguno de los dos. Bien, durante el mes y medio que pasó en Washington en el hospital militar, se fue enterando de qué había sucedido con tu caso. Lo del secuestro y el hecho de que hubieras estado a punto de morir lo han marcado tanto que se sigue sintiendo culpable.


—¿Por qué? —preguntó con los ojos muy abiertos.


—Porque no estaba a tu lado. Porque no pudo salvarte. Porque te falló y se falló a sí mismo. Los remordimientos de haberse alejado de tu lado y el sufrimiento de saber que estuviste a punto de morir lo están consumiendo. Y cada vez que os veis, cada vez que os encontráis, él quiere estar contigo, pero teme que le eches en cara que no estuvo ahí cuando lo necesitabas.


—Le dije que lo odié cuando no estuvo, pero yo no sabía que había estado herido tanto tiempo. Él se enfadó tanto… 
—comenzó a llorar amargamente al saber la verdad de todo aquello.


Alma le dio su tiempo y luego prosiguió.


—Ahora tenéis en vuestras manos la oportunidad de arreglarlo. Vais a tener un hijo juntos y os queréis. Los dos sois luchadores y si peleáis todo saldrá bien.


—¿Cómo has sabido todo eso? —preguntó limpiándose las lágrimas con el revés de la mano.


—Cariño, cuando nazca tu hijo sabrás que no puedes estar sin saber de él ni un minuto.


—¿Mateo?


—Y Mariano.


—Son buenos amigos —dijo Pau con tristeza.


—Los mejores.


Unos golpecitos en la puerta sobresaltaron a Pau que supo de inmediato quién era. Alma la miró con dulzura y le dio unas palmaditas en la mano antes de levantarse.


—Espera. —La retuvo Paula—. Antes de que te vayas, creo que yo también te contaré un secreto. —Alma se agachó hasta poner su oreja a la altura de la boca de la chica. Ella le susurró algo y Alma abrió los ojos desmesuradamente conteniendo una exclamación de júbilo. Le pasó la mano por la tripa y le besó la frente en gesto maternal. Luego fue hacia la puerta, la abrió y encontró a su hijo esperando con una expresión tan triste que sintió pena en el corazón.


—No la hagas enfadar. Debe descansar —dijo su madre duramente. Levantó la mano y Pedro se apartó bruscamente creyendo que su madre le daría otra bofetada sin piedad. Pero ella sonrió y le pasó la mano con delicadeza por la mejilla. Luego se puso de puntillas y le dio un beso en el lugar donde le había dejado marcada la cara. Pedro cerró los ojos y dio gracias al cielo por tener una madre tan comprensiva y buena en su vida.







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